La revolución de los utensilios óseos: tecnología, diseño y creatividad en la Prehistoria

 A lo largo de la historia, los humanos hemos aprovechado las distintas partes del esqueleto de los animales para confeccionar distintos tipos de objetos. Aunque homínidos anteriores como el neandertal ya empleaban esporádicamente las materias óseas, es el hombre moderno quien impulsa en mayor medida el diseño de nuevas herramientas, armas y adornos. De esta manera, el aprovechamiento de la caza es total: además de carne, piel, grasa, tendones y otros tejidos, los restos esqueléticos animales proporcionan a los humanos una materia prima diversa y fácil de trabajar. 

Materias primas y tecnología de transformación

Nuestros antepasados seleccionaban diversos tipos de huesos, astas de cérvidos, dientes o marfil en función de la forma y la función de los elementos que pretendían fabricar. Así, por ejemplo, las agujas y los punzones se obtienen de huesos de las extremidades, como los metapodios o fémures entre otros y los arpones y puntas de azagaya, generalmente de las astas de ciervos y renos. Las pequeñas plaquitas que reproducen cabezas animales y se denominan contornos recortados se elaboran sobre hueso hioides, mientras que los discos o rodetes se fabrican sobre escápulas y con los dientes se obtienen elementos de adorno. A diferencia del centro y este de Europa, en la península ibérica no es habitual el empleo del marfil de mamut durante el Paleolítico superior. No faltan, sin embargo, materiales exóticos; entre ellos se encuentran colgantes óseos de cetáceos marinos y focas, como los de la cueva de Las Caldas (San Juan de Priorio, Oviedo). 

A diferencia del trabajo de la piedra, la manufactura de elementos óseos es relativamente sencilla de llevar a cabo. Se requiere instrumental adecuado, como lascas y láminas de bordes afilados, raspadores, buriles, a veces perforadores, y elementos abrasivos para el acabado final. En contrapartida, lleva muchas horas de trabajo y esfuerzo muscular, ya que son materias duras y resistentes. Con algunas de ellas se conocen procedimientos para facilitar el trabajo; por ejemplo, mantener el fragmento de asta en agua unas horas antes y durante el trabajo hará que esta materia se vuelva más fácil de transformar. 

Anverso y reverso del colgante sobre diente de cachalote procedente de la cueva de Las Caldas. Fuente: Museo Arqueológico de Asturias.
Anverso y reverso del colgante sobre diente de cachalote procedente de la cueva de Las Caldas. Fuente: Museo Arqueológico de Asturias.

La secuencia de trabajo para elaborar una herramienta se conoce como cadena operativa técnica. Una de las más conocidas es la encaminada a obtener agujas (en hueso) y puntas de azagaya y arpones (en hueso o asta). Para ello, en primer lugar, sobre la superficie ósea se graban dos surcos convergentes que van haciéndose cada vez más profundos, hasta que se unen en el interior. A continuación, del interior de estos surcos se extrae una lengüeta o matriz ósea, que es el soporte bruto sobre el que se fabrica la pieza elegida. Esta lengüeta se raspa y, según el instrumento que quiera obtenerse, se llevarán a cabo otras acciones: el rebaje oblicuo de la base para una azagaya biselada, el recorte lateral para destacar los dientes en los arpones o la perforación del ojo de las agujas. Por último, el instrumento se pule con una piedra abrasiva, como arenisca. Se incide especialmente en los extremos agudos para dejarlos bien apuntados y, opcionalmente, se frota con cuero (con o sin arena) para dar el acabado final. Hay otras cadenas técnicas más simples. Es el caso de la manufactura de punzones, para la que solo se requiere una astilla alargada de hueso que será pulida en un extremo para destacar una punta aguda. 

En general, podemos decir que los humanos del Paleolítico superior invirtieron un gran esfuerzo en la producción de armamento y adornos, en cantidad y calidad, mientras que en las herramientas domésticas, con excepción de las agujas y algunas espátulas, la confección, en general, es mucho más simple y expeditiva.

