
¿Para qué sirve el arte? ¿Cuál es su utilidad en un mundo donde la inmediatez, lo fugaz y lo vacío es el orden de la vida? ¿Qué podemos considerar artístico en nuestras sociedades contemporáneas, en la que los desechos, la contaminación, la explotación y el concreto han modificado para siempre lo que alguna vez inspiró al humano? ¿Qué puede decirnos el arte en estas sociedades nuestras en las que la nueva religión —y por tanto falta de fe— es la modernidad, la tecnología desmesurada y el progreso?
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El fin del arte, si es que tiene alguno, no es responder preguntas, sino crearlas. Y el arte de Juan Carlos Santoscoy es una puerta que abre camino a interrogantes y nuevos cuestionamientos. Santoscoy es un artista plástico tapatío, cuya obra, que es una de las más interesantes en nuestro estado, hace uso de elementos que quizá muchos podríamos considerar desechos —residuos tecnológicos, basura de la modernidad— dándoles así una nueva vida, reinterpretación y luz a través del arte. Con una importante presencia al otro lado del Atlántico, en concreto con España, y buscando crear puentes con el mundo artístico de Jalisco, Santoscoy no solo es un experto en el color y sus formas, en sus variantes y posibilidades más alegres, sino que su arte es también ese cuestionamiento al mundo moderno que contamina océanos y selvas, que seca horizontes para extraer metales preciosos, que acaba con los juegos de la infancia, y que ha sustituido toda forma de fe con la tecnología.
Aunque convivió con el arte desde la infancia, creando desde muy pequeño, y aunque su mismo padre era un artista que plasmaba en su obra a las fiestas bravas y la tauromaquia, Santoscoy dedicó su juventud a los negocios, al mundo empresarial y a los tejemanejes del comercio, pero en el fondo se sentía triste. No era esa la vida que quería. Su destino ya estaba marcado: su propio padre le había dicho “de mis ocho hijos, tú vas a ser un gran artista, un gran torero”. Y así fue: a los 28 años, Santoscoy sintió el llamado de su alma. Dejó todo cuanto había construido, los negocios y los clientes, los números y las cuentas, y se entregó a la verdadera profesión de su vida: el arte, oficio ingrato pero gratificante —en palabras del artista— al que le sigue entregando el corazón hasta el sol de hoy, y hasta donde le alcance la vida.
“Crecí siendo empresario”, recuerda el artista plástico, conversando con EL INFORMADOR. “No me veía así a los 30 o 40 años, no iba a llegar. Pero desde muy pequeño aprendí o entendí la magia del arte, desde los cinco o seis años, porque mi padre tenía gusto por pintar al óleo, y yo empecé haciendo manchas con los sobrantes de la pintura. Me daba mucha inquietud. El arte me volvió a conectar otra vez en la vida, y teniendo 28 años de edad, emprendí mi camino en la plástica, ya hace 23 años. Ahí es donde empezó mi magia, donde volví a retomar ese niño inquieto, el reencontrarme con mi verdadera esencia”.
La experimentación constante, y los vínculos con España
Durante estos 23 años de trabajo, Santoscoy ha experimentado con todo lo que ha llegado a sus manos, buscando nuevas formas de expresión en nuevos materiales, nuevos químicos, nuevos elementos más allá del óleo, el acrílico y la acuarela. Es ahí donde toma sus riesgos, donde experimenta, pero siempre siendo auténtico, sin bajarse de su “fondo y de su forma”, a pesar de todo lo que ha tenido que perder antes de ganar. 23 años más tarde, Santoscoy ha tenido más de 180 exposiciones tanto aquí como en el resto de México, y en el mundo. “Siempre con los pies en la tierra, buscando la forma de encontrar, en la plástica, mi identidad”, dice el artista.
