La historia del circo Servian: un negocio familiar de seis generaciones, con un asesinato, una adopción y la vida nómade

“El espectáculo del circo no murió ni está muriendo. Por más que la tecnología avance a lugares impensados, mientras exista un niño, va a existir el circo. Nada reemplaza un show tan puro y genuino como el que van a ver acá”. De raíces serbias, outfit texano, astucia argentina y corazón gitano, Jorge “Servían” Yovanovich es el dueño de esta afirmación para Clarín, quien a los 72 años es dueño y creador de Servían, el circo, propuesta circense que tiene más de 32 años de vida.

¿Cómo se conserva el asombro en tiempos tan distópicos en el que cedemos la inteligencia al artificio? ¿Cómo se rescata la risa inocente, la sorpresa, la fantasía y la destreza; en días donde un click ofrece una ficticia sensación de adrenalina, sólo moviendo un dedo?

Más de 1.500 personas responden estas preguntas cada noche con una fórmula que los Yavanovich (el apellido real de la familia) enseñan en estas tierras hace 120 años y seis generaciones. No hay buscador ni algoritmo que esquive la ilusión de la magia, la explosión de la risa o la admiración de quien vence la ley de gravedad entre brincos y equilibro.

Desde el 4 julio y hasta el 3 de agosto, están en el ramal Pilar KM 50, con el espectáculo El gran sueño, que según aseguran, “en dos horas no da respiro”. Allí, el Circo Servian vuelca sus tres décadas de experiencia en las artes circenses con una compañía de casi un centenar de personas, donde hay números de alto impacto con una puesta en escena teatral coreográfica y tecnológica que deslumbra con una estética post-apocalíptica y un fuerte mensaje ambientalista, donde conviven lo moderno con lo clásico.

Los shows de luces de última generación se funden con espectáculos musicales propios donde reinan trapecistas y clowns. Hay trampolín, Power Track, globos de la muerte, hand balancing (destreza en verticales), telas y cuerpo de baile. Todo bajo una carpa calefaccionada y traidae especialmente de Italia con lona francesa.

Esa mirada entre el pasado y el futuro siempre estuvo en Jorge, que había dejado de trabajar con animales y pasar a hacer espectáculos basados en las destrezas humanas mucho ante de que se legislara a nivel nacional en 2019, y a la vez siempre tuvo una relación muy fuerte con sus raíces (el nombre Servian viene en homenaje a sus antepasados serbios).

Jorge Jorge “Servian” Yoyanovich tiene 72 años y es el dueño del circo. Aunque lo manejan sus hijos, confiesa que le “cuesta soltar las riendas”. Foto: Guillermo Rodríguez Adami

“Siempre nos actualizamos, eso es algo fundamental en este oficio. Hicimos grandes inversiones en luces, escenario, tecnología, vestuario. Tenemos artistas nacionales e internacionales de excelencia, porque queremos que el público viva una experiencia inolvidable”, subraya.

Jorge es un apasionado en lo que hace. Se nota a simple vista y ese amor lo contagió a toda su familia. “Mi papá me decía que uno tiene que acostarse pensando en el circo y levantarse a la mañana para cumplir los sueños que proyecto en la noche”, asegura.

Escapar de la guerra

Sus bisabuelos eran artistas callejeros (saltimbanquis, payasos, lanzadores de cuchillos) en Yugoslavia. Sus abuelos llegaron al país huyendo de la Primera Guerra Mundial, trayendo en sus valijas el mismo arte.

La mayoría de las familias de cirqueros itinerantes, de América Latina son descendientes de gitanos yugoslavos. Entonces tenemos sangre fuerte, sangre caliente, para poder llevar a al frente todo esto. Por suerte tengo mi señora, Elena Dopoux de 69 años, que fue fiel compañera en esta aventura en la que dejamos la vida y tuvimos cuatro hijos y ocho nietos que aman al circo tanto como nosotros”, cuenta.

