La pareja moderna: ¿crisis o evolución?

Un hombre joven llegó esta semana al consultorio visiblemente ansioso. Su esposa le había notificado el inicio del trámite de divorcio. Él, que hasta hace poco se sentía estable, sostenido, incluso amado, se encontraba ahora sumido en una mezcla de angustia, tristeza y confusión.

Sigo sin entender en qué momento se rompió todo —me dijo.

Este caso, aunque profundamente personal, se repite con cada vez más frecuencia. Mientras reflexionaba sobre ello, las redes estallaban con otra historia viral: durante un concierto de Coldplay, una cámara enfocó a un empresario reconocido que abrazaba a una mujer. La imagen apareció en la pantalla gigante del estadio. La sorpresa: no era su esposa. Ambos, visiblemente incómodos, se apartaron de inmediato. Las redes no tardaron en identificar a los involucrados: él, casado; ella, también. La escena se convirtió en escándalo mediático, pero también en espejo de una conversación más profunda: ¿qué está ocurriendo con la pareja, con la fidelidad y con el deseo humano en estos tiempos?

Según datos del Inegi, en 2023 se registraron más de 163,000 divorcios en México. Aunque esto representa una ligera baja respecto al año anterior, hay un dato más revelador: 33 de cada 100 matrimonios terminan en divorcio, cuando hace apenas una década eran 15. La edad promedio al momento de la disolución es de 38 años en hombres y 36 en mujeres, justo en la etapa de mayor productividad y responsabilidad familiar. La duración promedio de las uniones que se disuelven ronda los 17.7 años.

Además, cada vez hay menos matrimonios formales y más uniones libres. Las cifras sugieren que más del 50% de los adultos jóvenes prefieren vivir en pareja sin casarse, aunque también enfrentan rupturas frecuentes. Lo que estamos presenciando no es simplemente un cambio de estatus legal, sino un cambio de paradigma: nada menos que una revolución en los vínculos y en la noción misma de compromiso.

Claro que la infidelidad no es nueva, pero su visibilidad sí lo es. En una época de cámaras omnipresentes y redes sociales que lo viralizan todo, las traiciones pueden tener efectos inmediatos y devastadores.

La ciencia de la infidelidad

En el reino animal, solo entre el 3 y el 5% de los mamíferos son monógamos. Entre ellos destaca un pequeño roedor, el ratón de campo (Microtus ochrogaster), intensamente estudiado por su fidelidad. En estas especies se ha observado que la formación de lazos de pareja está regulada por la oxitocina y la vasopresina, además de la activación del sistema de recompensa dopaminérgico. En humanos, estos mismos sistemas están involucrados en el enamoramiento, el apego y también en la ruptura.

Diversos estudios han relacionado ciertas variantes genéticas —como las del receptor de dopamina (DRD4)— con una mayor tendencia a la infidelidad, así como niveles elevados de testosterona o disfunciones en el sistema de recompensa. Desde la neurobiología, podríamos decir que algunas personas presentan una menor capacidad de inhibición frente a estímulos novedosos o excitantes, lo que las hace más vulnerables a engañar a su pareja.

Además, el cerebro responde de forma distinta según el tipo de infidelidad. Estudios con neuroimagen han demostrado que los hombres tienden a activarse más intensamente ante infidelidades sexuales, mientras que las mujeres lo hacen ante infidelidades emocionales, lo que podría reflejar estrategias evolutivas ligadas a la protección de recursos o de la descendencia.

Por supuesto, más allá de los circuitos cerebrales, la infidelidad tiene efectos profundos: ansiedad, baja autoestima, síntomas depresivos e incluso manifestaciones de trauma psicológico. Muchas veces, la persona engañada no solo pierde a su pareja, sino también la confianza en su propia capacidad de ser amada.

¿Está cambiando la estructura del amor?

Hoy más que nunca se habla abiertamente del poliamor, de las relaciones abiertas, de los vínculos múltiples con acuerdos explícitos. Algunos lo ven como una amenaza a la monogamia tradicional; otros, como una forma más honesta y evolucionada de relacionarse. Lo cierto es que la exclusividad emocional y sexual ya no ocupa el lugar sagrado que tuvo para generaciones anteriores.

Esto no significa que el amor esté muriendo, pero tal vez esté mutando. El modelo de pareja única, permanente, cerrada y exclusiva no parece ajustarse a todos los temperamentos ni a todas las etapas de la vida. Y mientras algunas parejas siguen funcionando bajo ese esquema, muchas otras buscan nuevas formas: acuerdos más flexibles, vínculos distintos o, incluso, eligen que su relación más significativa sea con uno mismo.

¿Qué podemos hacer?

Si quieres tener relaciones afectivas y/o románticas más sanas, empezar por estos consejos puede marcar una gran diferencia:

  • Trabaja tu historia emocional antes de culpar al otro. Muchas veces, nuestras heridas no resueltas sabotean las relaciones actuales.
  • Hablen de los acuerdos de forma explícita y periódica. No asumas que lo que funcionaba antes sigue vigente: las necesidades cambian, y los vínculos también.
  • Cuiden la novedad compartida. Las experiencias nuevas en pareja activan los mismos circuitos dopaminérgicos del enamoramiento inicial.
  • Busquen ayuda especializada a tiempo. Muchas relaciones se rompen por falta de herramientas, no por falta de amor.

Así que la pregunta que nos queda es: ¿estamos asistiendo al colapso de la pareja tradicional o simplemente a una evolución natural de los vínculos humanos? ¿Nos cuesta más amar… o amamos de otra forma?

Lo cierto es que la biología nos conecta, pero la cultura nos transforma. Y tal vez el verdadero reto no sea aferrarnos a una única forma de amar, sino aprender a construir vínculos más conscientes, honestos y profundamente humanos.

Me encantaría conocer tus dudas o experiencias relacionadas con este tema. Sigamos dialogando; puedes escribirme a [email protected] o contactarme en Instagram en @dra.carmenamezcua.

Cortesía de El Economista



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