Einstein, Schrödinger y el debate que definió la física cuántica (Pinolia, 2025) es una apasionante obra de Paul Halpern, físico y divulgador galardonado, que relata la historia menos conocida de dos gigantes de la ciencia. Ambos revolucionaron nuestra comprensión del universo, pero también se convirtieron en sus críticos más feroces. En estas páginas, Halpern reconstruye su búsqueda compartida —y luego enfrentada— de una teoría más profunda que reconciliara la física cuántica con el sentido común. Con claridad y rigor, el autor nos invita a descubrir las obsesiones, errores y genialidades de estos dos titanes en una época de enormes desafíos científicos y políticos.
Este capítulo narra una etapa poco explorada pero fascinante: los años que Erwin Schrödinger pasó en Irlanda bajo la protección del líder político Éamon de Valera. En ese entorno favorable, Schrödinger desarrolló una ambiciosa —y fallida— teoría de unificación, con la que intentó superar incluso a su amigo y rival Albert Einstein. Lo sorprendente no fue solo la teoría en sí, sino el modo en que se difundió como un triunfo científico en la prensa irlandesa, generando titulares espectaculares y una polémica que alcanzó al propio Einstein. Esta es la historia de una apuesta arriesgada por la gloria científica, de egos enfrentados, y de cómo hasta los más grandes pueden tropezar al intentar descifrar los secretos del universo.
La suerte del irlandés
La teoría [de Einstein y Eddington] no funcionó, la abandonaron. ¿Por qué debería funcionar ahora? ¿Es por el clima irlandés? Bueno, sí, o quizá el clima tan favorable del 64 de Merrion Square, donde uno tiene tiempo para pensar.
Erwin Schrödinger, «The Final Affine Field-Laws»
Nunca confíe en una autoridad en ciencia. Incluso el mayor genio puede equivocarse, tenga uno o dos Premios Nobel, o ninguno.
Erwin Schrödinger, «The Final Affine Field-Laws»
En el corazón de Dublín se encuentra un elegante enclave verde, acogedoramente rodeado por hileras de grandiosas casas adosadas georgianas. Cerca del Trinity College, de edificios gubernamentales y de museos, Merrion Square era un marco natural y hermoso para el Instituto de Estudios Avanzados de Dublín. Como remanso de paz para eruditos, De Valera eligió bien al establecer allí las dos ramas del Instituto: la Escuela de Estudios Celtas y la Escuela de Física Teórica. Más tarde se establecería una Escuela de Física Cósmica en el lado opuesto de la plaza.
Por primera vez en años, Schrödinger se sintió seguro y aceptado. Tuvo mucho tiempo para explorar nuevos intereses, como la biología, que culminaría en un influyente libro, ¿Qué es la vida? Orgulloso de su brillante recluta, Dev llevaría a todo el gabinete nacional a muchas de las conferencias.
Agradecido a su país de acogida y por la atención que le dispensó De Valera, Schrödinger aspiraba a convertirse en un experto en todo lo irlandés. Se sintió fascinado por el diseño celta. Los visitantes de su casa se fijaban en sus intrincados conjuntos de muebles en miniatura hechos a mano, para los que tejía la tela en un telar irlandés. Intentó aprender gaélico y guardaba un manual, Aids to Irish Composition, en su escritorio. Aunque era experto en otros idiomas, tuvo muchos problemas con la gramática irlandesa y acabó por abandonar. No obstante, muchos de sus colegas irlandeses apreciaron el esfuerzo. Sobre todo, deleitaba a los dublineses diciéndoles lo mucho que prefería su ciudad a la estirada Oxford.
Schrödinger era activo en el instituto y cordial con sus colegas. Como solía trabajar hasta altas horas de la noche, nunca le gustó levantarse temprano por la mañana. Sin embargo, solía ir en bicicleta al DIAS a tiempo para reunirse con sus compañeros de investigación para tomar el té de la mañana y mantener una agradable conversación.
Había muchas razones para que Schrödinger se sintiera cómodo y seguro. Al vivir en un país neutral, podía evitar los horrores de la guerra y el peligro de expresar opiniones políticamente delicadas. Además, con el poderoso De Valera como mentor y protector, era libre de seguir su inusual estilo de vida.
De Valera no solo era el taoiseach, sino también el fundador y propietario de un importante periódico nacional, el Irish Press. Las posturas adoptadas por ese periódico solían alinearse con las de De Valera, que formaba parte del consejo editorial. Mucho más tarde, en un gran escándalo, se reveló que había establecido los estatutos del periódico de tal forma que la mayor parte de sus beneficios se canalizaban hacia él y su familia, a pesar de los miles de inversores externos de Estados Unidos e Irlanda. La sociedad se creó de forma que casi todos los inversores poseían acciones falsas y nunca cobraban dividendos, mientras que Dev y su familia poseían las acciones reales y desviaban la riqueza.
Los reporteros del Press se enfrentaron a condiciones de hacinamiento y a una atmósfera de caos. Sabían en cierto nivel que formaba parte de su trabajo hacer quedar bien a Dev y a sus amigos. Quizá por esa razón, junto con su brillantez y encanto naturales que impresionaban a los reporteros, Schrödinger recibió una cobertura frecuente y halagadora, a menudo en la primera o segunda página del periódico.
Tomemos, por ejemplo, varios artículos halagadores publicados en el Irish Press sobre la vida doméstica de Schrödinger. En el artículo de noviembre de 1940 «A Professor at Home», se le describía como «el mayor nombre de la física matemática que el mundo conoce en estos tiempos modernos». El reportero había supuesto que Schrödinger sería distante, pero «cuando el hombre de voz amable que se escondía tras la voz alegre que emanaba tranquilamente de una boca caprichosamente humorística abrió la puerta del suburbio de Dublín, supe que estaba equivocado. Se trataba de un individuo muy humano».

