
Perder el empleo después de los 45 años en México puede convertirse en una condena silenciosa. Para muchas personas, especialmente quienes no están blindadas por redes profesionales y cargos estratégicos en su historial, dicha pérdida puede implicar casi una sentencia permanente de exclusión del mercado laboral formal.
Y lo más preocupante es que no genera escándalo. Nadie marcha por los derechos laborales de los adultos… y hacia esa realidad vamos todos –si no es que ya estamos ahí–. Ésta es quizá la discriminación laboral más común, pero parece que ni nos agobia como sociedad ni hablamos mucho de ella. Eso tiene un nombre: edadismo.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) lo afirma sin rodeos en su informe Perspectivas del Empleo 2025 difundido hace unos días: “La discriminación contra los trabajadores mayores sigue siendo una barrera importante para su empleo”. No se trata de una percepción subjetiva ni de un fenómeno aislado, sino de una exclusión estructural que impide aprovechar plenamente el talento acumulado en un mundo que envejece.
La paradoja es que esta exclusión ocurre justo cuando los países, incluido México, comienzan a experimentar una escasez persistente de trabajadores. La OCDE advierte que la población en edad laboral –de 20 a 64 años– ya comenzó a disminuir y seguirá cayendo hasta 2060. Al mismo tiempo, la tasa de dependencia de la tercera edad, es decir, la proporción de personas de 65 años o más en relación con la población en edad de trabajar pasará de 31 a 52% en las próximas tres décadas.
Ante este escenario, el organismo recomienda alentar y facilitar que las personas adultas y las de la tercera edad con buena salud permanezcan más tiempo en el mercado laboral, como una estrategia clave para ampliar la fuerza de trabajo y reducir la presión sobre las generaciones jóvenes.
En México el panorama no es diferente. Entre las personas de entre 45 y 54 años, la tasa de participación laboral es de 73.4%, 6.7 puntos por debajo del promedio global; en el grupo de 55 a 64 años, de 64.9%, 8.1 puntos también inferior. Esa diferencia refleja no sólo rezago económico, sino también una cultura que sigue asociando productividad con juventud.
La OCDE advierte que los empleadores suelen asumir que los trabajadores jóvenes “encajarán mejor” en los puestos, aunque no haya evidencia concluyente que respalde esa percepción. En muchos casos, el sesgo etario es más fuerte que la experiencia o las credenciales.
Esto ocurre mientras las empresas afirman no encontrar talento. Según ManpowerGroup, el 70% de los empleadores en México tiene en la actualidad dificultades para cubrir vacantes. Pero muchas estrategias de reclutamiento siguen orientadas a atraer perfiles jóvenes, incluso cuando las vacantes podrían ser cubiertas por personas con trayectorias más amplias. En lugar de valorar la experiencia, se opta por descartarla.
La OCDE no deja lugar a dudas, pues mantener a los trabajadores adultos en el mercado no sólo es una cuestión de justicia laboral, sino también de eficiencia económica. El informe muestra que, si se redujera el número de trabajadores de edad avanzada que sale del mercado laboral y se alcanzaran los niveles del 10% de los países que cuentan con las tasas de salida más bajas, las naciones de la agrupación podrían reducir significativamente las pérdidas previstas del crecimiento del PIB per cápita derivadas del envejecimiento demográfico.
Y aunque el bono demográfico todavía resulta positivo para México, la realidad es que tampoco existen políticas para fomentar la retención laboral de los adultos. La OCDE destaca que si se movilizan “los recursos laborales no aprovechados”, entre ellos una mayor participación femenina y de los trabajadores mayores, nuestro país “podría incrementar el crecimiento anual del PIB per cápita hasta 0.41%”.
Combatir el edadismo no es un gesto simbólico ni una agenda progresista. Es una respuesta urgente a un cambio demográfico que ya está ocurriendo. Un país que desperdicia su experiencia, lo que en realidad está haciendo es renunciar a un futuro más sólido.
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