La relación entre los humanos y los perros no es solo una de las más antiguas de la historia, sino también una de las más enigmáticas. Durante miles de años, los lobos y luego sus descendientes domesticados han compartido nuestras vidas, primero como aliados en la caza y más tarde como miembros de la familia. Pero, ¿cómo es que un animal tan independiente y formidable como el lobo se convirtió en el mejor amigo del hombre, dispuesto a ocupar el sofá junto a nosotros?
Según un estudio publicado en Nature sobre el ADN de los lobos y perros antiguos, los investigadores han comenzado a descifrar esta historia de domesticación, rastreando la herencia genética que une a los lobos del Pleistoceno tardío con los perros actuales. La historia, sin embargo, no es simple: los primeros lobos domesticados no solo proporcionaban compañía, sino que cubrían un abanico de necesidades humanas. El artículo, en conjunto con las investigaciones de la Universidad de Durham y el Instituto Max Planck, revela que estos antiguos caninos pudieron ser fundamentales para la adaptación cultural y la expansión de las primeras comunidades humanas.
El comienzo de una alianza improbable
Hace aproximadamente 30,000 años, en los gélidos paisajes de Eurasia, los lobos y los humanos comenzaron a convivir más de cerca. Este acercamiento fue un proceso gradual. Se cree que los lobos más tolerantes a la presencia humana podían acercarse a los asentamientos para alimentarse de restos de carne desechados por las tribus nómadas.
La teoría predominante de los investigadores es que estos lobos menos agresivos eran los que se beneficiaban de los recursos humanos y, eventualmente, se integraron de manera natural en la vida de las comunidades. Así, se inició un proceso de selección natural donde solo aquellos lobos menos temerosos y más amigables con los humanos lograron sobrevivir y reproducirse.
Según el análisis genético del estudio mencionado en Nature, los lobos de Siberia, con sus genes dominantes en el este de Eurasia, resultaron ser los ancestros más cercanos de los perros modernos.
Estos datos sugieren que fue en esta región, en un refugio ecológico conocido como Beringia, donde las poblaciones humanas y los lobos encontraron un terreno común. El clima extremadamente frío de la época, conocido como el Último Máximo Glacial, y la abundancia de recursos como la carne de grandes herbívoros habrían incentivado esta colaboración inicial.
De lobos a perros: un cambio en la genética y el comportamiento
A medida que los lobos evolucionaron en un ambiente humanizado, su genética también fue transformándose. La convivencia prolongada trajo consigo cambios en su estructura física y su comportamiento. Uno de los hallazgos destacados del estudio mencionado anteriormente es que los lobos “fundadores” de esta relación con los humanos, con el tiempo, desarrollaron nuevas características, como una disminución de la agresividad y una mayor capacidad para seguir órdenes y adaptarse a la vida en grupo. Esta adaptación fue clave para los humanos que, además de un guardián, obtenían un animal capaz de realizar tareas útiles en la caza y la defensa de los asentamientos.
Además de su capacidad para ser entrenados y controlados, los primeros perros proporcionaban beneficios adicionales. Algunos estudios en comportamiento animal han mostrado que los humanos responden naturalmente a las características físicas de los cachorros, como los ojos grandes y el hocico pequeño, que tienden a evocar instintos de protección y afecto.
Se especula que esta afinidad innata de los humanos hacia ciertos rasgos infantiles habría facilitado una mayor aceptación y cuidado de los lobos jóvenes, promoviendo así una relación que, a través de generaciones, evolucionó hasta la domesticación completa.
La expansión de los perros en la era de los asentamientos
Al establecerse en asentamientos más permanentes, los primeros humanos sedentarios en regiones como Mesopotamia y el Levante dieron un nuevo uso a estos animales. Los perros comenzaron a ser parte integral de las actividades cotidianas y hasta de ceremonias y rituales.
Según datos arqueológicos, estos caninos eran vistos en algunas culturas como guardianes espirituales o como guías para el más allá. En sitios como Skateholm en Suecia, datados de hace unos 7,000 años, se han encontrado tumbas donde los perros eran enterrados junto a humanos, a menudo con honores similares a los de sus dueños.
Con el avance de la agricultura, la función de los perros se diversificó aún más. No solo eran cazadores y protectores, sino que también se convirtieron en pastores de rebaños y, en algunos casos, ayudantes en tareas de carga. Esta transición hacia roles prácticos y domésticos explica cómo, en distintas culturas y contextos, la presencia del perro se fue consolidando como parte esencial de la vida cotidiana.
Desafíos y cambios en la convivencia humano-canina
También sabemos que, en algunos casos, esta relación entre humanos y perros no siempre fue armoniosa. En sitios arqueológicos de la Edad del Bronce, los investigadores han hallado huesos de perros con signos de haber sido consumidos por humanos en épocas de escasez. Esta práctica, que hoy resulta chocante en la cultura occidental, era común en muchas sociedades antiguas, especialmente en tiempos de crisis alimentaria.
Con el paso del tiempo, sin embargo, los perros se integraron tan profundamente en la vida humana que muchas civilizaciones desarrollaron rituales para honrar su lealtad. Por ejemplo, en culturas mesoamericanas, los perros eran considerados guías del alma en el viaje al más allá, y era común que se sacrificaran o enterraran junto a sus dueños para acompañarlos en la vida después de la muerte.
Hoy día, el perro no solo es una mascota; representa una conexión histórica y emocional que ha perdurado a través de milenios. Las investigaciones actuales, como las de la Universidad de Durham y el Instituto Max Planck, han mostrado que el ADN de los perros no solo refleja una mezcla genética, sino un legado cultural que comenzó hace miles de años y continúa evolucionando.
‘Un hocico prodigioso’, un análisis científico de cómo un lobo acabó en nuestro sofá
Un hocico prodigioso, escrito por Javier López-Cepero y publicado recientemente por Pinolia, es una obra fascinante que explora la relación humano-perro desde una perspectiva histórica y científica. A través de un recorrido que abarca 15,000 años, el autor desentraña cómo este vínculo ha evolucionado desde las primeras interacciones entre humanos y lobos hasta la domesticación y adaptación de los perros a nuestros hogares modernos.
López-Cepero, profesor en la Universidad de Sevilla y especialista en el estudio de la interacción humano-animal, ofrece una mirada profunda sobre cómo los perros han influido en nuestra vida, no solo como compañeros, sino también como elementos clave en nuestra evolución social y emocional. El libro destaca los beneficios y desafíos de esta relación, y ofrece una reflexión sobre cómo esta conexión sigue transformándose en el mundo contemporáneo.
Se trata, no hay duda, de una obra esencial para cualquier amante de los perros o para quienes deseen comprender cómo esta relación ha dado forma, y continúa dando forma, a nuestras vidas y sociedades. Con una perspectiva accesible y profundamente humana, nos invita a reflexionar sobre uno de los lazos más antiguos y significativos en la historia de la humanidad.
Referencias:
- Bergström, A., Stanton, D.W.G., Taron, U.H. et al. Grey wolf genomic history reveals a dual ancestry of dogs. Nature 607, 313–320 (2022). doi: 10.1038/s41586-022-04824-9
Cortesía de Muy Interesante
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