Por muy famoso que fuera Einstein, sus excursiones en velero solo serían noticia si tenía un percance, como en 1935, cuando su barco encalló en la costa de Connecticut. Para el Press, en cambio, hasta el hecho de que Schrödinger se fuera de vacaciones era noticia. Por ejemplo, cuando en agosto de 1942 decidió hacer un viaje en bicicleta a Kerry, el Press publicó obedientemente un artículo.
Otro artículo, «The Atom Man at Home: Dr. Erwin Schrödinger Takes a Day off», publicado en febrero de 1946, detallaba la vida doméstica de Schrödinger con Anny, Hilde y Ruth. Nada en el artículo pintaba su situación como inusual. Citaba pero no cuestionaba la engañosa descripción de Schrödinger sobre la razón de Hilde y Ruth para estar en Irlanda. Señalando a Ruth, que acababa de ganarle en una partida de ajedrez, Schrödinger dijo: «Ella y su madre, la señora March, estaban con nosotros en Bélgica cuando estalló la guerra. Las trajimos con nosotros».
En general, Ruth estaba contenta en Dublín y disfrutaba de la atención de tres figuras paternas. Un día, una buena amiga le preguntó por qué tenía dos madres pero su «padre» (refiriéndose a Arthur) no estaba allí. Ruth no lo sabía. Para ella era completamente normal. Estaba muy apegada al perro de la familia, Burschie, un collie de las montañas de Wicklow que obtuvieron de cachorro, y se ponía nerviosa cuando aullaba junto con las sirenas de las pruebas durante la guerra. Aparte de la tristeza que sintió cuando murió Burschie, más tarde recordó sus años en Irlanda como «bastante anodinos».
Con De Valera como mecenas, es evidente que Schrödinger no tenía por qué temer un escándalo sobre su vida amorosa. En todo caso, se sentía más capacitado para cortejar a otras mujeres. Con Anny e Hilde cuidando de Ruth y de la casa, siguió teniendo múltiples romances. Todo eso fue entre bastidores, tal y como quedó registrado en su diario. Públicamente, era un «Gran Cerebro», como lo llamaba el Press.
Cada día laborable, Schrödinger iba en bicicleta desde su cuidada casa de los suburbios hasta su cómoda oficina y volvía. Se tomaba vacaciones con frecuencia y solo tenía que dar unas pocas conferencias al año. Sus pensamientos eran libres para vagar por el país de las maravillas de la física teórica. En los años de la guerra, cuando muchos de sus colegas sufrían, De Valera le había asegurado una vida acogedora.
Con toda su buena fortuna, había una deuda tácita que debía pagar. Se esperaba de él que pusiera al instituto, y a la ciencia irlandesa en general, en el mapa. Cuando Einstein fue nombrado en Berlín, había expresado su preocupación por ser una «gallina premiada» que bien podría perder la capacidad de «poner huevos». Schrödinger se enfrentaba a una presión similar para rendir, con el factor añadido de que el líder del país lo miraba por encima del hombro en todo momento. Se lo veía como la mejor esperanza de Irlanda para conseguir prestigio internacional en física: su «nuevo Hamilton», su único Premio Nobel residente y su equivalente más cercano a Einstein. La prensa exageró esa imagen, poniendo el listón imposiblemente alto para él.
Parte del ímpetu de Schrödinger por crear también era interno. Aburrido de las rutinas, le gustaba desafiarse a sí mismo y reinventarse. Le gustaba ser visto como un hombre del Renacimiento, quizá incluso como el heredero de los antiguos filósofos griegos. Su mente activa corría de un tema a otro con el fin de encontrar caminos hacia aventuras intelectuales novedosas.
Algunos físicos, ante la necesidad de innovar, intentaban colaborar. A principios de la década de 1940, sin embargo, tales posibilidades eran limitadas. Aunque Schrödinger seguía siendo muy conocido entre la comunidad internacional de físicos, la mayoría de ellos estaban centrados en el esfuerzo bélico. La física teórica se había movido hacia nuevas direcciones, como la física nuclear y la física de partículas. Los intereses de Schrödinger se habían desviado de la corriente principal.
De algún modo, el DIAS, aunque céntrico, permaneció aislado de otras instituciones científicas irlandesas durante un tiempo. Como observó Leopold Infeld, antiguo ayudante de Einstein, durante una visita en 1949: «El Instituto, que atrae a estudiantes de todo el mundo, ha puesto el nombre de Irlanda en los logros científicos. Sin embargo, su influencia en su propio país, en la vida intelectual y en las universidades irlandesas, es pequeña».

El hazmerreír
Mientras que Schrödinger era el chico de oro del Irish Press, uno de sus periódicos rivales, el Irish Times, aunque respetuoso, era algo menos efusivo. El Times mantuvo una mirada crítica sobre el Gobierno de De Valera y sus políticas. En su afán por ser independiente y abierto, a menudo tuvo que enfrentarse a la censura del Gobierno y a acusaciones de difamación.
Desde la perspectiva de los oponentes de Dev, en particular los del partido Fine Gael, el DIAS era un proyecto de vanidad para un líder pretencioso que se creía a la altura de los mejores matemáticos, científicos y estudiosos de la lengua del mundo. En consecuencia, el Times se tomó esa institución un poco menos en serio que el Press. Hasta que el periódico fue silenciado por las amenazas de una demanda por difamación, un columnista incluso se burló de su profesorado al estilo swiftiano, pintando sus investigaciones como insensatas y farsescas, similares a las de la altiva isla de Laputa en Los viajes de Gulliver.
El polémico artículo apareció en la columna de humor del Times, «Cruiskeen Lawn» (argot dublinés para una jarra llena de whisky), en abril de 1942. Redactada por el extravagante e imaginativo escritor Brian O’Nolan bajo el seudónimo de «Myles na gCopaleen», la columna ofrecía una mirada irreverente a la vida moderna irlandesa.
