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“Tengo caleta [muchas] de pinturas en la bodega”, dice Jordany Jacques (39 años), mientras enseña en su casa los coloridos cuadros de paisajes. “En Haití, como a las cinco y media, el sol se va, se refleja en el mar y sale un color así. Lo pinto de memoria. Yo tengo al país en mi memoria”, agrega el padre de una hija pequeñita nacida en Chile, y otra en Haití, a quien se le escapan con naturalidad chilenismos en la conversación. Aprendió a pintar con su tío en Puerto Príncipe y ambos vendían sus obras en la feria Marché en Fer. Tras las caóticas elecciones de 2016 y el paso del huracán Matthew, miles de haitianos huyeron del país buscando mejores condiciones de vida. Jacques fue uno de ellos. Recuerda perfectamente esos días. “Había muchas protestas. Y, cuando en Haití hay protestas, son violentas. Ahí yo me dije: ‘chuta, el país va mal. Yo caché que algo horrible iba a pasar, que tenía que irme”. Y tenía razón: el país comenzaría, de nuevo, a pasar por un periodo de carestía, descontrol y pillaje, todo bajo el dominio de las pandillas. Él tenía un primo viviendo en Chile que le dijo que le ayudaría a instalarse en el país. En 2017, Jacques aterrizó en Santiago con la idea de regresar en un año. Pero eso no sucedió. Más de 150.000 haitianos arribarían a Chile entre 2016 y 2017.
Mientras Jacques muestra las escenas pintadas de mujeres cargando en sus cabezas cestas con frutas, tiene una sonrisa perenne, desgranando sus vicisitudes. Ahora compagina la venta de sus pinturas, a través del boca a boca, con un trabajo en la empresa CCU. Tiene sus papeles en regla. Pero los comienzos fueron muy duros. Su expresión risueña se quiebra al rememorar cuando trabajaba vendiendo verduras y una cliente se negó a que le atendiera por el color de su piel. Chile no ha sido un país acogedor para muchos haitianos. Al racismo social se le suma la dificultad para obtener los permisos de residencia, dos de los motivos que explican por qué, desde 2021, hay más salidas de haitianos de Chile que entradas. Con la victoria de José Antonio Kast, que anunció que los migrantes irregulares serían buscados, expulsados y no podrían volver a ingresar al país sudamericano, Jacques no esconde sus temores: “Los migrantes no tienen la culpa de que el país esté de la cagá [mal]. Hay mucha xenofobia. Me siento mal. Me gustaría volver a Haití, es mi tierra, es mi sangre. Pero allí sigue la situación muy, muy mala.”

Otro de los migrantes haitianos que llegó a Chile en 2017 es Joubert Brutus. A las nueve de la mañana, acaba de instalar su puesto de artesanías de metal en el mercado callejero de Lastarria, en el centro de Santiago. A la vez que cuelga las brillantes y pulidas piezas, relata sus inicios en este país: “Los primeros meses fueron muy difíciles, no tenía trabajo, mi primo regresó a Haití porque no tenía esperanzas. Yo me quedé. Trabajé en construcción hasta que pensé que podría vender las artesanías que yo hago, y que aprendí de mi papá. Me fui al metro a vender, y me fue bien.”
Brutus da forma a piezas de metal que obtiene de tambores de gasolina usados. Cortando y golpeando el material, va definiendo las siluetas de ángeles, peces, corazones, pavos reales o el árbol de la vida, que vende por precios que van desde los 5.000 hasta los 20.000 pesos chilenos (5,5 a 22 dólares). Su caso es diferente al de Jacques: no quiere regresar a Haití, sino que quiere que su esposa y dos hijas, de 14 y de 16 años, se junten con él en Chile. La buena acogida de su artesanía le da fuerzas para continuar su sueño de vivir dignamente en un lugar situado a miles de kilómetros de su hogar.
Los trabajos tanto de Jacques como Brutus fueron expuestos en la muestra Arte haitiano en Chile, que tuvo lugar en el Palacio Pereira de Santiago en el año 2023, bajo la curaduría de Esperanza Hidalgo y Camila Caris, quien investiga el trabajo creativo de la diáspora haitiana desde hace varios años. En esa exhibición, también se incluyó la obra de Sandy Joseph, activista que llegó al país en 2017, con 15 años, para reunirse con su madre, que había llegado uno antes. Joseph propuso para esa exposición, Rostros de la mujer haitiana, una obra en cerámica que representa las caras de varias mujeres que habían muerto en hospitales chilenos. “Ahí es donde nace mi obra, un homenaje a esas mujeres que murieron innecesariamente.”

A los artistas visuales y artesanos, se les añade el trabajo creativo de los poetas. Uno de los más activos es Makanaky Adn, de 34 años, y de la isla de Gonave. Desde que era adolescente, ya se dedicaba a escribir en verso, a recitar en espacios culturales y bares de Puerto Príncipe, y a leer a poetas nacionales como Jacques Viau Renaud. “Empecé escribiendo palabras lindas, a veces para chicas. Luego empecé a escribir sobre mi realidad, sobre mi vida. Mi madre migró a Guadalupe, también se fueron mi padre y mis hermanas, siendo yo aún pequeño. Me interesé por temas sociales, sobre la situación de Haití, sobre la necesidad que todos compartimos de querer una vida mejor.”
Makanaky Adn llegó a Chile en 2016 y fue encadenando trabajos como pintor y como vigilante, siempre sin contrato. “Así que, a los meses, me fui al valle del Aconcagua para poder trabajar con contrato recogiendo fruta. Mientras, seguía escribiendo, primero en creole, por las noches. Empecé a encontrarme con grupos de escritores chilenos y comencé a traducir poemas ajenos y a escribir en español los míos,” cuenta. Encontró su lugar y su comunidad en Putaendo, en el valle, donde comenzó a frecuentar el café literario y a compadrear con los escritores locales. “Para mí, salir a divertirme es ir a un café literario, no me gusta ir a la disco o al bar”, confiesa a la vez que enseña un libro de poemas que publicó en 2019, llamado En amor arte, que en creole se traduce como Pwezi ak imaj. Es un conjunto de poemas que versan sobre el amor, la infancia o la gratitud, pero también sobre la experiencia del migrante. “Reflexiono sobre el racismo con mi escritura, de forma intelectual. Es mi responsabilidad”, dice.
Es una forma de encarar la discriminación que antepone la palabra a la rabia, la frustración o el odio, y que también practica Jean Jacques Pierre-Paul, médico cirujano, traductor, ilustrador, y un referente por su poesía simbolista. Puerto Príncipe on my mind es uno de sus mejores trabajos, en el que, a través de metáforas, anáforas y símiles, piensa y siente su experiencia como migrante:
“Puerto Príncipe estás en mente como un silencio insoportable
estás en mi columna vertebral, en cada uno de mis pelos
el arte hasta el fondo de la nada
el arte de caer
el arte de levantarse
no pienso quedarme en mi casa de errante nostálgico
esperando que el mundo cambie de nombre y color
tengo que plantar un árbol en tus manos
debo enseñar a llorar a mis pájaros
sé bien que mi país no es mi destino
soy yo el destino de mi país”
Cortesía de El País
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