
“El aire esta lleno de nuestros gritos, pero la costumbre ensordece”. S.Beckett
Esperando a Godot
Hace unos días, por casualidad me topé con un texto de Marilia Aisenstein, psicoanalista titulado “Deseo, dolor y pensamiento” que retomaba una conferencia dictada en el año 2004, en el cuál externaba su preocupación por la destrucción del pensamiento. En aquel momento, las preocupaciones circulaban entre dos problemas muy importantes a considerar: uno en relación con la civilización y como nuestras sociedades a nivel individual y colectivo, estábamos asumiendo nuestras formas de pensar y actuar frente al los nuevos órdenes globales orientados al consumo, la aceleración y la acumulación, la otra, como estos imperativos estaban degradando nuestras relaciones humanas.
Estos procesos, sin lugar a duda, son condiciones estructurantes de nuestro tiempo, pero no sólo esto, a su vez, son propuestas que instituyen leyes de convivencia y creencia, que los seres humanos decidimos adaptar a nuestra vida, sin abrir la posibilidad de adoptar, que muchas veces no pasa por nuestro registro del cuestionamiento y la duda. Así, nuestras relaciones sociales acatan un deber, que emana de una suerte de imperativo que responde a procesos reactivos, donde obedecer, atender a la inmediatez y no tomar el tiempo para reflexionar en torno a nuestras relaciones personales, sociales e históricas críticamente, se han vuelto constitutivos en nuestra vida, convirtiéndonos en piesas funcionales de proyectos “democráticos” que ahora emanan un aroma autoritario. Para dar cuenta de esto, nada más hace falta echar una mirada a las propuestas de Estados Unidos sobre sus políticas del miedo -contra todo lo que sea distinto-, a partir de sistemas de creencias económicos –en “God we Trust”- o la reclusión aniquiladora de la vida en el Salvador, sobre aquellos cuerpos que no han resultado ser adecuados a los modelos de vida civilizatorio – y que son producto de los mismos pactos culturales-, y que decir del conflicto entre Gaza e Israel, que ha derivado en una aniquilación de la vida, desde la más profunda deshumanización.
Nuestra actualidad se rige por pactos civilizatorios, que hemos construido y fortalecido. El problema es que estos pactos culturales, dictan nuestros modos de relacionarnos con el mundo y entre nosotros, provocando que, a mayor obediencia regida por una lógica de mercado y consumo, mayor es la destrucción, agresión, destrucción humana y ambiental. Como lo recuerda Aisenstein:“ Cuando la noción de civilización es coartada del ser humano, puede desembocar en un ideal artístico o en una ideología peligrosa”(p.107) Si, es una época donde la apuesta es destruir el pensamiento y fortalecer la desligazón social. El no pensar y el insoportable malestar auspiciado por el miedo y la incertidumbre dictan nuestras maneras de sobrevivir, sin importar que estas reglas y formas de estar en la vida trabajen a partir de destruir nuestra interioridad -emocional, subjetiva y temporal- y que, a su vez este contribuyendo a nuestra destrucción y de las cosas que nos rodean.
Hoy nos hemos conformado, hemos resignado nuestra responsabilidad ética frente al dolor, y la hemos sustituido por acciones, ideologías y creencias inmediatas. Poco importa lo que nos pasó, las heridas y los sufrimientos sociales, todo se borra y en torno a discursos vacíos de sentido, pervertimos la función central de la memoria que implica un compromiso con el recordar y el relaborar nuestra historia, porque solo las pérdidas nos hacen escribir.
Cuando hay desligazón social, se destruye el sentido de nuestra historia, se exilia la pérdida y se desvitaliza cualquier lógica de sentido que permita instaurar una pregunta a lo que pasó y lo que nos pasa.
El des-pensar, potencializa las crisis en nuestros procesos históricos de representación y acelera mecanismos de destrucción y agresividad infinitos, por falta de reflexión. Hoy vivenciamos un proceso de desmentalización, donde una dialéctica impulsada por el más fuerte, y una comunidad conforme, cede su facultad del pensar a otros, delegando nuestra única posibilidad de escucharnos y elaborar propuestas inéditas donde las singularidades, puedan escucharse y pensarse a partir de sus diferencias. Hoy el llamado como nos lo recordaba ya Michel de Certeau en su obra “La cultura en plural” escrita en 1999, nos orientaba en valorar la potencia del pensar, donde las sociedades a través de la imaginación y la creatividad podían crear culturas subalternas para resistir a las imposiciones y confrontar cualquier forma de dominación. La historia no puede ni debe ser útil ni servil, al contrario, implica un compromiso por el pensar, por el reflexionar en torno a lo que nos pasa ahora, en tiempo presente, a indagar sobre las condiciones de posibilidad de nuestras relaciones sociales, sistemas de creencias, ideologías, valores, que nos permitan exiliar la espantosa normalidad que hemos construido a partir de protocolos civilizatorios, y que a partir de un ejercicio crítico, insistan en problematizar, en el desierto de lo ya sabido…
Dedicado a la Dra. Genevieve Galán, por su incansable insistencia en no renunciar al ejercicio del pensar…
Cortesía de El Economista
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