Con un gran interés aficionado por la ciencia y la filosofía, unido a su dominio del gaélico, O’Nolan no perdía de vista los informes que salían de las dos ramas del DIAS. Observó con curiosidad que el profesor F. O’Rahilly de la Escuela de Estudios Celtas había avanzado la noción de que San Patricio era una amalgama de dos personas diferentes. Eso le parecía bastante extraño, quizá incluso blasfemo.
O’Nolan también recordó que Schrödinger había dado una charla en 1939 a la Sociedad Metafísica de la Universidad de Dublín titulada «Algunos pensamientos sobre la causalidad». Como de costumbre, Schrödinger había dado rodeos sobre la cuestión, dejando abierta la pregunta de si el universo es causal o no. Al darse cuenta para entonces de que había ido y venido sobre la cuestión tan a menudo como un columpio de porche en una tormenta de viento, citó al escritor español Miguel de Unamuno según el cual «un hombre que conseguía no contradecirse nunca debía ser fuertemente sospechoso de no haber dicho nunca nada en absoluto».
Al final de la charla, el presidente de la sociedad, el reverendo A. A. Luce, había dado las gracias a Schrödinger por dejar abierta la posibilidad del libre albedrío y ser así un «Epicuro moderno». O’Nolan, sin embargo, tenía una interpretación diferente, e interpretó erróneamente la incertidumbre de Schrödinger sobre la causalidad como dudas sobre si existía una «primera causa». En otras palabras, según O’Nolan, había abierto la puerta al agnosticismo. Sin una primera causa, no había necesidad de Dios.
La mordaz columna de O’Nolan sobre el DIAS se centró en las dos charlas como ejemplos de líneas de investigación vergonzosamente heterodoxas e inadecuadas para su misión. «El primer fruto de este instituto —escribió— es demostrar que hay dos san Patricios y ningún Dios. La propagación de la herejía y la incredulidad no tiene nada que ver con el aprendizaje cortés y, a menos que tengamos cuidado, este Instituto nuestro nos convertirá en el hazmerreír del mundo». O’Nolan también calificó al instituto de «notorio», comentando: «Señor, lo que daría por una cátedra en él… por hacer un “trabajo” que la mayoría de la gente considera recreo».
Mientras que Schrödinger se tomó los comentarios de O’Nolan con magnanimidad, con humor, los dirigentes del DIAS se enfurecieron. Presionaron al Irish Times para que se disculpara. Su editor cumplió debidamente y prometió que O’Nolan no volvería a mencionar al instituto en su columna.
Schrödinger no había sido el único objetivo científico de O’Nolan. Después de que Eddington diera un coloquio en julio de 1942 en el DIAS sobre la unificación, en el que explicaba que la relatividad era realmente comprendida por poca gente, O’Nolan propuso en su columna que la asignatura se enseñara en gaélico a los escolares irlandeses. En lugar de «ser analfabetos en dos lenguas», bromeaba, podrían ser «analfabetos en cuatro dimensiones».
O’Nolan también fue novelista y publicó sus obras de ficción bajo otro seudónimo, «Flann O’Brien». Una de sus novelas más conocidas, El tercer policía, fue escrita entre 1939 y 1940, coincidiendo con el periodo en el que Schrödinger había llegado a Irlanda y pronunciado su conferencia sobre la causalidad. Durante toda su vida, O’Nolan no pudo encontrar editor; la obra se publicó por primera vez póstumamente en 1967. Un personaje en off de la novela, un erudito poco convencional llamado de Selby, se da a conocer al lector a través de una serie de notas a pie de página. De Selby propugna extrañas teorías sobre la naturaleza, incluida una curiosa explicación de la noche que implicaba una acumulación de «aire negro» debido a erupciones volcánicas y a la quema de carbón.
La burla de O’Nolan del insensato pensamiento científico ha suscitado muchos análisis. Es probable que el personaje de De Selby se inspirara, al menos en parte, en las elevadas opiniones de otra persona cuyo nombre empieza por D: el cerebral De Valera. Sin embargo, es posible que Einstein y Schrödinger también fueran influencias, dada su prominencia en la época.
El sello de Hamilton
Ningún matemático era más querido en el corazón de De Valera que Hamilton. Para el mundo, 1943 fue un año de devastación. Las fuerzas alemanas y soviéticas batallaron ferozmente en la lucha por Stalingrado. Los combatientes del gueto lucharon valientemente contra las tropas nazis en Varsovia. Sin embargo, para De Valera, 1943 fue el año de la celebración del centenario del cuaternión, una entidad matemática inventada por Hamilton en Irlanda.
Los cuaterniones son generalizaciones de cuatro componentes de los números complejos. Con componentes reales e imaginarios (raíz cuadrada de -1), los números complejos pueden expresarse como puntos en un plano bidimensional. Hamilton quería encontrar el equivalente para puntos en un espacio tridimensional. Su momento eureka llegó al cruzar el puente Brougham (Broome) en Dublín. Se dio cuenta de que necesitaría cuatro componentes, no solo tres. Le vino a la cabeza la definición de cuaterniones e inmediatamente talló las ecuaciones en el lateral del puente.
Bajo el liderazgo de De Valera, el Gobierno irlandés emitió sellos de correos conmemorativos de Hamilton y su descubrimiento. De Valera organizó una gala en noviembre de ese año e invitó a la comunidad internacional a unirse a la celebración. Sin embargo, debido a la guerra, pocos eruditos extranjeros pudieron asistir.
¿Por qué estaba De Valera tan obsesionado con las matemáticas puras en plena guerra mundial? Aunque Irlanda era neutral, su economía estaba maltrecha. Como en muchos lugares del mundo, los alimentos estaban racionados y muchos suministros eran limitados. Sin embargo, Dev tenía una curiosa persistencia en sus intereses personales que desconcertaba a sus críticos.
