Antes de que asumiera el cargo de ministro de Trabajo con Yamandú Orsi, los empresarios ya lo semblanteaban mal. Juan Castillo fue obrero naval en el puerto de Montevideo, líder sindical en el PIT-CNT y comunista, desde siempre. Los prejuicios de clase y el típico macartismo de la derecha más rancia, no le alteran el pulso. A los 67 años, este dirigente histórico de la izquierda uruguaya dice que se siente muy cómodo si lo ven así. “Desde ese punto de vista fui todo lo que no se puede ser” comentó en su último día como senador del Frente Amplio. Nacido en el Departamento de Canelones como el presidente, el ahora funcionario que arbitrará las relaciones laborales la tiene difícil en un país que, dice, “no es pobre, está empobrecido”. Los índices que deja el gobierno de Luis Lacalle Pou lo corroboran.
-Usted fue director de Trabajo y ahora regresa a conducir el área con el cuarto gobierno del Frente Amplio. La revista Forbes publicó un artículo que tituló: “Juan Castillo el líder sindical que encabezará el Ministerio de Trabajo y los empresarios miran de reojo” ¿Qué le sugiere esa definición?
– Es verdad. Increíblemente se ha difundido desde que se preveía que yo podría ocupar esta responsabilidad en un gobierno de izquierda. Se habló desde mucho antes, en el medio de la campaña electoral del 2024. Tal vez algunos con la intención para influir en el estado de ánimo del electorado dijeron de mí que era como colocar al diablo en el cargo. Si molesto a la derecha, en todo caso me siento bien. Porque pienso exactamente distinto, diametralmente opuesto a la concepción del gobierno que se va. Entonces tienen razón en verme como su adversario o su enemigo. Porque quiero cambiar de raíz esta sociedad. No quiero un retoque. No me conformo con alcanzar el gobierno del Frente Amplio para administrar transitoriamente la crisis.
– ¿Nos puede explicar algo más su idea?
-Hay un problema mucho más profundo. Desde el punto de vista del Partido Comunista, la construcción de una herramienta unitaria tiene como principal objetivo cambiar la correlación de fuerzas en la sociedad para seguir avanzando en un proyecto político de izquierda. ¿Cuándo se darán las condiciones? Bueno, veamos cuán capaces somos de seguir avanzando. Entonces, ellos lo colocarán en un titular, algunos lo pensarán más detenidamente, pero lo cierto es que yo puedo estar sentado acá con los empleadores sin ningún tipo de problema. Y me respetan y me siento respetado.
– ¿Puede que haya un prejuicio de clase en relación a sus orígenes obreros además de su militancia en el PC?
– Puede haberlo, yo creo que sí. Porque le cuesta mucho más a cualquier dirigente empresarial confrontar con esa opinión mía, dar el debate. ¿Sabe cuántas reuniones tuve durante el proceso de transición hasta el 27 de febrero? Fueron 71 contabilizadas desde que empezó el año. Con todos los que nos solicitaron una reunión. A este bicho al que le temen o vaya a saber qué piensan, le pidieron 71 reuniones sectores de la producción, de la economía, del sector financiero, del movimiento cooperativo, del movimiento sindical, la Central y los sindicatos. La última fue con los transportistas, con los camioneros y fleteros del transporte carretero del Uruguay.
– En un reportaje reciente dijo que debería reducirse la jornada laboral a seis horas. En la Argentina solo un sector de la izquierda, el FIT, lo plantea. ¿Es una prioridad?
-Es una prioridad en el orden mundial. Estoy convencido de eso. Me fui en el 2010 o 2011 del movimiento sindical y ya metía ese tema en todos los discursos del 1° de mayo cuando me tocaba hablar. Porque cuando uno mira el comportamiento del mundo del trabajo a escala planetaria, la gráfica que levanta más es la destrucción de puestos de trabajo, del empleo. Al mismo tiempo con el avance de la ciencia, de la tecnología, la automatización y ahora la robotización, es cierto que hay una menor carga física, de esfuerzo físico. Yo soy portuario y si habré visto la transformación en el puerto. Cómo los estibadores bajaban con el hombro las bolsas y después con un palet la carga de los barcos. Hoy un contenedor, y lo sé por mis dos hermanos que son operadores de grúa portuarios, en un movimiento que dura un minuto, bajan la grúa hasta el barco y giran y ponen la carga de hasta cuarenta toneladas arriba de un camión. Ese trabajo antes era para cuarenta trabajadores. Esos trabajadores no se embroman ahora de los hombros, de la cintura, de las caderas. Directamente no tienen trabajo. Están desempleados porque una máquina los reemplazó.