Y agrega: “Yo no nací en una clínica, sino en la carpa del circo. Mi primer pañal fue de lonita y mis mascotas eran animales como leones, osos y elefantes. Al circo lo amé, lo amo y lo voy a amar hasta la muerte, no entiendo la vida de otra manera que no sea así”.

Una vida de pasar una o dos semanas en cada lugar, para levantar campamento y llevar su espectáculo a otros destinos, le hicieron entender algo que tanto Jorge como los suyos repiten como un mantra: “Mientras la familia esté bien, todo lo demás se supera”.

Jorge y Cristian Servian, hijo y director general. El nombre del circo tiene que ver con los antepasados serbios. Foto: Guillermo Rodríguez AdamiJorge y Cristian Servian, hijo y director general. El nombre del circo tiene que ver con los antepasados serbios. Foto: Guillermo Rodríguez Adami

Uno de los momentos más difíciles que pasaron como familia de artistas fue el 4 de mayo de 1997, en la provincia de San Juan, cuando Juan Carlos ( hermano mayor de Jorge) fue asesinado en un intento de robo en la boletería del circo. “Fue un dolor enorme, no sólo para nosotros sino para todos los que hacemos el circo. Terminamos todos siendo una gran familia, más allá que sean de sangre o no. De igual manera, pase lo que pase, el circo no se detiene y hubo que hacer la función como pudimos. Antes que nada, está el respeto al público”, señala Jorge.

La pandemia fue otro momento crítico. Los encontró en Rio Cuarto y los tuvo 10 meses varados sin poder abrir al público, ni generar ingresos. “Fueron momentos muy duros. Tuve que vender diez autos para darle de comer a la gente y pagar deudas”, recuerda.

“A los seis meses empezamos a practicar con la carpa desarmada y los vecinos se acercaban a ver los ensayos, arriba de sus autos para no romper el aislamiento. Hacíamos sándwich, pochoclos vendíamos gaseosas y hasta lavábamos autos para subsistir”, cuenta.

Jorge Servian, entre las carpas. Su hermano Juan Carlos fue asesinado en San Juan, en un intento de robo a las boleterías del circo. Foto: Guillermo Rodríguez AdamiJorge Servian, entre las carpas. Su hermano Juan Carlos fue asesinado en San Juan, en un intento de robo a las boleterías del circo. Foto: Guillermo Rodríguez Adami

El circo australiano y el canguro boxeador

Con su sombrero vaquero, botas texanas, cinturón enorme, camisa y chaleco, la ropa de Jorge es un espectáculo en sí. Pero hay algo que resalta: un brillante anillo donde se ve la silueta de un canguro que muestra con orgullo. “Es en referencia al circo de mi papá “El circo australiano del canguro boxeador”, ahí es donde me crie y aprendí el oficio que transmití a mis hijos y nietos”, puntualiza.

Aquel inolvidable circo tenía un acto central que fue icónico en aquellos años: “El canguro boxeador”. “Fue una propuesta que le presenté yo a mi padre y hacia que vengan personas de todos lados, y hasta lo llevamos al programa de Susana Giménez, rememora.

“Era una simulación -aclara-. Una actuación para los niños. Teníamos un boxeador que no le pegaba al animal. Sólo actuaba una pelea. Habíamos enseñado al canguro a hacer como que guanteaba y tiraba una patada que derribaba al pugilista. Los chicos enloquecían”.

El anillo de oro que lleva Jorge Servian, en honor al circo a su padre, dueño de El anillo de oro que lleva Jorge Servian, en honor al circo a su padre, dueño de “El circo australiano del canguro boxeador”. Foto: Guillermo Rodríguez Adami

Un león no tan amistoso

Cristian Servian (47), uno de los hijos de Jorge y Director General, toma la palabra, cuando su padre hace una micropausa. No sin antes repartir prolijamente pocillos de café que hacen olvidar la jornada fría y lluviosa. “No sé si les contó mi papá lo que me pasó a los 4 años con un león, en Entre Ríos”, pregunta.

