
La autoridad de la Presidenta es un valor tan intangible como existente más allá de las formalidades de la ley. Le fue conferida mediante rituales del poder. Es producto de una trabajada cercanía con el carismático líder; de su capacidad para hacerse de la candidatura pasando por encima de compañeros del movimiento duchos en mañas; y de la disciplina en una campaña presidencial.
En pocas palabras, la obtuvo gracias a que con los suyos y hacia afuera desplegó una eficaz adaptabilidad a las coyunturas, incluso antes de sentencias que validaron lo legal de su elección y de la toma de protesta ante el Congreso.
No es singular que quien obtiene la mejor rebanada del poder luego tenga compartirlo con esos a quienes derrotó. El acuerdo de las corcholatas permitió a los perdedores salvar cara, otra vez, hacia adentro de Morena y hacia afuera del obradorismo.
Tal reacomodo no fue sin reglas. Recuérdese que Marcelo Ebrard intentó proclamarse cabeza de la primera “minoría” (término mío) y precisamente Claudia Sheinbaum enmendole la intentona grupera. El movimiento es uno y soy la guardiana, dejó en claro… con autoridad.
Y a pesar de lo anterior, el ahora secretario de Economía es, de las corcholatas, quien más contribuye a la imagen de poder de Sheinbaum.
Los otros cuatro, con más o menos disimulo, se exhiben díscolos frente a Palacio. Como en la foto aquella del Zócalo, para decirlo con una imagen que ya es un clásico: están más atentos a sus personas que a la persona y a la investidura de la Presidenta.
Antes de que se fije en piedra eso de que de ahí pa’l real a quienes le dieron la espalda ese mediodía les cayó el chahuistle, conviene decir que los del zocalazo siguen rejegos: uno, Manuel Velasco, defensor del nepotismo electoral repudiado por Claudia; otro, el inmutable senador Barredora, Adán Augusto; uno más, lord tepozteco Fernández Noroña, y, cómo no, Andy, que opera como quien busca más el amparo de una portada de empresario del año que el cobijo de la legitimidad de patear la calle como nadie, o como su padre, para decirlo en plata, a ver si así se entiende.
Esto último y sonoros escándalos por graves delitos que implican corrupción, violencia, narcotráfico y contrabando de energéticos -en los que está por verse cuántos obradoristas de primera línea resultan balconeados-, representan los mayores retos a la autoridad presidencial.
La buena noticia es que a pesar de todo la presidenta goza de aceptación popular.
Por eso mismo, esa autoridad ha de ser invertida para sacar adelante a un país, y ha de cuidar de no malgastarla en defender a indefendibles de su movimiento. Difícilmente le alcanzaría para ambas cosas, además de que su mandato es el primero, no el segundo.
El fin del verano pinta como empezó para Claudia Sheinbaum. Se la pasa en bomberazos para tratar de sofocar llamas de conductas impropias, o de plano delictivas, ya sea del sexenio pasado o del primer cuadro vigente en el obradorismo 2.0.
Todo lo que batalló para obtener la autoridad habrá sido en vano si Sheinbaum insiste en sembrar dudas sobre sus prioridades. No puede permitir que se instale la incertidumbre de si a final de cuentas solo quiere cuidar a los de casa y dejar a los de fuera a su suerte.
Porque la ciudadanía exige que quien sabe lidiar con Trump, quien maniobra para corregir el déficit económico, quien combate decididamente a cárteles le ponga un hasta aquí a quienes en Morena no le dan su lugar, a esos pocos que le regatean autoridad.
Cortesía de El Informador
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