El noble angloirlandés lord Granard señaló una vez, tras una reunión con De Valera, que estaba «en el límite entre el genio y la locura». Eso podría decirse, por supuesto, de muchas personas con una visión excepcionalmente centrada. Contra todo pronóstico y a pesar de sus inusuales objetivos, Dev seguiría siendo políticamente popular, como un maestro de escuela estudioso pero admirado que siempre parece velar por los intereses de sus alumnos.
El inicio del centenario del cuaternión supuso una presión adicional para que Schrödinger cumpliera las expectativas de que sería el nuevo Hamilton y devolvería la prominencia científica a Irlanda. Al traer a Eddington al DIAS, junto con otros notables como Dirac —que no había estado antes en la Isla Esmeralda—, había empezado a situar al país en el mapa. También había ayudado a reclutar al consumado físico Walter Heitler como profesor adjunto, aumentando así la capacidad intelectual de la Escuela de Física Teórica. Sin embargo, cargó con el peso de justificar declaraciones como el siguiente comentario en la prensa: «El hombre que más está haciendo por continuar aquí la tradición de Hamilton es el profesor Erwin Schroedinger».
Dado que Einstein era el estandarte del genio, Schrödinger adoptó la paradójica estrategia de alardear de sus conexiones con el estimado físico al tiempo que sutilmente restaba importancia a sus logros. Al igual que Sommerfeldhabía leído las cartas de Einstein en voz alta en sus clases, Schrödinger se las ingenió para que sus colegas y la prensa supieran que él y Einstein mantenían una correspondencia constante. Sin embargo, Sommerfeld y Schrödinger tenían motivos claramente diferentes. Sommerfeld pensaba que las palabras de Einstein inspirarían a sus alumnos. Schrödinger disfrutaba del derecho a presumir que suponía que el público conociera su amistad con Einstein. «Las cartas que pasan entre estos dos grupos de cerebros están moteadas de misteriosas fórmulas algebraicas que hacen bulto en Lana Turner», señaló el Press, refiriéndose a la actriz de Hollywood.
A pesar de sus estrechos lazos con Einstein, Schrödinger lo menospreció en otro artículo sobre Hamilton. Comentando la conmemoración, Schrödinger escribió: «El principio hamiltoniano se ha convertido en la piedra angular de la física moderna, aquello con lo que un físico espera que todo fenómeno físico sea conforme. Cuando hace algún tiempo Einstein abordó la idea de una “teoría sin principio de Hamilton” causó sensación. De hecho, resultó ser un fracaso».
En cierto modo, Schrödinger mantenía entonces una superposición cuántica de perspectivas que combinaba la actitud de Einstein hacia Heisenberg con la actitud de Heisenberg hacia Einstein. Junto con Einstein, atacaba a los creyentes en la probabilidad, como Heisenberg, por estar fuera de contacto con la experiencia mundana. El paradigma del gato es un buen ejemplo de ese tipo de crítica. Sin embargo, cuando pensaba que Einstein no lo escucharía, insinuaba que el físico envejecido había perdido el control, que era precisamente el tipo de cosa que sugeriría Heisenberg. Sin embargo, pasarían cuatro años más hasta que Einstein se diera cuenta plenamente de hasta qué punto había sido manipulado.

Un ermitaño en Princeton
En los años de la guerra, Einstein estuvo bastante aislado. Incluso en Princeton, una comunidad relativamente pequeña, pocos llegaron a conocerlo. Sin Elsa, tenía pocos incentivos para arreglarse o incluso para cortarse el pelo. Junto con sus diversos ayudantes, continuó su lucha por la unificación, por lo demás solitaria.
Como escribió a un amigo de Berlín que se había trasladado a Haifa en el Mandato Británico de Palestina (actual Israel), el Dr. Hans Muehsam:
«Me he convertido en un viejo solitario. Una especie de figura patriarcal que es conocida sobre todo porque no lleva calcetines y exhibida en diversas ocasiones como una rareza. Pero en mi trabajo soy más fanático que nunca y realmente albergo la esperanza de haber resuelto mis viejos problemas de la unidad del campo físico. Sin embargo, es como estar en un dirigible en el que uno puede pasear por las nubes pero no puede ver claramente cómo puede volver a la realidad, es decir, a la Tierra».
Me he convertido en un viejo solitario
Albert Einstein
Un reflejo de la actitud hacia Einstein fue una cancioncilla humorística compuesta por la clase de último curso de la Universidad de Princeton en 1939. Era costumbre entre los estudiantes de Princeton bromear sobre sus profesores. Aunque Einstein nunca formó parte del profesorado de la universidad, corearon la siguiente estrofa:
A todos los chicos que estudian Matemáticas
Albie Einstein les muestra el camino.
Y, aunque rara vez toma el aire,
desearíamos que se cortara el pelo.
Trabajando en la recién construida sede del Instituto de Estudios Avanzados, en el Fuld Hall de estilo colonial, Einstein ya no necesitaba compartir espacio con la facultad de matemáticas del campus universitario. Tampoco tenía que tratar con Flexner, que había dimitido como director y había sido sustituido por el apacible Frank Aydelotte. En su bucólico entorno, rodeado de hectáreas de bosque con numerosos senderos arbolados, Einstein podía disfrutar de largos y agradables paseos con sus colegas —como el recién nombrado miembro Kurt Gödel— y también con los visitantes.
Uno de esos visitantes fue Bohr, a quien Einstein no había visto en años. Se quedó durante dos meses en el invierno de 1939. En lugar de las bromas que cabría esperar durante un reencuentro de los dos compañeros de batalla, había un inquietante silencio que los dividía. Cada uno estaba inmerso en sus propios pensamientos. Einstein, junto con Bergmann y Bargmann, intentaba fervientemente encontrar una extensión pentadimensional de la relatividad general con soluciones físicas realistas.
