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- Autor, José Carlos Cueto
- Título del autor, Corresponsal de BBC News Mundo en Colombia
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En los campos del Cauca, en el sur de Colombia, la hoja de coca es cada vez más productiva y resistente.
Leonardo Correa, coordinador regional de la oficina de la ONU contra la Droga y el Delito (UNODC por sus siglas en inglés), lleva años vigilando estas transformaciones.
Junto a su equipo analiza las plantas. Mide rendimientos, fertilidad, capacidades. Hay indicadores que se han duplicado en los últimos años.
“Estas mejoras no vienen solo de la habilidad del campesino cocalero. Aquí hay otro nivel de conocimiento experto en temas agronómicos”, le dice Correa a BBC Mundo.
En octubre de 2024, la UNODC informó que la producción de cocaína se disparó un 53% en 2023 hasta alcanzar las 2.600 toneladas en Colombia, el mayor productor mundial de esta droga.
Es un récord histórico cimentado en varios factores.
Entre ellos, los resultados de una especie de carrera narcocientífica para potenciar la rentabilidad de la cocaína y que incluye múltiples refinamientos químicos, agrícolas, logísticos, tecnológicos y de captación de talento.
Un reto más si cabe para el Estado colombiano que, a pesar de lograr masivas incautaciones de producto, sigue viendo cómo los narcos inundan al mundo de cocaína apoyados en la tecnociencia que sirve tanto a la legalidad como al crimen.
Cocaína, de negocio de margen a volumen
Los tiempos en que el negocio de la cocaína hacía que un hombre como Pablo Escobar apareciera en la lista Forbes de los más ricos del mundo en los 80 ya quedan atrás.
Primero, porque hoy los capos del narco suelen más discretos y cuidadosos que el desaparecido líder del Cartel de Medellín, pero también porque la cocaína ya no produce los retornos de antaño aunque se produzca y mueva en cifras récord.
“Pasó de ser un negocio de margen a uno de volumen con cada vez más actores. Para ganar bien, un narco debe producir mucho más. Hoy se gana con tres toneladas lo que antes con una”, le explica a BBC Mundo Daniel Rico, economista de la Universidad Nacional de Colombia con experiencia estudiando el negocio de la cocaína en Colombia.

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“El negocio se pudre por altos excedentes de producción”, añade.
Es una ecuación simple de economía. Si hay exceso de producto, los precios bajan. La demanda no va a la par que la producción.
Es por ello que Rico pide contextualizar varias de las llamadas innovaciones narcos de tiempos recientes.
“Una mejora es cuando consigues ganar más plata invirtiendo menos recursos, pero no creo que estos ‘manes’ (los narcos) la están pasando bien”, aclara el experto.
Es en este contexto de precios bajos y la obligación de mover grandes cantidades de producto a mercados lejanos como Europa, África y Oceanía donde los barones de la droga intentan cambiar las reglas del juego.
Cepas doblemente productivas
La UNODC define tres enclaves en Colombia donde se aceleró la producción de hoja de coca en los últimos años: el Catatumbo, junto a la frontera venezolana en el noreste colombiano, en Putumayo, en el sur, y hacia el Cauca, Nariño, y en particular Tumaco, en el suroeste hacia la costa pacífica.
“La mitad de la cocaína que se produce en Colombia viene de esos enclaves que ocupan más o menos el 15% del territorio de zonas cocaleras”, dice Correa.
En estas zonas, expertos encuentran variedades más productivas y resistentes, un uso más eficiente de agroquímicos, mejores sistemas de riegos y hasta técnicas agrícolas de precisión y fertilización apoyada por drones.

