La historia del inglés fanático del tango que recuperó el mítico Salón Marabú y será distinguido Ciudadado Ilustre

La ciudad de Buenos Aires, para gran pena de las almas nostálgicas, cambia de aspecto incansablemente. Sin embargo, algunas cosas, caras a la porteñidad, permanecen; e incluso, milagrosamente, otras regresan. Es lo que ocurre con el Salón Marabú, célebre club nocturno cerrado durante largo tiempo.

Volvió hace pocos años a la vida gracias a una oportuna llamada telefónica a comienzos de la década del 2000: la de Héctor Chidichimo, milonguero y creador de la milonga Gricel en el barrio de San Cristóbal, a su amigo Joe Fish, que vive en un pequeño pueblo del estado de Vermont en el noreste de los Estados Unidos.

Joe Fish, el empresario inglés amante del tango, que salvó al Marabú de la demolición. Foto. Ariel Grinberg.

Fish es un empresario de origen británico, está instalado en ese pueblo llamado Stowe y tiene una muy enraizada pasión por el tango.

¿En qué consistía aquella llamada de larga distancia, un poco intempestiva? En que el viejo local del Marabú salía a remate, le contó Héctor, que posiblemente lo iban a demoler y era necesario hacer una buena oferta. “¿Cuánto?”, le pregunta Fish. “Tantos dólares”, es la respuesta. “Vamos adelante entonces”.

Durante la pandemia se hicieron los trabajos de refacción y el 11 de diciembre de 2021 se reinauguró con todo su antiguo esplendor.

La entrada del salón Marabú en 2019, cuando corría peligro de perderse. Queda en Maipu 359, casi esquina Corrientes. Foto: Germán García AdrastiLa entrada del salón Marabú en 2019, cuando corría peligro de perderse. Queda en Maipu 359, casi esquina Corrientes. Foto: Germán García Adrasti

Hoy, Joe Fish acaba de llegar a Buenos Aires –viaja aquí dos veces por año- con dos acontecimientos significativos por delante: este miércoles se festejan los 90 años del Marabú y el viernes él mismo es reconocido en la Legislatura porteña como Ciudadano Ilustre en el ámbito de la cultura.

La distinción que recibirá no proviene exclusivamente de la rehabilitación del Marabú sino de su gran actividad en relación al tango, que comenzó en la década del ’90, tanto en Buenos Aires con una producción de numerosos documentales, como en Estados Unidos.

Nace una pasión religiosa

Joe cuenta que el tango apareció en su vida en los años ’80. “Vi en Londres el espectáculo Tango argentino de Claudio Segovia. Hasta ese momento yo bailaba swing y ballroom pero cambié de credo”.

Joe Fish, con funyi y bandoneón, posando orgulloso en la sala de Marabú. Foto: Ariel Grinberg.Joe Fish, con funyi y bandoneón, posando orgulloso en la sala de Marabú. Foto: Ariel Grinberg.

-Una religión que ya no se puede abandonar.

-Así es. Comencé a tomar clases de baile de tango, pero me llevó tres o cuatro años tomar coraje para abrazar a una mujer. Soy tímido y tenía un miedo enorme. Me parecía una violación.

-¿Que usted estaba violándola?

-No, ¡que ella me violaba a mí! Con el tiempo fui superándolo. En Stowe tengo un espacio donde se dan clases dos veces por semana y se organizan dos milongas por mes, de vez en cuando con orquestas en vivo.

El pueblo es muy pequeño, pero viene mucha gente de Canadá –Montreal está a dos horas de viaje-, de Boston y de Nueva York. Además, es un lugar en el que recibo orquestas y maestros de baile de Buenos Aires.

-Después del boom del tango en la década del ’80 y su expansión internacional, ¿el entusiasmo por bailar tango ha crecido o lo contrario en los lugares que usted más conoce, como Inglaterra o Estados Unidos?

-Creo que se mantiene estable. En Londres, por ejemplo, hay alrededor de dos mil milongueros y es una cifra que no cambió. Los que se “jubilan” son reemplazados por otros.