Santoscoy tiene una relación muy especial con España, relación que nació gracias a su padre, fanático de la tauromaquia y de la fiesta brava, aunque nunca tuvo la oportunidad de conocer aquel país. Santoscoy empezó a buscar la forma y a “picar piedra” al otro lado del Atlántico, hasta que poco a poco comenzó a conocer a personas del medio artístico español, y hoy forma parte de la Asociación Española de Pintores y Escultores —AEPE—, que le abrieron la puerta a Madrid, y a distintas ciudades de España.
Hoy por hoy, la obra del tapatío se encuentra expuesta en sitios como el Museo de América, un museo nacional del Ministerio de Cultura de España. “Para mí es un orgullo poder llevar obras tan grandes, de más de dos metros, a uno de los mejores museos de España”, dice el artista plástico. Asimismo, prepara una nueva exposición para noviembre en el Centro Cultural La Vaguada, también en España, con el artista madrileño Jesús Alcolea, en una colección a cuatro manos.
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El algoritmo del caos
“El algoritmo del caos” es una muestra que conforma 15 años de trabajo, inquietudes y dudas de Juan Carlos Santoscoy, usando elementos como desechos tecnológicos, tarjetas madre, canicas —como una reminiscencia de la infancia irrecuperable, anticipándose a la realidad de nuestros días, donde la tecnología rige el mundo. “Algoritmo del caos”, son lienzos que representan mares dañados, planicies devastadas por el extractivismo, horizontes de contaminación. Un grito contra la modernidad voraz, la falta de fe y sentido de las sociedades contemporáneas. Una de sus piezas más impactantes muestra a un Cristo crucificado en desechos tecnológicos, un Cristo desprovisto de gloria, empequeñecido ante el monstruo de la modernidad.
“El algoritmo del caos”, más allá de los recursos plásticos, es también una experiencia inmersiva: ocultos en cada pieza hay destellos ocultos de pintura luminiscente, de modo que, cuando las luces se apagan y son bañadas con la iluminación adecuada, cada obra palpita, resplandece como si fuera otra —se convierten en otras— como ciudades vistas desde el aire, como océanos de bioluminiscencia, como luciérnagas en las penumbras.
“La tecnología ha matado nuestra fe, nuestra creencia, la ha suplido”, dice el artista. “Uso, en grandes formatos, temas como la minería, la explotación del agua, los mares y las selvas, la minería, que son temas universales que cruzan fronteras”.
Un artista tapatío que pone en alto el nombre de Jalisco en el mundo
A lo largo de estos años, Santoscoy ha perdido el miedo. Está agradecido con la vida: durante la pandemia estuvo a punto de perder la vida misma, de modo que desde entonces la vive hasta la raíz, cada día, siempre. Cada vez crea obras más grandes, y próximamente, también alista exposiciones tanto en China como en Dubái. Tuvo que salir de Guadalajara para buscar más oportunidades, pero no ha olvidado nunca sus raíces, y uno de sus objetivos principales es crear puentes artísticos entre Jalisco, España, y todo el mundo, desde las leyes, desde el gobierno, y desde el trabajo en conjunto de la cultura, para hacer de Jalisco un estado cuyo arte sea de renombre internacional. También trabaja con niños y adolescentes, formándolos y encaminándolos a su vocación artística, ayudándoles a crecer.
“Tuve que salir de Guadalajara. Y me ha costado mucho. Creo que es el momento de la ruptura en Jalisco. Hay mucho talento. Como artista no puedes detenerte, no puedes estancarte, tienes que buscar el sí se puede. Tienes que reinventarte. Yo quiero ver a colegas por todo el mundo, representando esta hermosa tierra que es Jalisco. Siempre busco la forma en que se den las cosas, he reinventado mis ahorros y mis esfuerzos. Yo quiero poner en alto el nombre de mi estado, de Jalisco, de mi México, llevando propuestas de talla internacional que tienen mucho que decir, sobre todo con las nuevas generaciones. Quiero trascender. He sido un artista muy solitario, pero hoy que cada vez me preparo más, para mí es importante dejar un ejemplo, y hacerlo desde el corazón es indispensable en el arte”.
NA
Cortesía de El Informador
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