Las armas

El armamento constituye el grupo más numeroso y diverso de aquellos objetos realizados en materias óseas. Una de las armas más características del Paleolítico superior es la que se conoce como azagaya. Se trata de una pieza compuesta formada por un largo vástago de madera al que se une una punta de asta (o de hueso) en su extremo activo, mientras el extremo opuesto llevaría un emplumado para estabilizar el vuelo. La punta de asta recibe el nombre de punta de azagaya. Esta puede variar en longitud, anchura y grosor, así como en la forma de su sección y especialmente en la base: hay bases con uno o dos cortes oblicuos (biseles), con hendiduras, apuntadas, romas… La base se elabora en función de la manera en que se vaya a insertar en el vástago de madera. Esta unión podía reforzarse con una almáciga natural formada por cera y ocre o salvia de abedul junto con algún cordaje de tendón o tripa. En algunas ocasiones, las piezas biseladas llevan unos dibujos incisos que facilitan el agarre con el vástago. Estas piezas constituyen un armamento de punta aguda bastante eficaz para traspasar la piel de los animales, y, a veces, se refuerzan mediante una o dos hileras de pequeñas laminillas de piedra engarzadas a lo largo de su fuste. Este añadido propiciaría un desangrado más rápido de la presa. 

Las puntas de azagaya óseas son prácticamente exclusivas de Paleolítico superior y constituyeron un armamento muy habitual durante unos 30 000 años, si bien no aparecen los mismos modelos ni con la misma intensidad a lo largo de todas sus fases. Son más características de las fases iniciales (Auriñaciense) y final (Magdaleniense) del Paleolítico superior. Durante los períodos intermedios, Gravetiense y Solutrense, los humanos hacen más hincapié en las puntas de piedra y las óseas se reducen en número. En la última etapa, el Magdaleniense, hay una fuerte eclosión de la industria ósea, tanto en cantidad como en variedad de elementos, al igual que sucede con el arte parietal, el mobiliar o los adornos. Se desarrolla una gran diversidad de puntas de azagayas, y es el momento en que estas piezas suelen llevar más decoración a lo largo de sus fustes, con motivos geométricos muy variados y, más raramente, motivos figurativos. En las cuevas cantábricas hay importantes colecciones de puntas de azagaya que muestran toda esta diversidad; destacan, entre otros, los conjuntos de La Paloma (Soto de las Regueras, Oviedo), Altamira (Santillana del Mar, Cantabria) o Ermittia y Urtiaga (Deva, Guipúzcoa). 

Un tipo especial de arma son las varillas, propias del Magdaleniense, sobre todo en su fase media. Se trata en realidad de puntas de azagaya más gruesas que están formadas por dos puntas de sección planoconvexa unidas por la cara plana. Este recurso permite obtener puntas de azagaya mucho más resistentes. Esto resulta esencial para dichas armas, ya que es común encontrar estas piezas rotas debido al impacto contra el animal. 

bastón perforado con caballo en bajorrelieve, Magdaleniense superior, de unos 12 500 años.
Bastón perforado con caballo en bajorrelieve, Magdaleniense superior, de unos 12 500 años. Fuente: ASC.

Asociados a estas piezas a partir del Solutrense y durante el Magdaleniense aparecen los propulsores o lanzavenablos. De ellos se conservan pocos ejemplares realizados en asta o hueso, puesto que la mayoría debieron de ser hechos en madera, por lo que no han resistido el paso del tiempo. Los raros propulsores de la península ibérica aparecen en cuevas cántabras como El Castillo (Puente Viesgo) y El Mirón (Ramales de la Victoria). Son modelos muy simples, formados por un corto fragmento circular acabado en un gancho. Esta pieza se uniría a un vástago de madera y sobre él se encajaría la azagaya completa, enlazándose con el gancho. En cuevas de la zona del Ariège francés, los propulsores son auténticas obras de arte: algunos incluso incluyen en el diseño esculturas de animales. El uso del propulsor potencia la eficacia de la azagaya, ya que actúa como palanca y permite, así, que el arma alcance más distancia. 

Con una probable relación con las azagayas tenemos los bastones perforados, conocidos como bastones de mando y propios del Magdaleniense. Se elaboran sobre candiles de cérvido, en cuyo extremo más ancho se perfora un hueco circular. Algunas variaciones poseen este extremo acabado en T. Abundan en la cueva de El Pendo (Camargo, Cantabria), donde destaca un magnífico ejemplar decorado con grabados de cabezas de cierva y varios signos. Se han atribuido diversas interpretaciones funcionales a los bastones perforados. Entre ellas, que el hueco perforado pudo servir bien para enderezar puntas de azagaya, bien para pasar por él el vástago de madera y calibrarlo hasta conseguir una anchura homogénea en todo su recorrido. 