Bohr tenía preocupaciones mucho más graves. A través del físico austriaco Otto Frisch acababa de enterarse del éxito de los experimentos de Otto Hahn y Fritz Strassmann en Berlín, consistentes en el bombardeo de uranio con neutrones. La tía de Frisch, la física nuclear Lise Meitner, había trabajado con ellos en el proyecto antes de huir a Suecia debido a su ascendencia medio judía. Tras analizar los resultados, ella y Frisch habían llegado a la conclusión de que se había producido una fisión nuclear (división del núcleo). Cuando Frisch se lo comunicó a Bohr, este se horrorizó ante la idea de que los nazis pudieran descubrir los secretos de una bomba atómica. De hecho, durante la guerra, Heisenberg sería puesto a cargo de un esfuerzo nuclear que incluía a Hahn y a otros.
Aunque su mente estaba en asuntos más apremiantes, Bohr asistió cortésmente a una charla de Einstein sobre sus últimos esfuerzos de unificación. Con expresión vidriosa se sentó a escuchar al fundador de la relatividad general propugnando una supuesta “teoría del todo” que parecía ignorar todos los desarrollos desde aquella época. ¿Qué había ocurrido con el espín? ¿A los neutrones? ¿A las fuerzas nucleares? Podría haber cabeceado, de no ser por el momento decisivo. Al final de la charla, Einstein miró directamente a Bohr y le dijo que su objetivo era sustituir la mecánica cuántica. Bohr le devolvió la mirada pero no dijo ni una palabra.
Varios meses después de la visita de Bohr, Einstein tuvo que abordar él mismo la cuestión de la bomba. En julio de 1939, durante unas vacaciones de navegación en el este de Long Island, los físicos húngaros Leo Szilard y Eugene Wigner llegaron a su casa con una advertencia funesta. Estaban seriamente preocupados por la posibilidad de que los nazis comenzaran a procurarse uranio del Congo belga y lo utilizaran para construir una bomba. Szilard había calculado que era posible una reacción en cadena en la que los neutrones liberados por la fisión nuclear de un tipo de uranio produjeran la ruptura de más y más núcleos, y producían cantidades sustanciales de energía destructiva.
En agosto, Einstein redactó una carta de advertencia al presidente Franklin Roosevelt; Szilard la tradujo al inglés y Einstein la firmó y envió. Poco más de dos años después Roosevelt establecería el Proyecto Manhattan: un esfuerzo de alto secreto, dirigido científicamente por J. Robert Oppenheimer, para desarrollar una bomba atómica.
Aunque Einstein nunca fue autorizado a participar en los esfuerzos principales del Proyecto Manhattan, se le pediría varias veces durante la guerra que aportara sus conocimientos a proyectos militares. Mientras tanto, mientras el mundo estaba muy dividido, él seguía adelante con sus planes para la unidad cósmica.
Después de trabajar en la unificación de las fuerzas durante casi dos décadas, el normalmente optimista Einstein se hundía ocasionalmente en ataques de desesperación. Por ejemplo, en un discurso ante el Congreso Científico Americano en Washington, D. C., el 15 de mayo de 1940, «confesó que la tarea parecía desesperada, todas las aproximaciones lógicas al universo terminaban en un callejón sin salida».
Incluso en momentos tan oscuros, Einstein seguía negándose a aceptar que el mundo estuviera regido por el azar. Aunque «no había duda de que el principio de incertidumbre de Heisenberg era cierto —dijo en la conferencia—, no puedo creer que debamos aceptar la opinión de que las leyes de la naturaleza son análogas a un juego de dados».
Tal duda sería efímera. Al igual que los viajeros que buscaban el Paso del Noroeste, si una ruta quedaba bloqueada, intentaría encontrar caminos alternativos que explorar. La música calmaría su espíritu mientras planeaba posibles nuevas vías de investigación. Luego consultaba con sus ayudantes y reanudaba sus esfuerzos por un rumbo diferente.
En 1941, Einstein, Bergmann y Bargmann publicaron su canto del cisne, un artículo sobre la unificación en cinco dimensiones. Bergmann abandonó el IAS ese año para trabajar en el Black Mountain College. Con el tiempo formaría un importante grupo de investigación sobre relatividad general en la Universidad de Siracusa y desarrollaría sus propias teorías cuánticas de la gravedad. Bargmann se convertiría en profesor de Matemáticas en Princeton. Una vez más, Einstein necesitaría encontrar nuevos ayudantes.

El azote de Dios
La siguiente colaboración de Einstein en relación con la unificación sería con su viejo amigo y frecuente crítico Wolfgang Pauli. Pauli consideraba su deber jurado para con sus amigos y enemigos por igual ser lo más brutalmente honesto posible. Llevaba con honor la etiqueta que Ehrenfest le había otorgado: die Geissel Gottes (el azote de Dios). Incluso a veces firmaba así sus cartas. Einstein parecía apreciar las cuidadosas lecturas que Pauli hacía de sus trabajos, pero siempre tenía que prepararse para las despiadadas críticas. En cierto modo, Pauli tenía un lugar en su religión cósmica. Por el «pecado» de malinterpretar «los pensamientos de Dios» sobre la ley natural, se enfrentaba al tormento del ridículo de Pauli.
En 1940, la Escuela de Matemáticas del Instituto de Estudios Avanzados invitó a Pauli a ser miembro temporal. Los documentos muestran que lo seleccionaron en lugar de a Schrödinger (también en consideración) porque percibieron que sería menos arriesgado. Evaluaron a Schrödinger como «brillante, pero menos firme que Pauli. Y ya en 1937, cuando comparamos sus méritos relativos nos decidimos a favor de Pauli».
¿Por qué la Escuela de Matemáticas del IAS consideraba a Schrödinger «menos estable»? ¿Podría alguien allí haber sabido de su inusual situación familiar? Dados los rumores de que había discutido el tema con el presidente de la Universidad de Princeton, quizá se había corrido la voz de algún modo a su institución vecina. Otra posibilidad es que el historial de publicaciones de Schrödinger, que incluía piezas filosóficas además de trabajos basados en cálculos, se considerara más esporádico. En cualquier caso, se favoreció a Pauli.
