El contraste no pudo ser más nítido. Mientras que, en estos días, la Reserva Federal de Estados Unidos, el banco Goldman Sachs, la UNCTAD o la agencia Bloomberg advirtieron que la economía de estadounidense sufrirá un retroceso este año por la guerra comercial que lanzó el propio gobierno, China informó que la tasa anual de expansión de su PBI creció al 5,4% anual en el primer trimestre.
Es cierto que el dato refiere al período previo al “Día de la Liberación” (?) anunciado por Donald Trump el 2 de abril, y que es posible que en los trimestres que restan del año, China también aminore su crecimiento con un mercado tan importante para sus exportaciones como el de EE.UU. mucho más cerrado por la suba de aranceles. Pero también los pronósticos para las dos mayores economías del mundo difieren.
Plan quinquenal
En China, la meta del plan quinquenal actual para 2025 sigue siendo 5%; Goldman Sachs augura 4% por la guerra comercial. En la anterior y menos virulenta ofensiva de Trump, durante su primera administración, China crecía en 2017 al 6,9% y para fines de 2019 (luego llegó el Covid-19 y alteró el cuadro, aunque menos en China que en casi todo el resto del mundo) había caído un punto. Suponiendo igual escenario y que la economía china quebrara el piso de 5%, igual la de EE.UU. luce con peor pronóstico. La propia Fed estima que su PBI crecerá 1,75% en cada uno de los próximos tres años, bastante menos de la mitad que la de su competidor.
Está claro ya que la suba de aranceles y otras movidas geopolíticas más intrincadas de EE.UU., desde antes de Trump, buscan quebrar el desarrollo chino o aminorarlo todo lo posible para seguir conservando la primacía. Tarea improbable, por varias razones. Por citar una, propia de este capítulo de “guerra comercial”: apenas anunciada la bravuconería de elevar los aranceles hasta 134% o aun más, niveles que directamente clausuran el intercambio, el secretario del Tesoro Scott Bessent le llevó a Trump cifras del desastre que proyectaban Wall Street y las plantas productivas del país y el Presidente firmó, ipso facto, la excepción de tarifas aduaneras extras a los componentes de celulares, computadoras, minerales críticos y otros bienes importados de China sin los cuales la economía de EE.UU. se encarecería a niveles imposibles de sobrevivir.
Si en el primer Gobierno de Trump las exportaciones chinas a EE.UU. cayeron 12 a 13% y algunas fábricas de Apple, HP y otras se mudaron de China a Vietnam, India o México para exportar desde ahí (no, las fábricas no regresaron a la “madre patria”, como esperaba el mandatario oligárquico), ahora también podría darse un ciclo similar si la guerra persiste, si no hay diálogo entre ambas potencias, para lo cual trabajan inclusive en Pascua tanto en Washington como en Beijing, solo con el matiz adolescente de no aparecer como quien llama primero al otro.
Socios
China se prepara hace rato para este escenario. Por un lado, aceleró todo lo posible el autoabastecimiento (nunca se podrá 100% ni lo busca, pero avanzó en nuevas tecnologías a ritmo más veloz que el previo a la pandemia; el programa de “inteligencia artificial” de DeepSeek es apenas un ejemplo). Por otro, apuntala el factor principal de la demanda agregada: el consumo de su población, con clase media e ingresos en alza, no las exportaciones ni el sector externo en general, aunque este siga robusto. Y en tercer lugar, busca asociarse de diversos modos con viejos o nuevos socios. El presidente Xi Jinping viajó esta semana (su primera gira de 2025) para firmar acuerdos con Vietnam, Malasia y Camboya. El ministro de Comercio Wang Wentao inició en Seúl conversaciones con sus pares de Corea del Sur y Japón de cara a una nueva zona de libre comercio entre ellos. En mayo, Beijing recibirá a ministros de los más de treinta países de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) para refrendar alianzas en nuestra región, pese a las presiones desembozadas de EE.UU.. “Lo que los latinoamericanos quieren es construir su propio hogar, no ser el patio trasero de otros. Lo que buscan es la independencia, no doctrinas de dominación”, dijo al respecto el canciller Wang Yi. Con países de África y Medio Oriente, o de Europa en especial oriental, también la agenda china es intensa.
