
El conteo de víctimas es una de las prácticas más ambiguas y oscuras tanto en la función pública como en el periodismo. Por un lado, si no se mide no se atiende; por el otro, contabilizar cuerpos reduce a cifras a personas que tuvieron una vida, una historia, miles de recuerdos, y que, por la situación que sea, terminan en una bolsa al interior de una gaveta en el Servicio Médico Forense.
Morir por una enfermedad del corazón, por diabetes, por un accidente, son indicadores que -en la teoría- la autoridad necesita para tomar acciones que, eventualmente, atiendan el problema de raíz. Por supuesto, el estilo mexa de tomar acciones implica subir impuestos al tabaco, refrescos, videojuegos y hasta a las roscas de Reyes que todavía hoy comen los revendedores del Costco para, después, destinar esos fondos en plazas para compas, y no en medicamentos para enfermos.
Ahora, que este conteo de víctimas esté ligado con el temporal es una aberración. De acuerdo con información oficial de Protección Civil Jalisco, desde que iniciaron las lluvias de 2025 han muerto 18 personas en esta Entidad; el año pasado fueron 16. Son 34 en dos años, y todas por hechos ligados a las tormentas.
Por supuesto que hay factores inherentes al ciudadano, como el instinto de supervivencia que te indica que no debes cruzar una corriente elevada y lo mejor es esperar a que baje. Y, sin embargo, también ahí hay una omisión de la autoridad que no ha logrado integrar la cultura de la protección civil entre la gente.
Lo peor es que las zonas más urbanizadas siempre son las más riesgosas. En esta temporada de lluvias se han localizado dos cuerpos en el Parque de la Solidaridad que fueron arrastrados por la corriente. Y para responder ante esta crisis (que lo es), la autoridad saca el discurso que viene en su manual de estilo: “No atendieron las indicaciones”.
La gran paradoja de los slogans o rúbricas de las autoridades metropolitanas en turno es que aciertan en destacar sus peores yerros. Porque, así como no te puedes “ir recio” en Tlajomulco de Zúñiga cuando van dos lunes que el municipio se paraliza en cuanto cae agua del cielo, una ciudad que te cuida no es una ciudad que te mata. Y, con la estadística oficial en la mano, Guadalajara es una ciudad que te mata.
¿Es la pésima planeación? Sí, lo sabemos de sobra. Pero también la corrupción. Son los políticos que han gobernado en las últimas décadas bajo una lógica en la que se impone el pago de favores con permisos de construcción a quien los apoyó en la campaña, sin importar la zona en la que se vaya a montar otro coloso de metal y concreto que va a hacer que el agua fluya en cascada y ponga vidas en riesgo.
En su libro de 2014, La doble vida de Jesús, Enrique Serna narra la historia de un político honrado, de esos que o no existen o están en peligro de extinción, y su lucha por no sucumbir al banquete de excesos, lujos y corrupción que les pone en la mesa el mínimo puesto de poder.
En el desarrollo de su novela, Serna expone la demoledora verdad que hay detrás de esos puestos de mando y el pago de favores partidistas cuando este político honesto, Jesús Pastrana, busca escalar en la pirámide, y la respuesta que recibe de sus apoderados: “Tú nos necesitas a nosotros y nosotros a ti. De eso se trata la política: de sacarle provecho a las ambiciones y a los apuros de los demás”.
Nada más cierto, nada más real, nada más indignante, que la ciudad que te cuida hoy se defina bajo la misma premisa: sacarle provecho a las ambiciones y a los apuros de los demás, en detrimento de la vida de las personas que, se supone, debes cuidar.
Cortesía de El Informador
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