– ¿Cómo cree que se va a desarrollar ese debate sobre la reducción de la jornada laboral?
– Estoy convencido de que fue un escándalo hace 130 años la pelea por la ley de ocho horas y ahora será otro escándalo mundial la de una ley que las reduzca a seis. La ley de Uruguay dice 48 horas semanales. Cuando una habla de reducción habla de bajarla a 40, tal vez. No sé en qué terminará. Porque en todos los lugares no se puede aplicar de igual manera. Habrá que adaptarlo después a cada rama de actividad. Seguramente lo que pase en el campo no será aplicable en la salud, lo que pase en la salud no será en la construcción y así.
– ¿Cuál es hoy la problemática del Uruguay en el área que usted deberá arbitrar?
– Acá a fines del año pasado hubo un debate en torno a las normas de seguridad social y perdimos cuando se votó la LUC. Nosotros primero estábamos en contra de la ley, tratamos de impugnarla, no conseguimos los votos para cambiar esa reforma y no se les ocurrió mejor idea que aumentar la cantidad de años que tiene que trabajar una persona. Para algunos pareció una solución, pero ¿qué solución? Vamos a aumentar cinco años la edad de jubilarse hasta que la gente se muera en el trabajo. No, no debe ser esa la condición. Si hay máquinas que desplazan trabajadores, esas máquinas deberían aportar a la seguridad social. Si tanto se quiere discutir la productividad, discutamos cuánto incide en la productividad el ingreso de esa tecnología. No es que se impida o prohíba. Es que aporte en función de una sociedad que está quedando desplazada del mundo del trabajo.
– ¿Cuál es el índice de trabajo informal en su país?
– Se redujo bastante. Cuando en el 2005 y por primera vez ganó la izquierda, algunas proyecciones marcaban casi un 34, 35 por ciento de trabajo no registrado, cuentapropista, trabajo artesano. El Frente Amplio lo dejó en menos del 20 por ciento, aunque el 20 por ciento igual golpeaba mucho. Ahora, según una encuesta, creció cuatro o cinco puntos más. El gobierno de Lacalle lo dejó en 24 o 25.
– Por último, ¿cuál es su explicación para que perdure el Frente Amplio en unidad 54 años después de su fundación y empiece ahora su cuarto gobierno en Uruguay?
-Siempre fue necesario mantener una construcción unitaria de quienes se pusieran enfrente del lado más reaccionario del capitalismo, del imperialismo, de las injusticias, de la explotación y con ellos tratar de construir un proyecto político que confrontara, sin cambiar nuestro objetivo que es construir una patria socialista. No renunciamos a él los comunistas de Uruguay. Pero en esta etapa y en el proceso hacia esos objetivos, es el Frente Amplio nuestra herramienta que nos ayuda a fortalecernos, a crecer y que efectivamente nos permite lograr cambios en la sociedad. Ese proyecto del Frente Amplio nos tiene a los comunistas uruguayos como un partido fundacional. Nos sentimos cómodos con el resto de los compañeros que en algunos casos no tienen la misma concepción que nosotros. Estamos los marxistas leninistas, los que solamente son marxistas, los partidos populistas o nacionalistas, incluso algunos que provienen de los partidos tradicionales, de las corrientes batllistas, de la socialdemocracia y convivimos allí. ¿Eso quiere decir que estemos de acuerdo en todo?. En todo no. Pero sí en los grandes objetivos y en qué hacer para construir una sociedad más justa y más solidaria en nuestro país.
Cortesía de Página 12
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