Durante siglos, la Tapicería de Bayeux ha desconcertado a historiadores, arqueólogos y curiosos por igual. Esta obra colosal del siglo XI, bordada con una precisión asombrosa, muestra los eventos que llevaron a la conquista normanda de Inglaterra en 1066. Sus imágenes están llenas de soldados, barcos, banquetes y traiciones, todo relatado con un estilo que parece mezcla de crónica histórica y novela gráfica. Pero su verdadera función siempre ha sido un misterio: ¿por qué se hizo, quién la encargó, y sobre todo, para qué servía?
Un reciente estudio del historiador Benjamin Pohl, publicado en la revista Historical Research, propone una teoría que cambia radicalmente la forma en que entendemos esta pieza. Pohl sugiere que la tapicería no fue creada para la nobleza ni como propaganda política, sino como un instrumento educativo y espiritual para monjes durante sus comidas. Según su propuesta, esta obra visual era el equivalente medieval de un contenido audiovisual: una narración moral proyectada ante una audiencia silenciosa y reflexiva.
Una teoría que reescribe la historia de la Tapicería
La mayoría de los expertos coincide en que la Tapicería de Bayeux fue diseñada por monjes del monasterio de San Agustín, en Canterbury, y bordada por artesanas altamente cualificadas. Sin embargo, hasta ahora no había consenso sobre su propósito. Se había planteado que se trataba de una pieza de propaganda encargada por Odo de Bayeux, medio hermano de Guillermo el Conquistador, para decorar la catedral normanda de Bayeux.
Pero Pohl argumenta que esta hipótesis presenta varias debilidades. La arquitectura de la catedral no era adecuada para colgar una tela de más de 68 metros de largo y 350 kilos de peso, ya que sus muros colmados de columnas y bóvedas no ofrecen la superficie continua que requiere una exhibición de este tipo. En cambio, el refectorio del monasterio de San Agustín tenía al menos 70 metros de pared interna continua, según las excavaciones arqueológicas, lo que lo convertía en un espacio ideal para colgar la obra de forma estable y visible.
Además, la forma de contar la historia en la tapicería no parece alinearse con una narrativa de conquista gloriosa. El propio Pohl señala que su “ambigüedad política deliberada y la falta de partidismo” no se ajustan a lo que una aristocracia vencedora habría querido destacar. Esto refuerza la idea de que fue pensada para una audiencia religiosa, con intereses distintos a los de los señores feudales.
Monjes, silencio y educación visual
Los refectorios monásticos eran lugares de estricto silencio. Según la Regla de San Benito, los monjes no podían hablar durante las comidas. Solo uno de ellos leía en voz alta pasajes religiosos o moralizantes, mientras los demás comían en silencio, reflexionando sobre lo escuchado. A veces, utilizaban gestos para pedir algo, como la sal o más pan.
En ese contexto, la tapicería habría funcionado como una especie de narración visual que acompañaba la lectura en voz alta. Tal como sugiere el artículo de ScienceAlert, las inscripciones en latín bordadas a lo largo de la pieza, aunque simples, requerían cierto nivel de alfabetización, algo habitual en una comunidad monástica pero no entre los nobles del siglo XI.
Según el paper, “el tapiz puede entenderse como una historia moral que revela la obra de Dios a través de los actos de los hombres”, al igual que las historias de la Biblia y otras crónicas que los monjes solían leer durante las comidas. Este enfoque convierte a la tapicería en un objeto funcional: no solo decorativo, sino también espiritualmente formativo y pedagógico.

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Arquitectura, función y olvido
Uno de los aspectos más sorprendentes de la teoría de Pohl es cómo encaja con la historia arquitectónica del monasterio. El refectorio original fue destruido y reemplazado en el siglo XII. La construcción del nuevo comedor fue interrumpida varias veces: primero por la muerte de su promotor, el abad Scolland, luego por conflictos internos que dejaron vacante el cargo de abad durante más de una década. La obra no se completó hasta los años 1120, momento en el que la tapicería podría haber quedado ya olvidada en algún almacén.
Esta hipótesis ayudaría a explicar otro gran misterio: por qué no existen registros de la tapicería entre el siglo XI y su “reaparición” en un inventario de la catedral de Bayeux en 1476. Según Pohl, es posible que la obra haya permanecido guardada durante generaciones, fuera del uso activo y, por tanto, fuera del recuerdo colectivo. “La tapicería podría haber sido almacenada durante más de una generación y olvidada, hasta que eventualmente encontró su camino hacia Bayeux tres siglos después”, explica.
Durante ese periodo, la obra habría escapado de varios desastres que azotaron la abadía: un incendio, un terremoto, y reformas estructurales. Ese resguardo involuntario pudo ser lo que garantizó su conservación hasta nuestros días.
Un mensaje más espiritual que político
Un punto clave del argumento de Pohl es que la tapicería no tenía por qué transmitir un mensaje patriótico. Su objetivo principal pudo haber sido mostrar cómo Dios interviene en la historia humana, lo cual encajaba mejor con los intereses de una comunidad religiosa que con los de una corte aristocrática. “Con la comunidad monástica de San Agustín como audiencia principal, la Tapicería de Bayeux no tenía que contar las historias de patriotismo o resentimiento nacional que los comentaristas modernos le atribuyen”, escribe Pohl en su estudio .
El diseño de la pieza, con sus escenas detalladas y secuencias narrativas, está lleno de simbolismo que habría resultado familiar para los monjes. Incluso sus errores gramaticales o grafías simplificadas en las inscripciones pueden entenderse como una adaptación a un público semi-letrado pero habituado al latín básico usado en los textos religiosos del día a día.
Una hipótesis que cambia la mirada
La idea de que la Tapicería de Bayeux fue pensada para un público monástico, como parte de un ejercicio cotidiano de reflexión espiritual, revoluciona la forma en que se ha interpretado esta obra durante siglos. Lejos de ser solo un documento histórico o un objeto de propaganda, pasa a ser un ejemplo sofisticado de pedagogía visual en la Edad Media.
El propio entorno donde habría sido mostrada —el comedor de los monjes— refuerza esta idea. No era un espacio decorativo, sino un lugar de aprendizaje silencioso, de interiorización, de conexión entre lo corporal y lo espiritual. En ese sentido, la tapicería funcionaba como una herramienta viva de interpretación, reflexión y enseñanza.
El paralelismo con las plataformas actuales de entretenimiento no es gratuito. Así como hoy muchas personas ven documentales o series históricas mientras comen, los monjes de San Agustín habrían encontrado en esta gigantesca obra visual una fuente de sentido y orientación en su vida diaria.
Referencias
- Benjamin Pohl. Chewing over the Norman Conquest: the Bayeux Tapestry as monastic mealtime reading, Historical Research, Oxford University Press, 2025. DOI: 10.1093/hisres/htaf029.
Cortesía de Muy Interesante
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