La cuestión argentina
Como pasa en otros países, no hay semana en que alguna delegación china no esté recorriendo alguna provincia argentina, desde Jujuy a Tierra del Fuego, para explorar o cerrar acuerdos comerciales.
Desde 2004, cuanto intercambiaron visitas Néstor Kirchner y Hu Jintao, hasta fines de 2023, la relación bilateral no dejó de crecer. El vínculo venía de antes, pero fue hace veintiún años cuando dio un salto cuali y cuantitativo sin precedentes. En aquel viaje con medio gabinete, gobernadores de todo el país y más de 300 empresarios, Kirchner podía reclamar de mal humor una pechuga de pollo o un bife con ensalada cuando le ofrecían manjares insondables en Beijing o negarse a ponerse una toga cuando lo honraba una universidad de Shanghai, reacio como era a todo protocolo, pero veía diáfano el futuro de esa relación.
No era algo excepcional. Desde entonces, China anudó lazos con todo el mundo para ser hoy el principal socio económico de un centenar y medio de países de todos los continentes, entre ellos, Argentina, en nuestro caso a la par que Brasil.
Con sus más (muy en especial en los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner) y sus menos (con el de Mauricio Macri, si no en lo comercial, en lo estratégico), eso siguió hasta Milei. Incluso el gobierno de Alberto Fernández, cruzado por la pandemia y contradicciones insalvables, hubo avances cuando se sumó a la Iniciativa china de la Franja y la Ruta o adhirió al Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura y muy al final y sin la convicción suficiente a los BRICS en la cumbre de Johannesburgo. Pero con el “libertario” abrazado a EE.UU., el escenario cambió. No la predisposición de China, sino la agenda a contramano y estrambótica ordenada al Palacio San Martín.
Argentina salió del BRICS, Milei viajó una decena de veces a EE.UU. y nunca a China, hubo declaraciones insólitas de cancilleres y el primer ministro de Agricultura y Ganadería (rebautizado secretario de Bioeconomía) fue echado del gabinete justo cuando regresó de China, Japón y Corea, donde buscaba abrir mercados. Como se informó cuando se debatía el sí o no al BRICS, muchas provincias argentinas tienen como primer destino exportador a China, India, Vietnam… pero el gobierno fanatizado en su ideología sigue pensando en el esquema colonial y de subordinación de posguerra. Por ahora, rechaza las presiones de EE.UU. para salirse del swap chino, que viene protegiendo las reservas monetarias hace bastante e incluso facilitó pagos de importaciones y de deuda en su momento. Ahora, el Gobierno Milei confía en que el acuerdo con el FMI (donde también China vota a favor del crédito para Argentina) le dará alivio con divisas que bien podrían venir no de una propensión eterna y suicida al endeudamiento, sino de un plan de desarrollo estratégico. Una estrategia ligada, en cuanto a la articulación global, a los dos mercados deberían ser prioridad para Argentina: el latinoamericano y el asiático, incluso sumar el descuidado mercado africano, de enorme potencial, sin descuidar los más tradicionales, pero que siempre muestran obstáculos.
En tanto la guerra de tarifas continúe, el reformateo global afectará a todos los países y actores económicos. La Organización Mundial del Comercio, que hoy luce tan inútil como otras instituciones caducas de posguerra (incluso sería el caso del FMI si no fuera que Argentina le tira un salvavidas cada tanto), estimó que el comercio mundial podría retraerse 1.5%, cuando hasta marzo decía que en 2025 y 2026 el comercio iba a seguir expandiéndose.
Argentina es un eslabón frágil del escenario de intercambio comercial planetario, pero tiene un sector competitivo como el agropecuario, y eventualmente el energético y minero con potencial relevante. Pero su crisis interna, su ausencia total de un programa productivo, científico-técnico, educativo y de utilización soberana de sus capacidades, hace que las peleas comerciales entre las potencias la perjudiquen más, agudice sus taras de comercio exterior y generación genuina de divisas y profundice su dependencia. Dicen que crisis es oportunidad. Pero solo si se elige bien el alineamiento en la disputa.
Cortesía de Página 12
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