La hora de los gigantes: Ohtani inobjetable y la polémica que sacude al juego


La reciente entrega de los premios al Jugador Más Valioso en Grandes Ligas de la temporada 2025 no sólo confirmó la grandeza de un talento ya histórico, sino que también abrió un animado debate sobre los criterios, las formas y los pesos específicos que determinan la elección de quienes, en teoría, marcaron el rumbo de la temporada. Entre lo inobjetable y lo controversial, la gala de los MVP dejó claro que el beisbol sigue siendo, también, un escenario de discusión sobre justicia, coherencia y méritos reales.

Empecemos por lo evidente: el premio de Shohei Ohtani. En la Liga Nacional no hubo discusión posible. El fenómeno japonés, una rara conjunción de poder, dominio en la loma y una consistencia que parece desafiar la fisiología del deporte moderno, volvió a dejar sin argumentos a quienes buscan relativizar su impacto. Fue nuevamente un espectáculo que combinó cuadrangulares descomunales, velocidad en las bases y un repertorio de lanzamientos que cualquier equipo firmaría como su carta principal de rotación. Ohtani, con esas cualidades que hace décadas sólo podían imaginarse en las epopeyas de Babe Ruth, encarna la nueva dimensión del beisbol: un atleta completo, una marca global y, sobre todo, un competidor que redefine los límites del desempeño individual.

Su MVP es incuestionable no sólo por los números, sino por la sensación de inevitabilidad que produjo cada vez que pisó el campo. Si Grandes Ligas busca nuevas audiencias, ídolos internacionales y figuras que empujen el juego hacia su siguiente capítulo, Ohtani y sus cuatro MVP son la respuesta sin debate. Allí no hay polémica; sólo aplausos.

Muy distinta fue la historia en la Liga Americana, donde el premio a Aaron Judge volvió a dividir opiniones. Cierto es que Judge tuvo una campaña sólida, productiva, con destellos del poderío que lo convirtió en icono de los Yankees y de la Liga misma. Pero no pocos analistas consideran que otro jugador, Cal Raleigh, merecía el galardón por encima de él. Raleigh, catcher de los Mariners, lideró la Liga en jonrones y carreras impulsadas entre receptores y acumuló cifras históricas para su posición, lo que muchos estiman que lo hacía más “valioso” en sentido absoluto.
 
En el fondo, el debate apunta a un viejo problema en MLB: ¿qué significa “valioso”? ¿El jugador más espectacular, el más mediático, el que acumuló mejores números ofensivos, o aquel sin cuyo aporte su equipo se habría desplomado? La discusión se reaviva cada vez que un pelotero de renombre obtiene el galardón en detrimento de quienes sostuvieron a escuadras completas con menos reflectores pero igual o mayor trascendencia competitiva. No faltará quien considere que la camiseta y el mercado siguen pesando demasiado al definir la gloria individual.

Y si hablamos de premios que definen narrativa, también corresponde mirar hacia el montículo para reconocer a los ganadores del Cy Young de ambas Ligas. En la Nacional, el reconocimiento fue para Paul Skenes, un talento joven, prometedor y ya consolidado que obtuvo el Premio de la Liga Nacional de manera unánime. Fue sin discusión: ERA mínima, dominio y proyección futura. En la Americana, el oficio y la consistencia se vieron recompensados en Tarik Skubal, quien obtuvo el Cy Young otra vez gracias a una temporada sobresaliente.
 
Y más allá de los premios regulares, la llama de lo épico aún arde. Porque en la Serie Mundial, el que se llevó el premio fue Yoshinobu Yamamoto, refuerzo de lujo que combinó temple, dominio y momentos de leyenda, y que por su actuación se erigió como el Jugador Más Valioso de la Serie.  Esa proeza -ser determinante en el escenario mayor- es la que, al final, resume lo que significa “ser valioso” pleno.

Así, los MVP y los Cy Young de esta temporada revelan la paradoja constante del béisbol: un deporte gobernado por números, pero finalmente decidido también por percepciones, interpretaciones y pesos subjetivos. Que Ohtani sea inobjetable es un privilegio de época; que el premio a Judge haya encendido polémicas es, quizá, un síntoma de que aún falta afinar criterios o, cuando menos, reconocer abiertamente las variables políticas del diamante.

Lo cierto es que, entre certezas y controversias, el juego sigue vivo, vibrante y capaz de generar conversación. Y eso, para el beisbol y para quienes lo seguimos, es también una forma de victoria.

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Cortesía de El Informador



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