La nueva historia de Marcelo Birmajer: Nadie puede esconderse del tiempo

Nunca llegó a saberse el nombre de Plones, el profesor del tiempo. Probablemente ni el propio Plones lo supiera. Pero lo que sí se sabe es que de entre todas las historias estrafalarias de las que le tocó participar como relojero, experto en transcurrir y detective amateur, ninguna lo fue más que el caso de los gemelos desconocidos y el hombre que comía por otro.

FERIA DE SAN FRANCISCO

Plones también sabía que la fundación mítica porteña de Borges, la idea de una Buenos Aires que antecedía en el tiempo a la República, a Solís y sus comensales, estaba basada en la realidad. También sabía Plones que en Estonia, circa 2018, había nacido un argentino de padres estonios. No por ancestros ni inmigrantes: un argentino, por generación espontánea, de padres de otra nacionalidad. Los argentinos nacían excepcionalmente por el mundo, sin importar el origen étnico o geográfico de sus respectivos padres, igual que lo hacían en el territorio nacional.

El asunto que llegó a la atención del profesor Plones, experto en tiempo, remitía a su vez a la extraña sucesión de acontecimientos finalmente nominada El caso de la carpa 47, sita en la Bristol, Mar del Plata, publicada oportunamente en estas páginas, en un verano cuyo lugar en el almanaque no viene al caso.

El consultante irrumpió en la relojería de Plones, lindera al Parque de los Patricios. Allí atendía artefactos y conflictos.

La desgracia que Cacho Malaparte desplegaba ante la inquisitiva mirada de Plones refería a la reacción extemporánea y estrambótica de sus conocidos, de su esposa, de sus compañeros de trabajo, en distintas circunstancias de su vida, en el suceder cotidiano. Su mujer lo festejaba o se malquistaba, día sí, día no, sin relación alguna con sus acciones o pareceres. El compañero laboral, cuasi socio, le reprochaba propuestas que Cacho desconocía. Finalmente su amigo Parropino le agradeció por una cena de la que Cacho no podía acordarse.

-Es claro que alguien está impostando su identidad – diagnosticó Plones, con la ventaja de la experiencia. Pero entre el diagnóstico y la solución no hay experiencia que acorte el trecho-.

¿Quién era el doble de Cacho Malaparte?

Plones rememoró el caso de la carpa 47 y cotejó que en la resolución de aquel caso de dobles había adherido como locación la limítrofe Miramar. Por algún motivo se le ocurrió a Plones que si la ciudad de los niños, pueril y mansa, tributaba a Patoruzú; La Feliz, era propia de Isidoro: una oposición entre la modestia y la malicia, entre el esfuerzo y la codicia.

A la concurrencia de Elías Borgovo como detective amateur asociado, debemos los hitos más significativos de la resolución de este enredo. No tanto por la agudeza de su participación sino porque Plones, al sentirse acompañado, despliega sus mejores virtudes.

Había existido una Buenos Aires mítica, en un espacio y tiempo de otra dimensión, paralela pero ilógicamente relacionada con la contemporánea, pre existente a la llegada de Colón al continente. Esa metrópoli ya había sido fundada, prosperó hasta alcanzar la riqueza de las principales urbes del siglo XXI, y luego fue arrasada por un tsunami, provocado por una conjunción de errados pronósticos meteorológicos. La historia de la misma se compendia en la Enciclopedia de Mitos Inútiles, de Goyeneche y Zapala. La mención de Borgovo al delgado volumen, sugirió a Plones la existencia de un gemelo desconocido de Cacho Malaparte. Borgovo había encontrado el libro en su despacho de la calle Posadas, en un anaquel de la biblioteca en el que hasta entonces solo juntaba polvo la colección completa del Selecciones.

-¿De dónde salió ese libro? -preguntó Borgovo-.

-Ni idea -replicó Plones-. Pero si existió una Buenos Aires paralela, misteriosa como diría Manucho, en cualquier caso desconocida para nosotros… Por qué no podría existir, mucho más verosímil, un gemelo desconocido de Cacho Malaparte. Llamésmolo, si querés, Bonaparte.

-Llamalo como quieras- concedió Borgovo-.

-Supongamos que Cacho tiene un gemelo, que conoce la existencia de Cacho, pero no viceversa. Bonaparte le usa la vida. No sabemos exactamente en qué aspectos de esa intersección encuentra el usufructo. Pero evidentemente lo divierte, le saca provecho, en todos los sentidos de la expresión. Ahora resta encontrar al farsante, aunque genéticamente verdadero.

Cacho Malaparte no tuvo más remedio que aceptar la explicación del experto en tiempo. Pero sumó otra queja: desde enero venía practicando una dieta estricta. Por momentos le daba magros resultados, por momentos engordaba como un sapo. Sin embargo, el ejercicio y la dieta los mantenía con una disciplina espartana. Cómo podía ser.

En este rubro no tenía Plones experiencia alguna, aunque sí había padecido circunstancias semejantes. Fue la sinapsis poética que en ocasiones conjuraban Borgovo y Plones lo que los llevó a ponderar que lo que comía el gemelo Bonaparte con gran placer y mejor asimilación, engordaba a Malaparte.

-Cierto otoño del año 95 -rememoró Borgovo-, conocí en el bar de la calle Procedente, un señor canoso que desayunaba invariablemente doce medialunas, seis de grasa y seis de manteca, delgado y esbelto como un junco. Mientras que yo, a tostada integral y mermelada diet, no sólo no bajaba un gramo, sino que echaba busarda. Finalmente descubrí el hechizo: por medio de una mirada singular, el señor canoso lograba transmitirme su engorde.

-Mucho más en el caso de un gemelo desconocido -completó Plones delante del consultante-.

Una semana más tarde regresó Cacho Malaparte a la relojería, delgado, y con una mueca de alivio en el rostro. Plones, sin alzar la vista de un reloj de arena al que se le había cerrado la división, preguntó con falsa despreocupación:

-¿Dónde está Caín?

-¿Acaso soy el guardián de mi hermano? -respondió Malaparte, avisado y retórico.

Plones soltó el precioso artefacto imperecedero, donde parecía vivir el tiempo, y lo observó alarmado. La expresión de Malaparte no lo tranquilizó. El hombre, ya solo en el mundo, hijo único por acción en cualquier dimensión, ratificó la sospecha de Plones con una frase desoladora:

Hizo cosas para las que no hay palabras.

OBRAS DE INFRAESTRUCTURA HIDALGO

Cortesía de Clarín



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