Judt, Sicilia y Dayán: ¿hay esperanza?

Corría el año 2000 cuando Tony Judt publicó sus reflexiones sobre el siglo XX, en una fascinante conversación con Timothy Snyder. En este gran texto, ambos historiadores razonan sobre las lecciones del siglo pasado y aquellas que deberían servirnos en el siglo XXI. Cinco lustros después, en su más reciente libro, Crisis o Apocalipsis, Javier Sicilia y Jacobo Dayán, nos invitan a una introspección cruda, dolorosa y seria sobre el rumbo de la democracia liberal frente a los desafíos de occidente.

Judt nos recuerda que el siglo pasado, pese a sus tragedias, también fue de avances y de aprendizajes, donde la moral y la responsabilidad ética fueron fundamentales para evitar repetir errores. Sin embargo, hoy enfrentamos una crisis que va más allá: la pérdida de confianza en las instituciones, el debilitamiento de los valores democráticos y el auge de los populismos, que emergen como respuestas a las demandas no atendidas de una sociedad cansada, desigual y desilusionada.

En su magnífica conversación Sicilia y Dayán, llena de referencias culturales, filosóficas, históricas y religiosas, se advierte que estamos en un momento crítico, donde la ética y la transformación profunda son imprescindibles. La crisis actual será un apocalipsis si dejamos que el miedo y la polarización definan el camino, pero también es una oportunidad para buscar nuevos consensos y formas de convivencia más justas, inclusivas y responsables.

El drama de las víctimas en México y tantas otras latitudes del mundo se encuentra en el corazón mismo de esta crisis. En Gaza, por ejemplo, estamos siendo testigos de un genocidio que destruye vidas y comunidades, y nos confronta con las terribles fallas de nuestra humanidad y de la absoluta incapacidad del multilateralismo. La barbarie de estos crímenes exige que no solo miremos con empatía e indignación, sino que actuemos con urgencia y justicia.

Asimismo, los retos de la digitalización de la información y la posverdad complican aún más la situación. La proliferación de noticias falsas, la manipulación de datos y la banalización de la verdad distorsionan la percepción pública, dificultando la toma de decisiones éticas y responsables. La confianza en los medios y en las instituciones se ve erosionada en un contexto donde los líderes populistas encuentran terreno fértil, alimentando el desencanto y la desesperanza.

Por otro lado, el capitalismo, particularmente en su fase neoliberal, demostró ser incapaz de resolver las profundas inequidades económicas y sociales, y de generar auténticas oportunidades a un sector amplio de la sociedad. La concentración de riqueza y poder, la corrupción y la falta de mecanismos eficaces para redistribuir recursos y garantizar condiciones dignas para todos, ha generado desigualdades que alimentan las guerras sociales, la frustración y el odio social, sembrando las bases para el auge de discursos populistas y autoritarios.

El futuro de la democracia liberal, por tanto, dependerá de nuestra capacidad de aprender del pasado y de comprometernos con un cambio radical. Es imprescindible rescatar los valores éticos, promover justicia social y garantizar que las democracias sean verdaderamente inclusivas. Solo si logramos incorporar en nuestros discursos y acciones una reflexión ética profunda —y si defendemos la legalidad, la dignidad y los derechos de las víctimas— podremos construir una ciudadanía consciente y capaz de resistir las amenazas del populismo y la manipulación informativa. “Hay que replantearlo todo”, afirma el poeta Sicilia.

Estamos frente a un momento decisivo: o sucumbimos al egoísmo, la desinformación, los abusos de poder y la indolencia, o asumimos la responsabilidad de construir un futuro donde la justicia, la memoria y la ética sean los pilares de un mundo más humano, equitativo y justo. Solo así podremos proyectar una democracia que honre a las víctimas, respete la verdad y amplíe las oportunidades económicas y el bienestar para una amplia mayoría de la sociedad.

Cortesía de El Economista



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