Pauli estaba encantado de abandonar la turbulenta Europa en tiempos de guerra y aventurarse en una parte más tranquila del mundo. Aunque Zúrich, donde trabajaba, parecía relativamente segura para alguien con parientes judíos, su proximidad al Reich de Hitler ciertamente no era lo ideal. Así que vino a pasar la guerra a Princeton.
Einstein decidió aprovechar la ventaja de estar bajo el mismo techo que Pauli en Fuld Hall e intentar proporcionar también un alojamiento común a las fuerzas de la naturaleza. Ampliando las ideas que había desarrollado con Bergmann y Bargmann, Einstein trabajó junto a Pauli en un modelo de unificación de cinco dimensiones. Fue uno de los pocos casos en los que colaboró con un físico de renombre en lugar de con un ayudante.
El cuidadoso planteamiento de Pauli los llevó a la inequívoca conclusión de que no existían soluciones físicamente realistas para tales modelos que estuvieran libres de singularidades (términos infinitos). Las únicas soluciones libres de singularidades que pudieron encontrar eran sin masa y eléctricamente neutras, como los fotones. Sin embargo, uno de los objetivos de la unificación era describir el comportamiento de las partículas cargadas con masa, como los electrones.
En 1943, Einstein y Pauli publicaron un artículo conjunto en el que señalaban la falta de soluciones creíbles. Aunque uno «no puede evitar sentir que hay algo de verdad en la teoría de las cinco dimensiones de Kaluza —señalaron—, su fundamento es insatisfactorio».
Las aspiraciones de Einstein en cuanto a las dimensiones superiores habían llegado a un callejón sin salida. Decidió abandonar el planteamiento de Kaluza y Klein y centrarse en cambio en teorías con el número estándar de dimensiones: tres de espacio y una de tiempo. Aunque otros retomarían la teoría de Kaluza-Klein e intentarían sacarle partido, Einstein creía que había agotado sus posibilidades. Había que borrar su pizarra de «No borrar». Estaba claro que había llegado el momento de pasar página.
Frenesí afín
Irónicamente, justo cuando el progreso de Einstein hacia la unificación había llegado a un punto muerto, Schrödinger empezó a entusiasmarse. Inspirado por tres de los teóricos que más admiraba —Einstein, Eddington y Weyl— decidió probar suerte también. Estudió detenidamente algunos de sus primeros trabajos sobre la relatividad general y la teoría del campo unificado y comenzó a idear su propio enfoque.
Como estaban relativamente aislados en sus respectivos institutos, era natural que Schrödinger y Einstein mantuvieran correspondencia sobre temas de interés mutuo. A partir del invierno de 1943, Schrödinger empezó a escribirle con regularidad sobre la posibilidad de ampliar la relatividad general para incluir otras fuerzas. En Nochevieja, envió a Einstein el tipo de felicitación navideña que solo un físico teórico podía transmitir. Era una carta en la que derivaba las ecuaciones de la relatividad general utilizando el método lagrangiano, basado en el principio de mínima acción de Hamilton. En una posdata, Schrödinger sugería modificar el lagrangiano y examinar las ecuaciones de campo producidas.
Como hemos comentado, Hamilton desarrolló el principio de mínima acción y el método lagrangiano como formas de describir el movimiento imaginando que los objetos toman el camino más eficiente entre todas las posibilidades. Es como los pioneros que cruzan una cordillera de la forma más rápida intentando minimizar sus caminatas y escaladas. Si tienen en cuenta la elevación y otros factores, el camino más recto del mapa podría no ser el mejor. Del mismo modo, la ruta que toma una partícula a través del espacio depende del terreno de la energía potencial. Un mapa cuantitativo de dicho terreno se incorpora al lagrangiano, que puede utilizarse para hallar las ecuaciones del movimiento.
Como demostró Hilbert, las ecuaciones de la relatividad general de Einstein pueden reproducirse utilizando un lagrangiano que consiste en el producto de dos cantidades escalares (invariantes bajo transformaciones), una relacionada con el tensor métrico que relata cómo se miden las distancias y la otra relacionada con el tensor de Ricci (conectado con el tensor de Einstein mencionado anteriormente) que describe la curvatura. Los tensores métrico y de Ricci pueden expresarse cada uno en forma matricial como matrices de 4 por 4. Cada uno tendría dieciséis componentes, pero debido a la simetría, solo diez de los componentes son independientes (los otros seis son duplicados). En la relatividad general estándar, los diez componentes independientes de la curvatura están vinculados a los diez componentes independientes del tensor tensión-energía, que representan la materia y la energía. En resumen, la materia y la energía provocan la curvatura del espacio-tiempo, con diez relaciones independientes implicadas.
La curvatura, sin embargo, es solo un aspecto de la geometría del espaciotiempo. Para comprender las trayectorias que siguen los objetos a través del espacio, es necesario conocer los componentes del tensor métrico que nos indican cómo determinar la distancia de un punto a otro. Estos componentes producen una versión alterada del teorema de Pitágoras para esa región en particular. Como describimos en una analogía anterior, el tensor métrico es como tejer un dosel sobre la arena caliente del desierto en las regiones donde la arena se hunde y se eleva (la curvatura) debido a las rocas dispersas (la materia y la energía). Para construir ese dosel métrico hay que construir una especie de andamiaje que nos diga cómo se curvan los polos (los ejes de coordenadas locales) de un punto a otro. Los eslabones de ese andamiaje son las conexiones afines. En la relatividad general estándar hay sesenta y cuatro conexiones afines, y las restricciones de simetría consideran que solo cuarenta de ellas son independientes.
Tal es la descripción estándar de la gravedad de Einstein. Incorporar componentes adicionales asociados al electromagnetismo requiere modificar las ecuaciones mediante opciones como más dimensiones (que Schrödinger no consideró seriamente), una estructura extra como el paralelismo a distancia (tampoco considerado por Schrödinger), o relajar los requisitos de simetría y convertir las conexiones afines en fundamentales.