Recuperar el Marabú

-¿Cómo se imaginaba que sería el Marabú, una vez que lo adquirió?

-Antes de empezar le dije a Silvina (nota: Silvina Damiani, su estrecha colaboradora hasta hoy): “Lo que más me molesta de las milongas de Bueno Aires son sus baños horribles. Empezaremos por ahí. Quiero un nivel de baños como el del Hotel Alvear”.

Roberto Goyeneche canta en Marabu con la orquesta de Anibal Troilo. Foto Archivo Clarin.  Roberto Goyeneche canta en Marabu con la orquesta de Anibal Troilo. Foto Archivo Clarin.

-Fuera de los baños, ¿tenían algún modelo de milonga ideal, en cuanto a la decoración o el ambiente?

-Lo que más me interesaba y me interesa es mantener y promocionar el tango argentino tradicional. El tango nuevo lo dejo para los jóvenes, para que experimenten. Y en cuanto al lugar, quisimos conservar todo lo posible del viejo Marabú: está la barra original, el piso damero, el mismo escenario donde tocaba Aníbal Troilo.

El Marabú tiene una programación muy intensa: milongas, clases, -también clases de baile dirigidas a personas afectadas por el mal de Parkinson-, exhibiciones, conciertos, espectáculos. Este miércoles se presenta la flamante Orquesta-Escuela en el estilo milonguero, un proyecto formativo para músicos jóvenes.

-Joe, considerando que viene a Buenos Aires dos veces por año, ¿cómo participa de las muchas iniciativas que tiene el Marabú?

-Hablamos con Silvina al menos una vez por día; ella propone muchas cosas pero consulta todo conmigo, hasta en los detalles más mínimos, como por ejemplo dónde colgar un cuadro.

-Una pregunta inevitable: ¿cuáles son sus orquestas preferidas?

-Aquella con la que estoy bailando: si suena Pugliese, en ese momento es mi preferida. Si suena Di Sarli, también es mi preferida.

Lo que va de ayer a hoy

A lo largo de su agitada historia, el tango conoció expansiones transcontinentales y repliegues que parecían definitivos; fidelidades de por vida y rechazos absolutos; florecimientos y retrocesos. Pero también regresos como el del Marabú, inaugurado en 1935 con la orquesta de Aníbal Troilo.

La milonga de Marabú, un clásico de los años '40 que sigue en pie. Foto: Martín Bonetto.La milonga de Marabú, un clásico de los años ’40 que sigue en pie. Foto: Martín Bonetto.

Difícilmente pueda encontrarse un lugar como el Marabú que haya concentrado tantos personajes y acontecimientos de la vida de Buenos Aires a lo largo del tiempo. La orquesta de Aníbal Troilo regresó en los años ’60 con Roberto Goyeneche como cantor. Por cierto, Troilo conoció allí a su futura esposa Zita, que trabajaba en el guardarropas del local.

Fue el lugar de la bohemia porteña de una época, frecuentado por José María Contursi y Enrique Santos Discépolo. Contursi compuso el tango Como dos extraños, inspirándose en la historia de un mozo y una muchacha que trabajaban en el Marabú. Tania, compañera sentimental de Discépolo, estrenó allí el famoso tango Uno.

Jugadores de la Máquina de River, famoso equipo de la década del ’40, eran parroquianos habituales cuando tocaba Troilo, hincha del club. El Marabú contó con el gran barman Manolete y además tenía sus tragos exclusivos: Berlín 45, una verdadera bomba, y Medias de seda.

Finalmente, en los ’80, Marabú pasó durante un tiempo a llamarse Halley y hubo un verano donde tocaron allí Los Twist, Virus, Los Abuelos de la Nada, Cosméticos y una banda nueva llamada Soda Stereo, que aún no había sacado su primer disco.

Noventa años de vida, un gran aniversario para este templo pagano de Buenos Aires, que es un año más antiguo que el Obelisco. .

Cortesía de Clarín



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