
La función de la oposición política en un régimen democrático es la de representar a las minorías e influir de una u otra forma en la toma de decisiones de un gobierno legítimo. Es de hecho un contrapeso más, que si bien estorba a los tomadores de decisiones, evita la concentración y abuso del poder. Pero cuando la oposición se presenta como un espacio de gritones a los cuales nadie hace caso y por ello carece de fuerza real, entonces se convierte en una voz incapaz de representar algo o a alguien.
La democracia mexicana comenzó a funcionar como tal en 1997, cuando el PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados y con ello obligó al gobierno a negociar con sus adversarios y reconocer su poder real, lo que no existió durante los años del partido hegemónico. Esa historia terminó en el 2024, cuando Morena y sus aliados obtuvieron con un sinnúmero de marrullerías, la mayoría en el Congreso para hacer y deshacer la Constitución Política, y con ello retornar a la era del autoritarismo presidencial
Es cierto que los partidos PRI, PAN y PRD colaboraron en este proceso de destrucción democrática a través de sus disputas internas por mantener cotos de poder, y con ello facilitaron la reconstrucción del partido de Estado. Hoy Morena no tiene nada que pactar con la oposición porque no la necesita. Su problema son las rencillas internas y el peligro de fragmentación por la enorme cantidad de presuntos caudillos que se consideran indispensables para la conducción del país.
La reforma electoral en ciernes pretende impedir de facto la alternancia en el poder. Desaparecer los diputados plurinominales no sólo elimina la representación de las minorías, sino garantiza al partido en el poder victorias en automático sin tener que arriesgarse a medir su fuerza real en el marco de un sistema que exprese la voluntad de la ciudadanía en su conjunto. Por ello la urgencia de contar con esta legislación para las elecciones del 2027, donde se abre la última oportunidad para contener a Morena en la Cámara de Diputados.
Por su parte, la oposición tendría que realizar una transformación de fondo para presentarse unida y con posibilidades reales de desafiar al partido de estado y sus apéndices. Las siglas PRI y PAN así como hoy aparecen, no representan un gran atractivo para los electores y mucho menos sus figuras desgastadas y sin proyección alguna.
Sólo un frente unido que proponga una alternativa basada en la recuperación económica y la reconstrucción de una democracia sustentada en leyes y no en desvaríos autoritarios, podrá enfrentar a una maquinaria llena de dinero y recursos de todo tipo que hasta hoy han logrado controlar eficazmente la manipulación del voto. No hay de otra.
Cortesía de El Economista
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