Siguiendo un camino emprendido por Eddington y brevemente considerado por Einstein en 1923, Schrödinger optó por abandonar los requisitos de simetría y centrarse en las conexiones afines. Llamó a su enfoque la teoría unitaria general. (El acrónimo «GUT» se utilizaría más tarde para las grandes teorías unificadas, formas propuestas de unir la electrodébil con la fuerza fuerte). Antes de que Einstein tuviera tiempo de responder a la carta de Nochevieja, Schrödinger ya había compuesto los rudimentos de su planteamiento. Empezó con el conjunto más general posible de conexiones afines y las utilizó para construir el tensor de Ricci y un tipo de lagrangiano más flexible. Esta flexibilidad abrió la puerta a la inclusión de componentes electromagnéticos. También esperaba añadir componentes de lo que denominó campo de mesones (lo que ahora llamamos fuerza fuerte), pero decidió reservarlo para futuras investigaciones (que poco después empezaría a emprender). Entonces utilizó ciertas propiedades matemáticas para restringir el lagrangiano a un caso especial, terminando con algo diferente del lagrangiano de Hilbert. Sus ecuaciones hicieron la inusual predicción de que los campos magnéticos (como los de la Tierra y el Sol) se atenuarían más rápidamente con la altitud de lo que sugiere la teoría convencional. La atenuación se debía a una especie de «constante cosmológica» para el electromagnetismo, similar al término que Einstein había introducido muchos años antes para la gravedad. Con las ideas básicas de su teoría esbozadas, se sintió preparado para informar de sus resultados a sus colegas.

La vida, el universo y todo lo demás
El 25 de enero de 1943, Schrödinger presentó su teoría unitaria general ante la Real Academia Irlandesa. Su ponencia se publicaría unos cinco meses después en las actas de la academia. Explicó en la charla cómo había retomado la teoría donde Eddington y Einstein la habían dejado. En un año en el que se rendía homenaje a Hamilton, Schrödinger estuvo encantado de utilizar los métodos del matemático irlandés y le ofreció así un nuevo tributo.
El Irish Press pregonó la noticia y destacó el ángulo «más allá de Einstein». Con el titular «Forward from Einstein», el 1 de febrero el reportero Michael J. Lawlor ofreció este sorprendente anuncio: «Una teoría científica de importancia tan profunda como para ser comparable a la famosa teoría de la relatividad de Einstein, que revolucionó la concepción del físico moderno sobre la naturaleza del universo, ha sido desarrollada por el Prof. Erwin Schroedinger. Se ha dicho que Einstein abrió un nuevo mundo a la mente del hombre. El Prof. Schroedinger, al basar sus conclusiones en la poderosa estructura de la teoría general de la relatividad, ha dado ahora otro enorme paso adelante, un paso tan grande que puede que en los tiempos venideros la nueva teoría desempeñe un papel como el que ha desempeñado la de Einstein en nuestros días».
Al día siguiente, el Press publicó otro artículo que incluía entrevistas con varios científicos irlandeses sobre el trabajo de Schrödinger. El Dr. A. J. McConnell, del Trinity College, uno de los contactados, aplaudió sus esfuerzos, sobre todo si se considera que son «tiempos difíciles para un instituto de ciencia pura». Su colega, el profesor C. H. Rowe, describió el logro de Schrödinger «como un acontecimiento destacado en la historia de la ciencia de este país».²⁴
Schrödinger tenía programadas ese mes tres conferencias públicas sobre un tema totalmente distinto: «¿Qué es la vida?». Aunque no tenía formación ni experiencia investigadora en biología, de joven había absorbido parte de la fascinación de su padre por la ciencia de los organismos vivos, y quería compartir sus ideas sobre el tema.
Cuando llegó al Teatro de Física del Trinity College para la primera conferencia, encontró la sala tan abarrotada que se rechazó a multitud de personas. Aceptó repetir la conferencia unos días más tarde para los que no pudieron entrar. Naturalmente, el taoiseach, su mayor admirador, ocupaba un lugar destacado entre los cientos de asistentes. Al final, Schrödinger recibió una ovación.
Algunas de las ideas clave que trató Schrödinger se referían a la relación entre las propiedades de los átomos y el comportamiento de los seres vivos. Señaló que la mayoría de los sistemas naturales tienden a una entropía (desorden) creciente y mostró cómo la vida se mantiene ordenada mediante la absorción de energía, por ejemplo del Sol. También especuló con la posibilidad de que un cristal aperiódico (una disposición no repetitiva de los átomos) desempeñara un papel en el desarrollo de la vida. De ahí que fuera uno de los primeros en sugerir que la vida estaba codificada por una secuencia química. Un libro basado en las conferencias de Schrödinger serviría de fuente de inspiración a los biólogos de los años cincuenta, como James Watson y Francis Crick, cuando desarrollaron el modelo de doble hélice del ADN.
Las populares conferencias llamaron la atención de la revista Time, que publicó: «Schrödinger tiene un don. Su discurso suave y alegre, su sonrisa caprichosa enganchan. Y los dublineses se sienten orgullosos de tener a un Premio Nobel viviendo entre ellos».
Cuando el Irish Press informó por primera vez sobre la teoría unitaria general de Schrödinger, este envió a Einstein una copia del artículo para calibrar su reacción. En abril, Einstein envió finalmente por cable una respuesta comedida y cortés. «La del profesor Schroedinger es una mente muy cauta y crítica —escribió—, por lo que todo físico debe estar muy interesado en su nuevo intento de resolver este formidable problema. No puedo decir más por el momento».
En el mismo artículo, el Press pidió a Schrödinger su reacción a la respuesta de Einstein. «Por supuesto, el profesor Einstein no podía decir más hasta que hubiera visto el artículo científico completo», respondió.
