Esta nueva adaptación se centra en el pánico de la víctima, acosada por alguien a quien no ve… y que siente con terror en todas las escenas. En El hombre invisible, el horror no proviene de lo que se muestra, sino de lo que se intuye en el silencio y en el espacio vacío que rodea a la protagonista.
Desde que H. G. Wells escribiera la novela en 1897, la historia del hombre invisible ha abundado en adaptaciones cinematográficas interesantes: la de 1933, dirigida por uno de los grandes del fantástico, James Whale, sigue impactando gracias al trabajo de Claude Rains y a unos efectos especiales asombrosos: las pisadas en la nieve o el momento en el que se quita los vendajes que tapan su invisibilidad no se habían hecho nunca antes y no fueron nada fáciles de lograr.
Ya en la era digital, Paul Verhoeven le extrajo todo su jugo terrorífico en El hombre sin sombra (2000), cuyos elaborados trucajes estaban al servicio de una trama que encerraba en un laboratorio subterráneo a un grupo de científicos con un asesino al que no podían ver.
También merece la pena señalar —si se es capaz de aguantar a Chevy Chase— Memorias de un hombre invisible (1992), de John Carpenter, en la que por primera vez se planteaban algunos problemas prácticos de la invisibilidad: por ejemplo, cómo comer cuando no puedes verte las manos.

Narrar desde la víctima: un giro necesario
Pero la versión más reciente sorprende no solo por su calidad, sino por lo innovador de su planteamiento: por primera vez, la historia se nos narra desde el punto de vista de la víctima.
Algunos críticos la calificaron de una reacción oportunista al movimiento Me Too, pero no puede negarse que encaja como un guante en esta situación; si nadie puede ver a esa persona que aseguras que te está atacando, es lógico pensar que es fruto de tu imaginación.
Es lo que le ocurre a Cecilia Kass (Elizabeth Moss) cuando su marido, un genio tecnológico de carácter dominante y violento, parece haberse suicidado después de que ella le abandonara para siempre; no tarda en sentirse amenazada por una presencia que no puede ver, que se va haciendo más ominosa y provocando incidentes que la desequilibran cada vez más, hasta que termina en la cárcel por un asesinato que no ha cometido.
Violencia que nadie ve, pero que lo destruye todo
Cecilia ya ha averiguado que su marido creó un traje de alta tecnología que le permite hacerse invisible, y también sabe que no dejará de atacarla, a ella y a sus seres queridos, hasta que vuelva con él.
La película moderniza el concepto de invisibilidad, haciéndola posible no con la tradicional fórmula milagrosa, sino con un traje cubierto con miles de cámaras diminutas que proyectan sobre sí mismas la imagen de su entorno.
Posibilidades similares llevan muchos años siendo investigadas por los ópticos en el mundo real, así que esta versión puede tener una mayor base científica que cualquiera de sus predecesoras (y darle, de paso, la vuelta a otro tópico: este hombre no se vuelve invisible cuando se quita la ropa, sino cuando se la pone).
Al mismo tiempo, la idea de que la vida de Cecilia esté siendo destruida por un hombre invisible es toda una metáfora de la situación de muchas mujeres maltratadas, que sufren la violencia de sus parejas en el entorno doméstico, cuando solo ellas pueden verlos.

Del laboratorio al hogar: el verdadero terror está en lo cotidiano
Pero no todo son efectos especiales, sino inteligencia tras la cámara: el director Leigh Whannel saca todo el partido a los escenarios, dejando intencionadamente espacios vacíos en muchos de ellos, de forma que ni Cecilia ni el público pueden estar seguros de si el hombre invisible está o no presente en ese momento.
La tensión de la película es constante, no solo por la amenaza en sí, sino porque desde el principio ha quedado claro que Adrian Griffin (el mismo apellido que el protagonista de la novela de Wells) es, pese a toda su inteligencia, un desequilibrado.
Sus ataques y sus maniobras, aunque esperadas, siempre cogen por sorpresa, demostrando que no hay nada más aterrador que aquello que sentimos, pero que no podemos ver.
Una producción modesta con resultados sorprendentes
Aunque El hombre invisible es una superproducción en cuanto a impacto visual y narrativo, su presupuesto fue notablemente contenido: solo 7 millones de dólares, una cifra baja para los estándares del cine de género con efectos visuales.
Sin embargo, gracias a una dirección inteligente y a un diseño minimalista que sugiere más de lo que muestra, la película logró recaudar más de 140 millones de dólares en todo el mundo, consolidándose como uno de los grandes éxitos del cine de terror psicológico reciente.
Este enfoque económico no limitó su ambición. Al contrario, obligó al equipo a encontrar formas más creativas de generar suspenso. Muchos de los momentos más tensos no dependen de grandes efectos, sino de la sugerencia, de los silencios incómodos y del uso del espacio vacío como herramienta narrativa.
Esta estrategia elevó el tono claustrofóbico del relato y fue clave para conectar con un público más amplio, ávido de propuestas distintas al terror convencional.

Elisabeth Moss: de víctima pasiva a protagonista combativa
El papel de Cecilia Kass supuso un punto de inflexión en la carrera de Elisabeth Moss, conocida principalmente por su interpretación en The Handmaid’s Tale. En El hombre invisible, Moss no solo aporta matices emocionales intensos, sino que se convierte en el motor narrativo absoluto de la historia.
Su presencia domina casi cada plano, y su interpretación fue clave para anclar el terror de la película en una experiencia realista y emocional.
La actriz estuvo involucrada activamente en el desarrollo del personaje y colaboró con el director Leigh Whannell en pulir los momentos más tensos del guion. La progresión emocional de Cecilia, desde el miedo paralizante hasta la determinación de enfrentarse al agresor, está construida con detalle, y rompe con el arquetipo del personaje femenino tradicional del cine de terror.
Aquí, la protagonista no sobrevive por azar: se reconstruye, resiste y responde, en un arco narrativo que fue ampliamente elogiado por la crítica. La película no solo reformuló un clásico, sino que redefinió el tipo de heroína que el terror moderno puede explorar.
Cortesía de Muy Interesante
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