En un descuido de los domadores, se acercó demasiado a la jaula, distraído por estar jugando con sus primos, cuando un león cachorro de más de 100 kilos lo atrapó detrás de las rejas.

El hombre rememora: “Lo recuerdo con la nitidez como si estuviera pasando ahora. Esa especie de abrazo del animal, los gritos de las bailarinas, las miradas de mis padres que venían corriendo. Mi mamá lo alejó con una patada, pero otro león le agarró la pierna a ella”.

Una escena de intimidad. Pipino y una de las casi cien trabajadoras del Circo Servian, Foto: Guillermo Rodríguez AdamiUna escena de intimidad. Pipino y una de las casi cien trabajadoras del Circo Servian, Foto: Guillermo Rodríguez Adami

“Cuando pudieron separarnos de las jaulas mi papá nos llevó de urgencia a la clínica. Tenía heridas en la cabeza, en la cara y en la espalda (cicatrices que tengo hoy). Y mi vieja, toda la pierna desgarrada. Estuvimos dos días internados. Esa noche había función y mi papá tenía que hacer de payaso”, revela Cristian.

A lo que Jorge suma, “Yo estaba destrozado, pero pasaba la cortina y ya era el payaso”, dice con una voz fina y colocada que muestran todo sus años de oficio.

Cristian es quinta generación de circo y es junto a sus hermanas Ginette, Ivana y Gabriela quienes llevan adelante el Servian, aunque su padre sigue siendo una fuente constante de consulta. “Las riendas no las suelto tan fácil”, ríe Jorge.

Servian hijo se crió viajando por el país primero en el Circo australiano de su abuelo y luego en el de su padre. Desde los seis años estuvo frente al público haciendo de payaso, malabarista, equilibrista, trapecista y mago (en honor a cuando vio a David Copperfield en la TV).

En la pista. Jorge Servian cuenta que no nació en una clínica, sino En la pista. Jorge Servian cuenta que no nació en una clínica, sino “en la carpa del circo”. Foto: Guillermo Rodríguez Adami

“El cirquero- agrega- es algo que se lleva en la sangre. Jamás pensé dejar esta vida. De la carpa, del asombro, del show. De recorrer el país por ciudades enormes o pueblos que no están en los mapas. Si me quedo quieto mucho tiempo, me muero”.

Y ejemplifica: “Con decirte que a veces estamos en nuestra casa en San Juan y dormimos en la casa rodante que estacionamos en la puerta. Eso te muestra un poco lo que es nuestra forma de ver la vida”.

A diferencia de Jorge, Cristian no piensa alejarse del circo que creó su papá. “Pienso que no hay que demostrarle nada a nadie y que lo mejor que puedo hacer es seguir su legado y hacer crecer aún más el Servian”, subraya.

Circense, gamer y soñador

Matteo Servia, representante de la sexta generación de cirqueros. Trabajó en la comedia musical Matteo Servia, representante de la sexta generación de cirqueros. Trabajó en la comedia musical “Matilda”, en calle Corrientes, pero extrañaba la vida del circo. Foto: Guillermo Rodríguez Adami

Buscando a dos representantes de la sexta generación, están Matteo de 14 años y María Eva de 12, los dos hijos de Cristian y nietos de Jorge.

Matteo es cantante, acróbata y bailarín y con su hermana de gira es quien recibe a Clarín “Para mí siempre fue un juego. Yo veía a mi mamá y a mi abuela en la pista y quería jugar a eso, y poco a poco se fue transformando en un trabajo y un oficio”, cuenta.

Su habitación pareciera la de cualquier adolescente. La silla gamer y de fondo una partida de Fornite que quedan esperando para matizar la tarde, ganan el centro de la escena . Pero para un hijo del circo, aburrirse no una opción.

