España no es la única tierra que en la noche del 23 al 24 de junio ve su superficie salpicada por el resplandor de decenas de miles de hogueras con las que se celebra la Noche de San Juan. Pero es una costumbre tan extendida en todas las regiones del país –cada una con pequeñas variaciones y peculiaridades dentro del ritual, tantas que sería imposible reseñarlas aquí– que conviene recordar que en muchos otros se celebra con idéntico entusiasmo. Su origen es incuestionablemente europeo, aunque en un principio no tenía que ver con ningún santo.
Una fiesta igualitaria
La Noche de San Juan es también –y ante todo– la del solsticio de verano: es la más corta del año. A partir de ella, los días comienzan a menguar en favor de una oscuridad que, poco a poco, pero sin descanso, se hace más presente. Las implicaciones místicas de este fenómeno no pasaron desapercibidas en los ritos y tradiciones precristianos.
Según la escritora Maria Konnikova, “para los griegos, en algunos calendarios marcaba el comienzo del nuevo año y el inicio de los treinta días restantes para la celebración de los juegos olímpicos. También era a menudo la ocasión en que se celebraba ese mes el festival de Kronia, en honor del dios Cronos, patrón de las cosechas”.
De la importancia de la fecha, añade Konnikova, da prueba que a los esclavos se les permitía celebrarla junto con los hombres libres; del mismo modo en que, posteriormente, “en la antigua Roma, las mujeres podían entrar durante ese día en los templos de las vírgenes vestales para hacer ofrendas a la diosa” (se refiere a Vesta, la deidad del hogar).
El investigador sir James Frazer y el poeta y escritor Robert Graves, ambos británicos y estudiosos de los antiguos ritos y de su adopción por las religiones modernas, escribieron en sus trabajos sobre la antigua Bretaña cómo el mito del solsticio de verano marcaba el declive del reinado del rey Roble, que gobernaba con el Sol creciente, e iniciaba el del rey Encina, que duraba durante todo el periodo en que el astro iba declinando (aún hoy, en la celebración de la Noche de San Juan en Letonia, los varones de nombre Janis, equivalente de Juan, se adornan con una corona de hojas de roble).
Puertas que se abren
Era también durante esa noche cuando las fronteras entre el mundo de la magia y el nuestro se volvían más tenues y porosas, lo que convertía a los humanos en probables víctimas de las travesuras de las hadas, pero al mismo tiempo facilitaba la solicitud de ayuda y favores a los entes sobrenaturales. Estos auxilios se ligaban especialmente al ámbito agrícola, principal fuente de subsistencia de muchos pueblos y ciudades, y en cuyo resultado el azar seguía jugando un papel que podía dar al traste con todos los cuidados del agricultor.
Era la época del año en que cultivos y animales estaban más expuestos a las enfermedades, y se requería la combinación adecuada de luz y lluvia para una cosecha abundante. Por eso los símbolos de la Noche de San Juan son el fuego (que representa al Sol), el agua y las flores.

Cambio de figuras
La imposición del cristianismo en Europa, con la subsiguiente persecución de las religiones paganas, cambió todo aquello: el solsticio de verano se convirtió en la celebración de San Juan Bautista, nacido el 24 de junio según el evangelio de san Lucas. Pero, a diferencia de lo que ocurrió con otras fiestas incorporadas al calendario eclesiástico, su capa de paganismo nunca se pudo eliminar del todo, como lo prueba el hecho de que es una de las pocas cuyas celebraciones principales, las famosas hogueras, continúan teniendo lugar por la noche y al aire libre.
Este entendimiento entre lo que hubo antes y lo que hay ahora llega hasta sus figuras principales, ya que los dioses paganos habrían sido sustituidos por san Juan y Jesucristo, que nacieron con seis meses de diferencia y simbolizarían los dos periodos de verano e invierno, y sus respectivos cénits.
La verdad es que no existen incompatibilidades insalvables entre la festividad del santo y los ritos de la noche, y muchas de las creencias originarias continúan estando presentes en las tradiciones de los países que la celebran: las hogueras son el símbolo principal, y en un principio se incorporaron como protección frente a los espíritus malignos. El rito de atravesarlas de un salto fue en su origen una forma de purificación, ya que lo que pasa por el fuego queda limpio, mientras que lo que este destruye desaparece para siempre.
Un salto con mucho futuro
La gente no solo saltaba entre las llamas –varias veces, pues la magia requiere de repetición– para dejar atrás todo lo malo que había en sus vidas, sino también para pedir un futuro más propicio, en forma de nuevos negocios, de buenas cosechas, de un matrimonio feliz o de la llegada de hijos. En algunas regiones de la Rusia actual, las parejas todavía cruzan el fuego cogidas de la mano, y si se sueltan durante el salto, es señal de que su unión no durará.
El otro aspecto del fuego, el de su capacidad para acabar con lo maligno, ha llevado a costumbres como la de echar a las llamas un papel donde se ha apuntado todo lo que se quiere que desaparezca de nuestra existencia, muebles viejos que representan el pasado indeseable u objetos que constituyan un recuerdo de experiencias ingratas (será casualidad, pero numerosos estudiantes queman esa noche sus apuntes).

Plantas mágicas
Antiguamente, era habitual arrojar malas hierbas al fuego, como un conjuro para evitar su propagación. Algunas personas se llevaban las cenizas de las hogueras extintas para esparcirlas por sus campos de cultivo. Y los que acababan de construir su casa, o estaban a punto de terminarla, recogían un puñado de brasas con las que encendían el primer fuego que calentaría las paredes de su hogar.
La Noche de San Juan es también la noche de las hierbas y las adivinaciones. Se supone que, además del trébole famoso de nuestra canción popular, muchas plantas que se recogen durante esa noche se encuentran en su momento de máximo potencial curativo o nutritivo, entre ellas, obviamente, la hierba de san Juan, de la que se pensaba que mantenía a raya a los demonios y despojaba a las brujas de su poder.
Las plantas y los vaticinios van de la mano en muchas latitudes: en Noruega se creía que si una muchacha recogía siete flores distintas esa noche, y las ponía bajo su almohada, vería en sueños el rostro de su futuro marido. Y en varios países nórdicos las chicas arrojaban guirnaldas de flores a los ríos, e intentaban predecir su futuro según fuera su trayectoria.
El fuego, el agua, las flores y la magia son todo uno en una noche que podría definirse, por encima de cultos y religiones, como una celebración colectiva del goce de sentirse vivo.
Cortesía de Muy Interesante
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