Al concluir la lectura de las mil páginas del primer tomo de Jin Ping Mei, decidí premiarme con un pato laqueado. Se trata, aparentemente, de un plato tradicional chino. Jin Ping Mei, reitero, es un clásico literario del Reino Medio, una cruza oriental entre el Decamerón de Boccaccio y las desmesuras del Marqués de Sade, también entre novela y leyenda, probablemente compilado y escrito a partir de los primeros siglos de nuestra era.
Interesándome en las posibilidades de encontrar en nuestra capital esta pieza gastronómica, vine a dar con un inusual restaurant privado: Quintao, como se llamaba el chef, preparaba la especialidad en su propio departamento, sito en un edificio de la calle Mendoza, dentro de las coordenadas del barrio chino porteño. Le escribí al whatsapp que figuraba en el aviso, y reservé.
Cuando llegué, Quintao se estaba bañando. Pero me atendió una señorita, ni joven ni anciana, que me indicó mi mesa.
Ya habían dispuesto un vaso de agua, los palitos chinos, una servilleta de tela y un plato de madera. ´
Dansi, como se llamaba la mujer oriental, me preguntó si almorzaría solo. Repliqué afirmativamente, y pregunté a mi vez si aguardaban más comensales. Dansi me informó que no, lo cual reputé como una de las grandes ventajas inesperadas de aquel inusual comercio: comer totalmente solo.
Finalmente llegó Quintao -efectivamente recién bañado-, trayendo la bandeja con el pato laqueado. Para mis adentros me dije que el pato era un anfibio, un intermedio entre la carne de pescado de río y el pollo. Un poco me desalentó mi conclusión.
-Si no le molesta -comentó Quintao-, quisiera aclararle algo respecto de su nota sobre Jin Ping Mei.
Me resultó extraordinariamente halagador que lo mencionara. De modo que, contra mi costumbre, incluso contra mis instintos, le hice el gesto de que tomara asiento.
-En rigor -explicó Quintao-, el libro no se titula El erudito de las carcajadas. Ese es el seudónimo del autor, que se desconoce si es uno o más individuos. Existen teorías e historias acerca de su identidad. Jin Ping Mei, en cambio, significa La ciruela en el jarrón dorado, o Loto dorado, según la traducción, tanto una referencia al personaje femenino principal, la esposa más insolente de Ximen Quing, como un juego de palabras con las sílabas de los nombres de las tres esposas principales, incluyendo la mencionada: Pan Jinlian, Li Ping’er y Pang Chunmei.
-De modo que al deducir que el título era El erudito de las carcajadas -ponderé-, me convertí en El erradito de las carcajadas. O El erudito de las chorradas. Son los dos únicos blasones a los que me siento merecedor.
-No se apene -me tranquilizó Quintao-. Mirando la tapa de su ejemplar, no era fácil distinguir el título del seudónimo. En cualquier caso, mi historia va mucho más allá de este malentendido.
El pato laqueado resultaba especialmente fácil de comer. Hubiera preferido a solas, pero de entre los compañeros posibles de mesa, Quintao no era la peor opción.
-Mi padre fue editor clandestino, en China, durante la Revolución Cultural, de una versión procazmente ilustrada de Jin Ping Mei. No sólo se hizo rico en medio de la locura de los años ’60 en Pekín, también logró exportarlo a los países del Este europeo soviético, y de allí a París. Heredé una cantidad de dinero desvergonzada.
-Buen adjetivo -admití-.
-Pero me casé -advirtió Quintao-. Primero con Loto Dorado o Pan Jinlian. Usted la conoció: fue la que lo ubicó en la mesa. Ella decidió dejar de quererme. Pero luego me denunció, y me hizo perseguir por uno de sus novios, un Guardia Rojo. Logré huir primero a Madrid, luego a Montevideo. Recalé en Buenos Aires. Aquí conocí a mi segunda esposa, también china, de Cantón: Li Pingier, por ponerle un nombre. También ella oportunamente se aburrió de mí, y eligió a un sádico coreano dueño de un karaoke perverso. Por último creí hallar refugio en Pang Chunmei, varios años mayor que yo. Pero tampoco fui afortunado. Mei, como podríamos apodarla, me dejó por una señorita bastante más joven que ella, sin óbice de frecuentar varones de distintas edades, simultánea y alternativamente.
-El amor hace la única diferencia entre la promiscuidad y la soledad -acoté-. Pero lo que en realidad quería decir es que me trajeran más servilletas. Ocurría que en aquel espacio inusitado no sabía a quién ni cómo. Temía provocar algún disturbio doméstico. Es otra cultura.
-Pero hete aquí -continuó Quintao- que por las distintas leyes vigentes, debí mantenerlas a las tres, junto a los hijos que tuve con cada una, no necesariamente estrictamente de mi descendencia, si nos guiamos por la tradición familiar china, tan importante entre los nuestros. Cuando Pan Jin Lian, o Dansi, necesitó a su vez huir de China, con nuestro hijo supuestamente en común, no tuve más remedio que habilitarle alguno de mis tantos contactos -también heredados de las relaciones comerciales de mi padre- para que arribara a estas tierras de paz y promisión.
“En suma, en este edificio viven mis tres ex esposas, con sus respectivos hijos de nuestro primer respectivo matrimonio, más algunos otros surgidos tras el final de la mencionada alianza. Es una Torre de Babel, pero en la que el único que no entiende el lenguaje soy yo. Excepto el de la manutención: a fin de mes debo dispendiar la tarasca, si me permite el brutalismo.
“En una mueca absurda del destino, soy el exacto opuesto de Ximen Quing, el protagonista de Jin Ping Mei, que visitaba aleatoriamente a su decena de esposas, siempre fragantes y a la espera, en sus múltiples y lujosos aposentos. Yo trabajo para mis ex, en este palacio de todos menos mío, casi un establo para mi trabajo exhaustivo, en el que soy el caballo de carga. No un pura sangre, mucho menos un semental. Un matungo de la noria.
“No lo tome a mal si le comparto una infidencia fruto de mis investigaciones en el campo animal: tengo para mí que el zángano sí trabaja. Sólo que tiene mala prensa. Las abejas han sabido venderse.
-Pero el pato laqueado está muy bien -intenté solidarizarme-.
-Lo cocino por vocación -explicó Quintao- Mi usufructo deviene de otras actividades.
Y haciendo una pausa para cotejar si yo avanzaba con la suficiente celeridad (supongo que en la previsión de que liberara la mesa), agregó:
-Imagino que sabe del Tomo II de Jin Ping Mei.
Asentí, pasando de las fetas gruesas, a la pata, que semejaba un pequeño muslo de codorniz.
-¿Piensa leerlo?
-La verdad es que su historia me resulta disuasiva -le confesé-.
-Tampoco creo que Ximen Quing la haya pasado tan bien con su harén -reflexionó Quintao-. El pasado está sobrevalorado.
Una muchacha de tez morena y peinado afro se presentó entre nosotros ofertando un postre. Ante mi negativa, me extendió la cuenta. Al ver el número, creí escuchar el burlón parpar vengativo del pato. También el zumbar del zángano.
“Menos mal que es solo una vocación”, me dije. No quisiera saber lo que cobraría si fuera con fines de lucro.
Mientras pagaba, la camarera se retiró.
-Zuca es mi más reciente oportunidad en el amor. Por no decir la última -suspiró Quintao-.
Medité durante un largo rato acerca de si dejar propina. Y finalmente me resigné.
-Se puede comer solo -me despidió Quintao-. Pero no mucho más. La soledad es un territorio extremadamente limitado.
Cortesía de Clarín
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