“Tanto para Matteo, para mí o para cualquier que se haya criado en el circo, los juegos de la infancia son ser equilibrista, entrar al globo de la muerte, colgarse de un arnés, o cosas que para otro seria impensado. Son cosas con la que convivimos desde que aprendemos a caminar y que nos conectan con nuestra historia, por eso es tan difícil dejar esta vida”, explica su papá.

El estudio para un chico con esta vida no es fácil. Mudarse todo el tiempo hace no poder quedarse demasiado en ninguna escuela. Pero para él significaba “hacer amigos de forma constante”, aunque ahora está cursando sus estudios secundarios a distancia.

Carromatos. Jorge Servian cuenta que a veces, a pesar de estar en su casa de San Juan, eligen dormir en la casa rodante que tienen en la puerta. Foto: Guillermo Rodríguez AdamiCarromatos. Jorge Servian cuenta que a veces, a pesar de estar en su casa de San Juan, eligen dormir en la casa rodante que tienen en la puerta. Foto: Guillermo Rodríguez Adami

Matteo fue parte del musical Matilda hace unos años, como cantante y bailarín. Estaba en la calle Corrientes haciendo un éxito de taquilla, en el que conmovía noche a noche con su voz y talento, pero sólo quería volver a su carpa. “Hablaba con mi papá a la noche y me sentía encerrado. Me encantaba lo que hacía, pero extrañaba, la ruta, mis amigos, mi familia”.

El adolescente se imagina continuando con la tradición, pero permeable a los nuevos cambios. “Creo que lo haría diferente. Teniendo en cuenta lo digital, lo que viene, las nuevas tecnologías, pero sí me gustaría seguir esta tradición”, se aventura.

Rubén Darío: hacer reír cueste lo que cueste

El payaso “Pinino” (48) se llama Rubén Darío. “Como el poeta”, dice cuando se presenta. Es una de las atracciones máximas del show. “En el circo el payaso lleva la diez”, había explicado un poco antes Cristian. Rubén comparte esa definición y agrega: “En momentos difíciles como los que vive hoy la gente, me pinto la cara, les saco una sonrisa y les hago pasar un momento bonito ¿Cómo no voy a amar este trabajo?”, pregunta retóricamente.

Está con los Servian desde los 3 años. Su papá (también de talla baja) trabajaba en el Circo australiano. En un viaje a Córdoba conoció a una mujer, se enamoraron, quedó embarazada y de ese amor llegó Rubén “Un niño hermoso, pero con muchos problemas respiratorios”, narra el clown.

Los problemas de salud hicieron que la familia Servian lo adoptara. En ese momento Jorge, que era el payaso, le dice al pequeño Rubén que lo acompañe a hacer reír, y desde ese día no dejó más ese oficio, a pesar que también tiene facilidad para destrezas físicas como el salto y el equilibrio.

Pipino dice haber pasado momentos hermosos y también durísimos vestido de payaso. Y asegura que no cambiaría su vida por ninguna otra. Foto: Guillermo Rodríguez AdamiPipino dice haber pasado momentos hermosos y también durísimos vestido de payaso. Y asegura que no cambiaría su vida por ninguna otra. Foto: Guillermo Rodríguez Adami

Con los años fue papá de dos hijos y abuelo. Vivió seis años en República Dominicana, trabajando en la exclusiva disco Coco Bongo, pero regresó porque “el amor al circo y a la familia no se compara”.

Pasé momentos hermosos y durísimos pintado de payaso. Si me preguntás uno muy duro fue cuando me enteré, antes de salir a escena, que habían matado al hermano de Jorge en un intento de asalto. Y si me preguntás uno muy hermoso, fue cuando vino mi hija y mi nietito vinieron a verme actuar”.

“Apenas lo tuve en brazos, lo llevé a escena para que la gente lo viera por primera vez, y lo levanté como en la escena del Rey León. Todos aplaudían al bebé que se presentaba con el público. Yo no podía ser más feliz”, cierra.

Cortesía de Clarín



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