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“Se han introducido nuevas cepas que, con las mejoras técnicas, son capaces de producir hasta seis cosechas al año. Normalmente eran dos o tres”, le comenta a BBC Mundo Francisco Daza, coordinador de la línea de Paz Territorial y Derechos Humanos de la Fundación Paz y Reconciliación (Pares) en Colombia.
“También se mejoró el aprovechamiento del suelo. Puede haber hasta 10.000 plantas por hectárea. Anteriormente se daban 4.000-6.000”, añade Daza.
Cuánto dependen estas mejoras de los narcos es difícil de cuantificar.
El economista Rico piensa que, más que por grandes innovaciones, éstas también se explican por la experiencia del campesino cocalero y la mayor estabilidad y seguridad actual para sembrar coca.
“Ya no se riegan los campos con glifosato (un herbicida usado antes por el gobierno para dañar cultivos) y esta administración de Petro opta por no ‘molestar’ a los campesinos y ofrecer espacio para negociaciones políticas”, explica el economista.
Correa y Daza sí defienden que las mejoras de los últimos años tienen un nivel de refinamiento lejos del alcance de un cultivador común.
“Esto no puede ser espontáneo. Debe haber una formación mucho más robusta para encontrar fórmulas de mejora de plantaciones y cosecha de hoja de coca”, dice Daza.
Formación y captación de talento
En 2023, la Fiscalía colombiana detectó que grupos criminales mexicanos enviaban “ingenieros agrónomos” al país para incrementar la productividad de la hoja de coca y producir más alcaloide, lo que implica una mayor concentración de cocaína base por planta.
Autoridades colombianas y centros de investigación como Pares han reportado la presencia de miembros de carteles mexicanos en Colombia, con decenas de individuos arrestados en los últimos años.
Según Pares, la mayor presencia se ha detectado en los corredores clave del narcotráfico y los principales enclaves cocaleros del país. Precisamente, en la costa pacífica nariñense, el Catatumbo y el Cauca, donde expertos también hallan las mejoras más notables de cultivos.
La articulación entre carteles mexicanos como el de Sinaloa o Jalisco Nueva Generación y grupos armados colombianos como el autodenominado Ejército Gaitanista de Colombia (Clan del Golfo) o disidencias de las Farc y el ELN, según Daza e investigaciones de Pares, parece incluir formación y captación de talento especializada en conocimientos químicos.
“Los narcos preparan a su gente dentro de la misma organización. Hemos visto integrantes de grupos armados colombianos que llegan a México para prepararse en temas técnicos y productivos para la hoja de coca”, afirma Daza.
“No está claro si hay ‘ingenieros agrónomos’ provenientes de la educación formal, pero hay documentos de laboratorios bien dotados y capacitados en México. No me parecería raro que haya vínculos con personas más académicas”, agrega el investigador.

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En diciembre de 2024, un reportaje de The New York Times documentó a través de testimonios cómo grupos criminales mexicanos reclutaban ofreciendo grandes ganancias a alumnos de química de universidades mexicanas para robustecer sus laboratorios de fabricación de fentanilo.
Una práctica al estilo de la popular serie estadounidense Breaking Bad que James DeFrancesco, director del programa de ciencias forenses de la Universidad de Loyola en Chicago y exquímico forense de la Drug Enforcement Administration (DEA) conoce desde hace décadas.
“En 2006 desmontamos un laboratorio sofisticado de fentanilo cerca de Ciudad de México gestionado por un químico profesional formado en Estados Unidos”, cuenta DeFrancesco.
“Sin estar al nivel de la producción de fentanilo, tiene sentido contratar talento profesional y necesitas buenas habilidades químicas para extraer más producto de la hoja de coca”, opina el académico.
Pero la sofisticación química va más allá de las mejoras en cultivos.
Al transportar la base de coca, expertos crean una mezcla que funciona como un “candado”.
“Combinan la base con otras sustancias, creando un camuflaje químico indetectable para las autoridades que solo otro experto puede deshacer para liberar la droga”, explica Correa, de la UNODC.
“Son múltiples niveles de mejoras muy expertas”, agrega.
Más allá de la química

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Ante un mercado inestable, cambiante, con mercados emergentes, la carrera tecnocientífica de los narcos calcula riesgos y beneficios; busca nuevas rutas, persigue la eficiencia en operaciones logísticas complejas.
César Álvarez, con experiencia investigando el crimen organizado transnacional, estudia estas operaciones y se centra en un mercado, el australiano, que es oro para los narcos.
En ese país un kilogramo de cocaína puede valer hasta US$240.000, seis veces más que en Estados Unidos.
A fines de 2024 la Armada de Colombia descubrió un semisumergible cargado de cocaína en el Pacífico, con suficiente combustible para navegar hasta Australia, en lo que entonces se propagó en varios artículos de prensa como “una nueva ruta de contrabando”.

