
En memoria de Carlos Manzo y Bernardo Bravo, asesinados por defender los derechos de sus representados.
En 1929, Martín Luis Guzmán publicó la novela con este título. La novela refleja las condiciones del país y a los actores de la lucha por el poder en aquellos lejanos años. Salvados tiempo y circunstancia, podríamos equiparar su texto con los acontecimientos políticos que estamos viviendo. En esa época se vivió el llamado Maximato, fenómeno político propiciado por el asesinato del presidente reelecto Álvaro Obregón. Narran las lenguas viperinas (siempre han existido), que el presidente Plutarco Elías Calles, con quien Obregón había convenido modificar la Constitución para incorporar la reelección, fue eliminado del mundo de los vivos por instrucciones del entonces primer mandatario de la nación, quien aspiraba a conservar el poder.
Las consejas populares relatan que cuando se preguntaba, “¿Quién mató a Obregón?”, la gente contestaba: “¡Ssshhh! ¡Cálles…ee!”. El hecho histórico es que Calles prolongó su mandato por medio de presidentes títere: Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez, y lo pretendió hacer también con Lázaro Cárdenas.
Valga esta larga introducción para tratar de entender lo que está sucediendo en la vida política de nuestro país. López Obrador es un hombre carente de conocimientos en multitud de temas, pero podemos estar seguros de que la historia política de México sí la conoce y no quiere exponerse a un desenlace como el del Maximato: Lázaro Cárdenas del Río, luego de llegar a la Presidencia de la República impulsado por Calles, trepó a su promotor en un avión con destino a EU sin boleto de regreso. Lo dicho comendador, el espacio de la silla maldita es muy estrecho.
López Obrador, para conservar el control político en sus manos, requería de alguien que le fuese caninamente fiel. No hay sorpresa, el entonces presidente lo anunció sin tapujos: “90% de lealtad y 10% de capacidad”. Eso gritó a los cuatro vientos y se rodeó de personajes abyectos a los que, además de encumbrar, enriqueció creando una muralla en la que el centro de las decisiones se ubica en Palenque. ¡Ah! y modificó, junto a todas las instituciones que hacían viable un país democrático, la Constitución, incorporándole la figura de la revocación de mandato; colocando así, sobre la cabeza de la presidenta, la espada de Damocles.
López Obrador piensa que es tan inteligente que vencerá al tiempo y que su poder será eterno. Sueña con las calles del país llenas de monumentos con su esfinge. Narcisista, ve su rostro reflejado en el espejo de la soberbia y, aturdido por los cantos de sus corifeos, se cree invulnerable. Si recordamos el día que asumió la presidencia de la República, nos acordaremos de que se encontraba en trance, poseído, envuelto en el humo de los sahumerios: Dios terrenal. Han pasado siete años. Él, a pesar de sus esfuerzos, ha dejado de ser y su presencia se irá desvaneciendo, porque nadie, salvo Dios, es eterno. Nosotros debemos hacer nuestra parte. Las marchas no derrocan Gobiernos, pero sí son el pavimento de la democracia.
Cortesía de El Informador
Dejanos un comentario: