La falta de acuerdo en la última votación en el Senado aboca a Estados Unidos al primer cierre de Gobierno en siete años

Washington escenifica cada pocos meses su propia versión de Pedro y el lobo con un drama recurrente protagonizado por demócratas y republicanos del Capitolio en busca de un acuerdo para extender la financiación temporal de la Administración. Normalmente, flirtean con el desastre que supondría un cierre del Gobierno, que acaba por evitarse, más o menos in extremis. Pero a veces, ese extremo llega. Este martes a eso de las 19:00 fue una de esas veces.

En la última votación posible (que se saldó con un 55-45), los demócratas del Senado se negaron a apoyar la propuesta republicana de refinanciación, así que, a falta de un milagro −de esos que no abundan en Washington− el grifo del dinero público se cerrará a las 0:01 de este miércoles, 1 de octubre, fecha del inicio del nuevo año fiscal.

Este lunes, cuando quedaban poco más de 30 horas para el fatídico momento, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se reunió al final de la tarde (hora local) con los cuatro políticos con más poder del Capitolio para acercar posturas y evitar el temido shutdown. Hakeem Jeffries y Chuck Schumer, líderes de las minorías demócratas en la Cámara de Representantes y el Senado, se sumaron a los de las mayorías republicanas en ambas cámaras, Mike Johnson (baja) y John Thune (alta) con la amenaza en el horizonte de un desacuerdo que la Casa Blanca ha prometido que aprovechará para convertir en despidos definitivos la suspensión temporal de empleo y sueldo de decenas de miles de funcionarios que trae cualquier shutdown.

Para evitar el cierre, los demócratas exigían esta vez una extensión de los subsidios de la Ley de Atención Médica Asequible (también conocida como Obamacare, norma que extendió la protección médica a millones de estadounidenses no cubiertos por los seguros privados) y la reversión de los recortes a Medicaid y otros programas de salud que los republicanos aprobaron en julio como parte de la gran reforma fiscal de la “ley grande y hermosa”.

Tras la reunión, Schumer y Jeffries comparecieron ante los reporteros de la Casa Blanca. Schumer habló de “grandes diferencias en cuanto a la atención médica”, mientras que Jeffries las definió como “significativas y relevantes”.

Unas horas después de esa comparecencia, Trump posteó en su cuenta en Truth un clip para el que cogió el vídeo de las declaraciones de ambos líderes demócratas, le añadió a Jeffries un sombrero mexicano y un bigotón de dibujos animados e hizo a Schumer decir, con la técnica del deepfake, lo siguiente: “No hay forma de edulcorarlo. A nadie le gustan los demócratas. Ya no tenemos votantes por culpa de todas nuestras tonterías woke y trans. Ni siquiera los negros quieren votarnos. Incluso los latinos nos odian. Así que necesitamos nuevos votantes, y si les damos atención médica gratuita a todos estos inmigrantes ilegales, quizá podamos ponerlos de nuestra parte para que voten por nosotros. Ni siquiera hablan inglés, así que no se darán cuenta de que solo somos un montón de progresistas de mierda, hasta que aprendan el idioma y se den cuenta de que también nos odian”.

Tras la reunión en la Casa Blanca, también hablaron con la prensa los líderes republicanos, que salieron acompañados del vicepresidente, J. D. Vance, que afirmó: “Creo que nos encaminamos hacia el cierre, porque los demócratas no harán lo correcto. Espero que cambien de opinión, pero ya veremos”.

Tanto Vance como Johnson repitieron las falsedades de Trump, que lleva días diciendo que lo que pretenden sus rivales es dar atención médica gratuita a los inmigrantes indocumentados, pese a que la ley lo prohibe expresamente, además de “obligar a los contribuyentes a financiar cirugías transgénero para menores, incluir a personas fallecidas en las listas de Medicaid, permitir que delincuentes ilegales roben miles de millones de dólares en beneficios a los contribuyentes estadounidenses, intentar obligar a [Estados Unidos] a abrir de nuevo sus fronteras, permitir que los hombres participen en deportes femeninos y, en esencia, crear operaciones de transición [de sexo] para todos”.

Johnson y Thune insistieron en pedir a los demócratas que aprueben la extensión de la financiación hasta el 21 de noviembre, para, así, tener tiempo para negociar una ley presupuestaria para 2026. Ambos subrayaron que durante los años de Joe Biden en la Casa Blanca, su partido pactó con sus rivales hasta en 13 ocasiones para evitar una situación como la que se avecina.

La amenaza de las decenas de miles de despidos ha dejado a los demócratas en una difícil posición. Trump tratará de culparles de esos despidos por no aceptar el plan republicano, aunque su Administración lleva ya desde enero embarcada en una purga de funcionarios con la motosierra del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), y pese a la sospecha de que todo solo es la excusa perfecta para continuar con esos recortes. Al mismo tiempo, la crisis ha dado a los demócratas una oportunidad para presentar batalla a Trump y mandar un mensaje de resistencia a su base, que duda cada vez más de la capacidad de sus líderes para oponerse con firmeza a las políticas de la Casa Blanca.

El más veterano

Schumer es el político que soportaba la mayor presión. Los republicanos, que cuentan con una mayoría magra en la Cámara de Representantes pudieron sacar el plan de financiación del Gobierno sin el apoyo de ninguno de sus contrincantes. En el caso del Senado, donde cuentan con 53 escaños frente a los 47 demócratas, necesitaban el apoyo de al menos siete miembros de la bancada rival, porque el asunto requiere de una mayoría cualificada para salir adelante.

Finalmente, se pasaron cuatro senadores de bando: John Fetterman (Pensilvania), Catherine Cortez Masto (Nevada) y el independiente Angus King (Maine). Rand Paul, republicano disidente de Kentucky votó con los demócratas.

Schumer es también el más veterano del lote. En 2018 y 2019, se negó por dos veces a financiar el Gobierno de Trump como protesta por la política migratoria de su Administración. En la segunda de esas ocasiones, los demócratas mantuvieron el pulso durante más de 30 días, que terminaron a principios de 2019, antes de aceptar un acuerdo para reabrir el grifo de gasto.

En marzo de 2025, Schumer recibió duras críticas desde el ala más progresista de partido cuando accedió a votar la ampliación de la financiación temporal sin concesiones. Lo hizo argumentando que un cierre solo agravaría los efectos de las políticas de Trump. Jeffries tiene menos experiencia en estas lides: este lunes era la primera vez que se reunía formalmente con el presidente de Estados Unidos.

Desde 1980, ha habido 14 cierres del Gobierno. El más reciente llegó duró 34 días. En diciembre del año pasado, demócratas y republicanos estuvieron a punto de no alcanzar un acuerdo, lo que habría supuesto dejar a los funcionarios sin sueldo en Navidad.

No todos los servicios federales se interrumpirán este miércoles si el shutdown se hace realidad. Aspectos “esenciales” del funcionamiento de la Administración, como el reparto del correo postal o el trabajo de los controladores aéreos continúan. Los parques nacionales o los museos públicos, en cambio, se preparan para cerrar. Para la mayoría de los estadounidenses, los efectos son limitados. En Washington, donde se concentra buena parte de los funcionarios que se quedarán en casa si el Gobierno cierra, las cosas son distintas. Mientras el reloj continuaba marcando las horas, la capital contuvo el aliento para finalmente certificar que sí, que esta vez acabaría viniendo el lobo.

Cortesía de El País



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