En los milenios finales del Paleolítico superior se desarrollan los arpones. Son similares a las puntas de azagaya, pero poseen una o dos hileras de dientes tallados a lo largo de su fuste y una base perforada o con uno o dos abultamientos. El arpón va engarzado en un vástago de madera y unido a él con una cuerda que se fija a la perforación o a los abultamientos. Los dientes suponen una mejora técnica, dado que se clavan en la presa y la retienen, lo que permite al cazador atraerla hacia sí tirando de la cuerda. Algunos de estos ejemplares van decorados con motivos geométricos o figuras de animales. Aunque los arpones se asocian de forma común a la captura de peces, se ha propuesto también su uso en la caza de pequeños mamíferos y aves. Son bien conocidos en las cuevas cantábricas con ejemplares iniciales de dientes apenas marcados en Tito Bustillo (Ribadesella, Asturias) o dientes más desarrollados en la cueva de La Pila (Cuchía, Cantabria). 

Las agujas paleolíticas, perforadas para usarse con finos hilos, prueban la existencia de técnicas de costura para fabricar vestuario confortable, ceñido al cuerpo, los brazos y las piernas.
Las agujas paleolíticas, perforadas para usarse con finos hilos, prueban la existencia de técnicas de costura para fabricar vestuario confortable, ceñido al cuerpo, los brazos y las piernas. Fuente: Museo de Altamira.

Las herramientas

Dentro del instrumental doméstico destacan las agujas de coser, los punzones y las espátulas. Las agujas, con diferentes tamaños, son similares a las nuestras, y poseen un ojo en un extremo, cuyo diámetro no suele ser mayor de 2 mm. Estas pequeñas piezas se conocen desde inicios del Paleolítico superior en el este de Europa, pero en nuestras latitudes solo las encontramos a partir del avance glaciar que se desarrolla en el Solutrense. Su presencia nos habla de la mejora de la vestimenta en los momentos más fríos de la última glaciación vividos por el hombre moderno. Otra pieza similar, pero más tosca y conocida de antiguo, es el punzón. Se fabrica sobre esquirlas de hueso y puede incluir o no parte de su cabeza en un extremo para facilitar el agarre. Los punzones paleolíticos suelen llevar poca elaboración, a diferencia de los posteriores del Neolítico, que están mucho mejor configurados. Por su parte, las espátulas se fabrican habitualmente sobre costillas de mamíferos. Son piezas alargadas con un extremo redondeado o ligeramente apuntado. Junto a los ejemplares más sencillos destacan algunas bellamente decoradas con motivos de peces, o el magnífico ejemplar de La Garma (Omoño,Cantabria), que posee una cabra montés en relieve en uno de sus extremos. Finalmente hay una serie de piezas dedicadas a distintas labores, como cinceles, cuñas, compresores, percutores y retocadores. En ocasiones, estas piezas no son fáciles de identificar, porque no siempre responden a formatos estandarizados, ya que se elaboran a partir de fragmentos diversos. 

En definitiva, si nos atenemos a la abundancia, variedad y calidad de las piezas, el Paleolítico superior es el periodo prehistórico de mayor desarrollo de la industria ósea, especialmente en asta de cérvido. Sin embargo, durante sus momentos finales el clima se suaviza, y el frío y seco paisaje de espacios abiertos se transforma y da paso al bosque. Los humanos responden a estos cambios modificando sus formas de vida, y con ello también sus herramientas y armas. Uno de estos cambios es precisamente el declive de la industria ósea, que se reduce a unas pocas piezas, como punzones, algunos tipos de arpones y poco más. Este cambio puede relacionarse con una importante diversificación en la obtención de recursos, la renovación de las estrategias de caza y la consolidación de nuevas armas como el arco, pero también ocurre porque las materias óseas son sustituidas por otra materia prima ahora mucho más abundante y de fácil acceso: la madera.

Cortesía de Muy Interesante



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