Cuando Nicomedes pensaba en Gacela, se preguntaba si formular en su silencio la frase “en dos planetas distintos” no era una redundancia. Si eran dos planetas, no podían ser el mismo.
Gacela vivía en la Tierra.
Se habían conocido varias lunas atrás. Se habían atraído como no ocurría entre dos seres humanos desde los tiempos antiguos. Gacela era todo lo que Nicomedes había buscado siempre en una mujer. Nicomedes era para Gacela una sorpresa: nunca hubiera imaginado que se enamoraría así de un hombre.
En su divagar por el planeta que compartían, la Tierra, visitaron bosques, lagos, montañas. Se tomaron de la mano. Se dijeron sus anhelos. No se conocieron el uno al otro, porque la tradición mandaba que cuando el corazón decía su palabra, los cuerpos debían aguardar. Nadie separa corazón de cuerpo: pero les admitían dos ritmos distintos.
Repentinamente a Nicomedes le surgió la oportunidad de supervisar la extracción de los minerales sagrados en el planeta Quom. Una oportunidad laboral de esa naturaleza sólo aparecía una vez en un siglo. Pero el tiempo de desempeño no podía ser menor a cinco años. Gacela debía concluir su carrera en la Tierra, adecuar sus habilidades. Acompañarlo o aguardarlo definía el resto de su vida. Pretendía acceder al Gran Consejo.
En este punto, los sabios que luego estudiaron el caso difieren: un mayoría numéricamente consistente, admite que si el amor hubiera ganado la partida ella lo hubiera acompañado o él se hubiera quedado.
Pero una minoría con argumentos igualmente contundentes advierte: ¿era lo mismo que él se quedara a que ella lo acompañara? ¿Quién debía pedir que el otro viajara o no viajara? No se conocen los términos exactos del intercambio sentimental entre los protagonistas. Qué se dijeron. Qué se pidieron. Sabemos que Nicomedes viajó, que Gacela permaneció en Tierra.
En el planeta de las cortesanas, como se conocía a Quom, Nicomedes permaneció célibe. Consultó a un médico al respecto: el galeno replicó que el celibato no era aconsejable, y ni siquiera sabía si posible. Pero que no podía darle consejos al respecto.
Sorprendiéndose de sí mismo, Nicomedes se mantuvo célibe durante los cinco años. Reservándose para Gacela.
Aquellos cinco años fueron de un gran crecimiento personal para Nicomedes. Su fama como supervisor, y aún más, como innovador, recorrió ambos planetas. En Tierra le aguardaban ofertas de la mayor magnitud. De Quom no lo querían dejar marchar. La prosperidad era mayor en Quom. Pero nadie olvidaba la Tierra, su clima personal, las raíces, el humor.
Le preguntó a Gacela si prefería reencontrarse en Quom o en la Tierra. Gacela dejó decidir a Nicomedes.
El regreso de Nicomedes a la Tierra, en la nave Columpio 25, fue acompañado de tormentas externas e internas. Había sido exitoso en las lides de la labor, y presentía su llegada como el reposo de un guerrero pacífico. No podía imaginar si no que Gacela hubiera embellecido aún más en su ausencia. La presencia no lo defraudó. Un columpio en el jardín recibió al joven enamorado. Gacela lo aguardaba lábil y expectante.
Pero cuando en algún momento de la ansiada reunión Nicomedes le reveló, como una ofrenda, su celibato, el rostro de Gacela se turbó en una mueca de contrición. No se sabe si lo dijo o no, pero ella hubiera preferido un muchacho experimentado.
No la complacía que abordaran juntos aquella novedad: especulaba, durante aquella larga separación, con las posibilidades que Nicomedes pudiera haber acumulado y luego transmitido.
Tampoco queda claro cómo llegó el final de aquel casal. Duraron menos de lo que habían estado separados.
Nicomedes mutó en un Casanovas interestelar. Recorrió el universo conociendo hembras de las distintas galaxias. Se especializó en el misterio, consciente de sus limitaciones para comprenderlo. Finalmente arribó a la Tierra como un destino perdurable.
Visitó una vez más el jardín del columpio. Era entonces un hombre alto, bello, sucio de tiempo y endurecido, con el rostro curtido de días y noches. Gacela lo observó como a un pasado imposible, lo que debió haber sucedido, lo que nunca sucederá, el impertinente umbral de las oportunidades perdidas.
Cortesía de Clarín
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