“Pero que la hayan descubierto no significa que sea nueva. Las autoridades suelen descubrir las rutas cuando ya llevan tiempo funcionando. Los criminales van más rápido que las fuerzas del orden”, asevera Álvarez, investigador en la Universidad Charles Sturt en Australia.
Durante décadas, el uso de semisumergibles y sumergibles para mover droga, si bien no son el tipo de embarcación más incautada, ha supuesto un reto para las autoridades nacionales e internacionales.
“Los narcosubmarinos artesanales han sido insignia del narcotráfico en Colombia, muchos construidos localmente en talleres clandestinos del Pacífico, Nariño y el Cauca”, dice Daza.
En esta categoría, coinciden expertos, también se han visto sofisticaciones que sugieren que detrás hay talento profesionalizado.
Antes, una de estas naves podía costar alrededor de US$1 millón, describe Rico, de la Universidad Nacional.

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Pero ahora, empleando materiales de construcción más ligeros como fibra de vidrio y carbono, con componentes ensamblados en impresoras 3D, los narcos son capaces de diseñar algunas embarcaciones de gran capacidad por hasta entre US$50.000 y US$100.000.
Con esos precios, concluye Álvarez, al contrabandista hasta le da un poco igual si le incautan: “si entiendes que el kilo de cocaína en Australia puede costar más de US$100.000, consigues potentes retornos en pocos envíos”.
“Hemos visto, además, tecnificaciones que optimizan la navegación, como que puedan tripularse de forma remota, básandose en elementos tecnológicos de navegación como GPS, y los usos de motores silenciosos y mejoras en los sumergibles que impiden ser detectados por radares”, cuenta Daza.
“Pronto veremos cómo utilizarán la inteligencia artificial y se acelerarán los tiempos de producción”, predice Álvarez.
Son mejoras que, según los investigadores, prevendrán capturas de integrantes de carteles, grupos armados y colaboradores.

Tradicionalmente, se ha documentado que estas embarcaciones son capaces de navegar entre 2.000 y 3.000 kilómetros, el equivalente a moverse entre la parte norte de Sudamérica y Centroamérica.
Pero los nuevos descubrimientos sugieren que las naves cuentan con redes de escala y abastecimiento en otros países o islas y se complementan con buques de carga y contenedores camuflados para mover el producto más lejos.
Según Álvarez y Correa, esto indica la fuerte transnacionalidad que adquirió el negocio en los últimos años: “una amplia cadena humana que se sirve de la corrupción en puertos y pequeñas islas para funcionar”.
“Estas operaciones no suceden solo en Colombia. Está clarísimo que hay relaciones entre grupos criminales de diferentes países. No es casualidad que los principales enclaves cocaleros y zonas donde se detectan laboratorios y astilleros informales sean regiones fronterizas, como el Catatumbo con Venezuela y el sur pegado a Ecuador y Perú”, dice Correa.
La carrera de las autoridades

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En el Centro Internacional de Investigación y Análisis Contra el Narcotráfico Marítimo (CIMCON) de Cartagena en Colombia estudian minuciosamente todas las innovaciones tecno-logísticas de los narcos para exportar la cocaína a cada vez más destinos.
“Antes veíamos estas embarcaciones solo en Colombia, pero ahora las vemos por todo el mundo, como frente a la costa de Portugal, con un semisumergible que cruzó el Atlántico y se incautó el año pasado con casi 5,5 toneladas de cocaína”, le dice a BBC Mundo Víctor González, capitán de fragata de la Armada.
González atestigua varios de los hallazgos e innovaciones antes descritas por los expertos.
Cita una incautación que impresiona: “un semisumergible no tripulado en Santa Marta, Colombia, manipulado remotamente con dos antenas de Starlink -la empresa de Elon Musk- encima y equipos electrónicos dentro para su navegación por vía satelital”.
“Cada día evolucionan más y podemos decir que detrás hay una mano de obra muy tecnificada”, añade González.
Según cifras del gobierno colombiano, la fuerza pública incauta toneladas de cocaína en números récords y en ascenso en los últimos años, con casi 800 toneladas decomisadas en 2024.
A diferencia de algunos de sus predecesores, el presidente Petro no apuesta por una erradicación de cultivos como arma principal para atacar al narcotráfico, sino que decide centrarse en otros grandes eslabones de la cadena y las incautaciones masivas.
Pero varios expertos, si bien aplauden las confiscaciones, opinan que es difícil cuantificar su efecto. El número récord podría reflejar la sobreproducción y, si los narcos son mejores en el camuflaje, las cifras podrían estar sobrevaloradas.
Como resume Álvarez, solo incautar es como sacar cubos de agua de una casa sin cerrar la llave que la inunda.

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Cortesía de BBC Noticias
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