La visita de la Deutsche Kammerphilharmonie Bremen al Teatro Colón, bajo la dirección de Riccardo Minasi y con James Ehnes como solista, fue una de esas ocasiones en que la música se proyecta más allá del entretenimiento y se convierte en un acto de pensamiento. La presentación organizada por el Mozarteum Argentino recordó que la interpretación musical puede ser todavía un gesto de resistencia.
El programa -Schubert, Beethoven, Mendelssohn- trazó un arco que recorrió el tránsito de la sensibilidad clasicista a la afirmación del yo romántico, sin didactismo ni nostalgia. La elección de obras no fue inocente: tres miradas sobre Europa y su imaginario, tres respuestas a la pregunta por la belleza y su necesidad. George Steiner escribió que toda lectura profunda es un acto de restitución, y esa idea podría aplicarse a la manera en que Minasi y sus músicos abordaron cada partitura: como si buscaran restituirle a la música -y al mundo- su densidad ética y su misterio.
La Obertura en do mayor “Al estilo italiano” de Schubert fue el umbral perfecto. En ella, Minasi delineó con precisión la tensión entre la imitación y la identidad. La escritura “a la italiana”, ligera y brillante, funcionó como un espejo deformante en el que Schubert intenta reconocerse. Lo que podría ser una simple concesión estilística se reveló aquí como una meditación sobre la distancia: el gesto de un vienés que contempla la exuberancia ajena, sobre todo la de Rossini, su contemporáneo.
Bajo la batuta de Minasi -vital, comunicativo, de gestos precisos- la orquesta mostró una ductilidad admirable: cuerdas transparentes, vientos exactos, fraseo flexible pero jamás complaciente. Una alegría contenida, de gran precisión.
El Concierto para violín en re mayor, op. 61 de Beethoven llevó el concierto a otro plano. La interpretación de James Ehnes, con su violín Stradivarius “Marsick” de 1715, se caracterizó por una serenidad que no excluyó la intensidad: un impresionante sonido limpio y concentrado que parecía emanar más de una convicción interior que del deseo de deslumbrar. No hubo exhibición sino disciplina. Cada entrada, cada línea, fue pensada como parte de un discurso de proporciones y tensiones. Minasi acompañó con inteligencia camerística, atento a los microclimas de la obra, y la Kammerphilharmonie respondió con una sonoridad de admirable equilibrio.
En los momentos de mayor expansión, cuando el violín se elevaba sobre el tutti, se percibía esa “ética del sonido” que tanto preocupaba a Beethoven: la música como afirmación de la razón frente al caos. Ehnes no interpretó, en el sentido teatral del término; más bien pensó en voz alta a través del instrumento. En su sobriedad había una forma de decir potente -como recordaría Edward Said- que la cultura no es un lujo, sino una forma de resistencia moral. Tras las ovaciones, Ehnes ofreció como bis la Sonata para violín solo, Ballade, nº3 Op.27, de Eugène Ysaÿe, de deslumbrante técnica e introspección.
Energía luminosa
En la segunda parte, la Sinfonía n.º 4 en la mayor, “Italiana” de Mendelssohn cerró el programa con energía luminosa y rigor estructural. Lo “italiano” no es aquí un color local, sino una utopía: un ideal de luz, movimiento y orden. Minasi desplegó tempos ágiles pero nunca precipitados, y la orquesta respondió con un empaste de precisión casi quirúrgica. El segundo movimiento, con su canto procesional, tuvo una nobleza austera; el final, con su ritmo saltarello, fue un estallido de alegría controlada, sin exceso ni desborde.
La disposición orquestal -contrabajos a la izquierda, violines enfrentados y violonchelos en el centro- reforzó la claridad del tejido sonoro y la sensación de diálogo entre las secciones, acentuando la idea de la música como conversación más que como monólogo.
La lectura de Minasi y de la Deutsche Kammerphilharmonie fue, ante todo, una afirmación del pensamiento histórico en la interpretación. No se trató de “revivir” las obras, sino de pensarlas desde el presente, con la conciencia de que todo acto musical es una reescritura. Lo que se escuchó no fue una ilustración de conceptos, sino la encarnación sonora de lo que excede el lenguaje: una inteligencia sensible que articula sin decir.
A lo largo de la velada, la Kammerphilharmonie confirmó su reputación como una de las orquestas de cámara más refinadas y vitales de Europa. Su sonido no busca imponerse por masa, sino por articulación y transparencia. Minasi, director de temperamento inquieto y pensamiento vivo, condujo con una mezcla de rigor barroco y libertad romántica. Cada gesto suyo -enérgico, preciso, nunca grandilocuente- recordaba que la música, como toda forma de arte, sólo tiene sentido cuando renuncia a la comodidad del estilo para asumir el riesgo del presente.
El público respondió con una atención inusual, de esas que crean una suspensión colectiva del tiempo. No hubo espectáculo: hubo concentración, memoria y una forma de verdad. En el cruce entre la claridad de Ehnes, la intensidad de Minasi y la solidez transparente de la Kammerphilharmonie se desplegó algo que ni la técnica ni la historia pueden explicar del todo: esa zona donde la música, efectivamente, es más que palabras.

Después de las largas ovaciones, Minasi expresó su felicidad por volver al Colón después de cinco años y ofreció dos bises: el Sueño de una noche de verano de Mendelssohn y la Obertura de Don Giovanni de Mozart, coronando una noche de estruendosas y merecidas ovaciones.
Ficha
Mozarteum Argentino 73° Temporada
Calificación: Excelente
Orquesta: Deutsche Kammerphilharmonie Bremen Director: Riccardo Minasi Solista: James Ehnes, violín Programa: Obertura en do mayor, D. 591, “Al estilo italiano”, Franz Schubert; Concierto para violín y orquesta en re mayor, op. 61, Ludwig van Beethoven; Sinfonía n.º 4 en la mayor, op. 90, “Italiana”, Felix Mendelssohn Función: lunes 6 de octubre Lugar: Teatro Colón.
Cortesía de Clarín
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