
El futuro político de Adán Augusto López Hernández pende de un hilo. En tal escenario, hay quienes creen que solo es cuestión de tiempo para la caída del líder de Morena en el Senado. Hay quienes apuestan lo contrario.
Que haya incertidumbre sobre lo que ocurrirá con el político ligado por décadas a AMLO es una buena noticia: hay expectativa del talante, en términos de poder por desplegar, de la presidenta Claudia Sheinbaum.
Adán Augusto, como se sabe, está en el ojo del huracán por lo inverosímil que resulta que no supiera de los antecedentes -polémicos por decir lo menos- de Hernán Bermúdez Requena, a quien, como gobernador, dio la titularidad de la policía tabasqueña.
Julio ha sido el mes horribilis de López Hernández. Y aunque su partido medio lo arropó, los días pasan sin que la posición de Adán Augusto, a la cabeza del Senado o incluso en la Legislatura, se vea firme.
El columnista Diego Petersen acuñó un indicador que, con independencia de las declaraciones que dé la clase política, mide infaliblemente el estado de una cuestión. Es el “jetómetro”. Sí, la cara de Adán Augusto hace una semana lo decía todo. Y no es la única.
No está uno para sugerirles pretextos para sus vacaciones en el lejano oriente o en magnas villas europeas, pero se entiende que en Morena prefieran estar lejos que poner la otra mejilla por el compañero Adán, a quien las revelaciones periodísticas cada día dejan peor parado: cuando menos va a pasar como el ingenuo que no vio todo lo que, presuntamente, operaba para criminales -incluidos negocios personales- su policía. Con esas credenciales, pensará más de uno, ¿cómo podría seguirse diciendo de él que es un avezado operador, un hombre de olfato político, un sagaz grillo?
Es esa incompatibilidad entre su tutelaje a un presunto operador de un peligroso cártel y la promesa de renovación que se supone es Morena, lo que hace que las apuestas a favor del ocaso de Adán sumen adeptos, pero no será el azar de la ruleta la que decida, sino Palacio.
¿Y quién sabe qué quiere Palacio? Nadie, a ciencia cierta.
La presidenta está a cinco semanas de rendir su primer informe de Gobierno y un ciclo como ese suele ser aprovechado para ajustes, reacomodos o, incluso, redefiniciones.
El cierre del primer año, todo un ritual para el presidencialismo mexicano, no pinta bien para la presidenta Claudia. Y es precisamente en momentos así que, también en la tradición de un sistema donde una sola persona pesaba muchísimo, ocurrían cosas.
Mas en el nuevo régimen aún no terminan de establecerse rituales y modos. De hecho, a algunos en Morena les ha costado pasar de ver en Sheinbaum a la “compañera” Presidenta, a simplemente la Presidenta.
Desprenderse de esa supuesta horizontalidad de primo entre pares podría darle a Claudia Sheinbaum más fuerza para los retos que enfrenta en el plano internacional, en lo económico y, desde luego, al combatir la violencia.
En un diálogo del libro más reciente de Javier Cercas* se cita a Nietzsche en El Anticristo: “‘contra vuestra fe, vuestras caras han hecho mucho más que nuestras razones’. Tenía razón. Con ‘vuestras caras’ quería decir vuestra tristeza, vuestra amargura, vuestra intolerancia”.
Las caras de Adán Augusto, al igual que la del sinaloense Rubén Rocha en una gira reciente de la presidenta, son un jetómetro contundente: en comparación, los argumentos de la oposición al criticar las promesas fallidas de Morena son baladíes.
Cambiarle el rostro al fin del primer año del sexenio solo depende de ella. Por el bien del movimiento, y de su presidencia.
El loco de Dios en el fin del mundo. Random House.
Cortesía de El Informador
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