
Mykolaiv, Ucrania. El sonido de la alarma antiaérea se ha asentado en la cotidianidad de los residentes de Mykolaiv, ciudad ubicada en el centro sur de Ucrania, cerca de Odesa.
Pasado del mediodía del sábado, el clima es ideal para que sus habitantes salgan a tomar el sol. Se escucha la alerta. Su sonido vincula, a quienes visitan la ciudad, a las películas de la Segunda Guerra Mundial, pero para los ucranianos el sonido les advierte que entre cinco y siete minutos podría caer un misil o llegar una nube de drones.
No se ve a gente corriendo, pero sí observando las pantallas de sus celulares; los reflejos humanos cambian en función al país en el que viva uno. Las aplicaciones distinguen cuando avanza un misil o cuando lo hace la nube de drones.
“El acuerdo es una mierda”, expresa Viiktoria, una persona con la que conversa El Economista. Ella se refiere a la propuesta de paz que hiciera la semana pasada el presidente Donald Trump al ucraniano Volodímir Zelenski.
Mykolaiv presenta algunas heridas al paso de sus calles. Una de ellas es una enorme torre de oficinas (fotografía) que ocupaba el ejército antes de la invasión rusa hace ya casi cuatro años.
Yurii Hranaturov, vicejefe de la Región Administrativa Militar de Mykolaiv explica que el entonces director salió del edificio y se dirigió a una cafetería. Poco después de las ocho de la mañana de un día de marzo de 2022 un misil impactó en el área donde se encontraba su oficina. Murieron 36 personas.
Esta ciudad de 500,000 habitantes contuvo el avance de los rusos en su intento de tomarla en su objetivo de llegar hasta Odesa. “Mykolaiv es una ciudad heroica que ayudó a todo el sur del país”, comenta Hranaturov.
La línea del frente de guerra se encuentra a tan solo 40 kilómetros de Mykolaiv, en la localidad de Jersón.
Entre el trinar de los pájaros y la alerta, está la vida o la muerte.
Cortesía de El Economista
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