La nueva historia de Marcelo Birmajer: La inquisión

Los oficiales ingresaron en la cabaña de adobe y pino; en penumbras a la caída del sol. Pero aún Miguel de Cervantes Saavedra borroneaba y reescribía la deriva de una historia, entre su pasado y su imaginación.

Primero se preguntó, el manco de Lepanto, cómo habían accedido a su morada sin tocar la aldaba. ¿Cómo se materializaban aquellos dos sujetos sin prevención alguna? Recién luego reparó en sus alocadas vestimentas: parecían conservar la luz del sol, alardear como paños de la China, hablar de las nuevas tierras del otro lado del mar. O quizás parodiar a su Quijote, como tantos otros lo habían ya intentado. ¿Se trataría de una comparsa en su contra, de un divertimento de los duques contra un simple escritor?

-Detenga su mano -exclamó el primero-.

Un ramalazo de humor atravesó el magín del inquilino -nunca había poseído casa propia, dependía de la bondad de los acaudalados-, ¿cuál mano?, le susurró su negro ingenio.

En cualquier caso, dejó la pluma a un lado. Aquella voz imperativa anticipaba una autoridad fáctica: más valía no poner en riesgo la única mano restante. Si sólo con una escribió el Quijote, mentaba la criada sobre la Primera Parte, qué no hubiera escrito con dos. Pero Cervantes más bien pensaba en qué hubiera sido su destino sin siquiera esa mano restante.

-Deberá borrar la Historia de Zoraida y el cautivo.

Cervantes aún no la había titulado. Pero, libremente inspirado en su propia experiencia, el capítulo narraba la fuga de un guerrero español contra el moro, en Argel, ayudado por una morisca que prefería la religión cristiana.

-Pero… si es acorde a nuestra santa Iglesia y el Santo Oficio -replicó don Miguel-.

-Ya no -lo contradijo el primero-. Venimos del siglo XXI. Nuestras normas deben ser respetadas preventivamente.

Lo pensado, se dijo Cervantes, han de estarme cachando. Que otra cosa, es pensar en lo excusado.

-Ni siquiera la termino -interpuso el autor-. ¿Qué partes debo borrar, cuáles cambiar?

-La mujer debe protagonizar la historia -aclaró el segundo-. Y el cautivo debe avenirse a la fe de Zoraida, no viceversa.

-Pues la mujer protagoniza el episodio del principio a fin -explicó Cervantes-. Prácticamente el cautivo español depende de ella. Es Zoraida la que planifica la estratagema y la lleva a cabo. Sin ella, el hombre está perdido. De algún modo es la propia historia de mi vida, a lo largo y a lo ancho. Desde la propia Zoraida hasta los condes y el marqués que financiaron mis escritos. No puedo asignarle más protagonismo, ni aunque quisiera. Hay circunstancias que superan incluso mi imaginación.

-No se trata de un protagonismo práctico -dijo el primero-, sino conceptual. El protagonismo de Zoraida transcurre en una feminidad oprimida, renunciando tanto a su empoderamiento de género como de culto. Necesitamos que el cautivo se avenga a las creencias de Zoraida, que permanezcan juntos en Argel, y que él realice las tareas de la casa.

-Pues no tengo problema alguno en realizar las tareas del hogar. Incluso con una sola mano. Pero lo de quedarme en Argel como hombre libre, pues, bueno, no acaba de resultarme verosímil. Mientras que María, antes Zoraida, según parece acompaña al español con buena fortuna de regreso a la comarca de León.

-Eso es el pasado -determinó el segundo-. Nosotros venimos del futuro. La Historia debe ser reescrita para integrar a todos.

-No acabo de entender -caviló Cervantes-.

-No hace falta. Ya entendemos nosotros por usted. Tome nota.

-Pues si no puedo participar yo en el entendimiento, mucho menos factible que lo escriba. ¿Por qué no me dejan vuesas mercedes un prescriptivo, un Estatuto, una Sentencia, con el sello Real o del Santo Oficio, para que pueda yo a mi vez manuscribirlo? No me ha ido mal, hasta ahora mismo.

-Porque, como usted bien dice, hacer tal cosa sería pensar en lo excusado -le remedó el primero-. Ya lo ha intentado usted a rienda suelta, y vino a suceder que oprime a los distintos y reduce la relevancia de la Otredad de las Otras.

-Si no fuera porque son dos, y así estrafalariamente vestidos -ponderó Cervantes en voz alta-, vendría yo a creer que sois vosotros el mago Frestón. Pero tengo para mí que este muy mal fechicero es de común sutil, discreto y malhadado. No sería tan evidente su castigo.

-Tampoco lo de los Molinos de viento como se narra -agregó el segundo-. La salud mental no es tema de mofa. Si es psicosis, un enfoque. Esquizofrenia, otro. Pero no burlarse del individuo con una percepción distinta.

-Es que mi novela es satírica -intentó explicar Cervantes-.

-Usted se ríe De El Quijote, no Con El Quijote -lo amonestó el primero-.

-Es que yo no me río mientras escribo -intentó defenderse Cervantes-. Pretendo se ría el lector. Pero con risa agridulce, no burlona.

-La risa es de por sí burlona -medró el segundo-. La seriedad no se equivoca.

-Tome entonces nota -insistió el primero-.

-Muy señores míos -soltó la pluma Cervantes-, conozco mis límites y mis alcances. Se arruinó mi mano contra el moro en Lepanto. Huí contra toda esperanza de Argel. He inclinado mi cabeza ante las órdenes del rey y del santo oficio. Pero no puedo escribir lo que dicten. Lamentablemente, esta mano solo me permite escribir lo que me sale de los cojones… con perdón. Quizás si hubiera conservado el uso de ésta otra. Pero ya ven… la perdí luchando. No es más que una garra.

Ambos oficiales del Santo Futuro se observaron meditabundos. Había sido un viaje largo y complicado. No querían deshacerlo sin algún resultado. Cobraban por objetivo cumplido. Las arcas del Estado se abrían para ellos con mucha menos facilidad que las puertas del pasado.

-¿Y si le trajéramos una mano buena? -consultó el Primero-. Sabemos cómo reproducirla. Tenemos vuestro adn.

-Es que en su contemporaneidad -procuró alentarlo el segundo- no notará las cortedades. Su Quijote prosperará y recorrerá el mundo. Pero el Futuro es nuestro: y allí, señor Cervantes, ¿quien si no nosotros puede garantizar el bienestar de vuestro nombre?

Era una amenaza directa, y como tal la interpretó el autor.

-Pues, sus señorías, pueden ustedes disponer de mi nombre, de mi mano restante, de mi pluma… Por vuestras palabras y acciones deduzco que es poco lo que pudiera hacer por oponerme. Pero de mi alma no disponeis vosotros, ni yo, según entiendo, que el alma es un interciso entre la voluntad y el misterio, y manda por sobre el pasado, el presente y el futuro, no totalmente desligada de nuestra voluntad pero tampoco a ella sometida.

como si este último párrafo convirtiera a los molinos de viento en verdaderos gigantes, o desintegrara al mago Frestón, o recuperara como en un camino inverso de la ceniza al papel los libros quemados por el cura y el barbero, los dos oficiales del Santo Oficio, para Cervantes, y del Santo Futuro, realmente, se esfumaron de su humilde vivienda prestada, dejándolo en la quietud de la noche, bajo la luz de una luna inverosímil, acabando la historia del Cautivo y María, sin siquiera encender la última vela.

Cortesía de Clarín



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