El intercambio en el Press fue lo suficientemente cordial como para no perturbar su amistad por el momento. Sin embargo, a medida que la confianza de Schrödinger en su teoría seguía creciendo, sus pronunciamientos sobre su superioridad respecto al trabajo de Einstein se hacían cada vez más atrevidos.
La tumba de las esperanzas de Einstein
En una reunión de la Real Academia Irlandesa celebrada el 28 de junio, Schrödinger volvió a generar expectación al afirmar que su teoría unitaria general había sido verificada con pruebas experimentales. Explicó que había resucitado una idea que Einstein había abandonado veinte años antes y se jactó de haber logrado lo que Einstein no pudo. En la reunión leyó en voz alta una de las cartas privadas que Einstein le había dirigido. En la correspondencia, Einstein había calificado sus anteriores intentos de una teoría afín como «la tumba de sus esperanzas».
«Creo que ahora podemos exhumar sus esperanzas —dijo Schrödinger—, porque últimamente he podido asegurar una verificación observacional bastante sólida de esta parte de la teoría».
El Irish Press tituló la noticia «Einstein había fracasado» y afirmó sin sustancia que Schrödinger había tenido éxito donde Einstein había «confesado su fracaso». El artículo era engañoso, ya que daba a entender que Einstein había renunciado hacía tiempo a la unificación, cuando era exactamente lo contrario. A menudo admitía que las ideas anteriores eran erróneas, pero seguía aferrado a la esperanza de un éxito final.
¿Cuáles eran las pruebas experimentales críticas de la teoría de Schrödinger? En realidad no había ninguna sustancial. La supuesta prueba tenía que ver con los estudios del campo magnético de la Tierra. Resulta irónico que la brújula, un dispositivo que Einstein había apreciado de niño, se convirtiera en parte de un intento de dejar obsoletas sus ideas. Y los sondeos citados ni siquiera eran recientes: uno databa de 1885 y el otro de 1922. Había datos más actualizados que ni siquiera se mencionaban. Por ejemplo, el mismo mes de la charla de Schrödinger, el geofísico George Woollard publicó un artículo que exploraba sistemáticamente el perfil magnético y gravitatorio de Norteamérica. Sin embargo, Schrödinger tomó sus datos de viejos libros polvorientos.
A veces los geofísicos encuentran discrepancias entre el comportamiento esperado y el real de las líneas de campo magnético. Estas suelen señalar estructuras magnetizadas desconocidas bajo la superficie, como rocas con un contenido de magnetita superior al habitual. Por lo tanto, si un geofísico encuentra una anomalía en la inclinación de la brújula, puede preguntarse qué tipo de formaciones subterráneas pueden haberla causado.
Las lecturas del campo magnético terrestre fluctúan tanto temporalmente como geográficamente. Esto se debe a que el campo es generado por una dínamo compleja que se ve afectada por el estado cambiante de los materiales magnetizados del núcleo, el manto y la corteza terrestre.
Schrödinger, sin embargo, interpretó estas discrepancias de otra manera. Las utilizó para afirmar que la teoría electromagnética clásica estaba ligeramente equivocada en sus predicciones y que (junto con la relatividad general estándar) debía ser sustituida por su propia teoría unificada. Como informó el Irish Press en un artículo de primera página: «La reacción de la aguja de la brújula, al registrar las variaciones de intensidad del magnetismo terrestre, ha aportado inesperadamente la prueba de la gran teoría del Prof. Schroedinger. Lo ha hecho tal como el movimiento de las estrellas dio a Einstein la confirmación de la validez de la teoría de la relatividad, que la nueva teoría del Prof. Schroedinger complementa y, en cierta medida, sustituye».
Cuando Schrödinger desarrolló su ecuación de ondas, la basó en principios físicos conocidos, como la conservación de la energía y la continuidad de las ondas. Su éxito se debió a que se ajustaba bien a las líneas espectrales precisas de los átomos. Cuando Einstein propuso su teoría general de la relatividad, la basó en el principio de equivalencia, una hipótesis sólida fundamentada en mediciones de cómo aceleran los objetos a través del espacio. Se puso a prueba por varios medios independientes, incluida la curvatura de la luz de las estrellas por el Sol, que es difícil de explicar de otro modo.
Sin embargo, para la supuesta «confirmación» de la teoría unitaria general de Schrödinger a través del comportamiento anómalo de las inclinaciones de la brújula, no existía ni una justificación teórica sólida ni pruebas experimentales significativas. Había desarrollado la teoría mediante un razonamiento matemático abstracto, no sobre la base de principios físicos antiguos (o incluso hipotéticos). Además, las pruebas utilizadas para demostrarla se explicaban mucho más sencillamente por la variabilidad natural del campo magnético de la Tierra. Incluso Schrödinger, en ese momento, consideraba su teoría como preliminar, no definitiva. Seguiría trabajando en ella varios años más antes de declarar de nuevo la victoria. Sin embargo, la cobertura de los periódicos había hecho parecer que la teoría era un hecho consumado, un gran avance indiscutible en la ciencia.
En agosto, Schrödinger escribió a Einstein con las «pruebas» electromagnéticas de que su teoría era correcta.³⁰ Einstein se mostró escéptico. Respondió en septiembre y enumeró otras razones por las que el campo magnético de la Tierra podría ser asimétrico, entre ellas el desequilibrio de las regiones cubiertas de océanos en los hemisferios norte y sur.³
En octubre, Schrödinger le respondió por escrito y concedió: «Probablemente tenga usted razón, como siempre».³²
A pesar de la crítica de Einstein, Schrödinger se mostró impertérrito. Explicó entusiasmado a Einstein cómo pensaba ampliar la teoría afín para incluir tres campos: la gravitación, el electromagnetismo y el campo de mesones (fuerza fuerte). La gravitación y el campo de mesones serían manejados por los componentes simétricos de las conexiones afines, y el electromagnetismo quedaría relegado a los componentes antisimétricos. La idea despertó la curiosidad de Einstein y dio lugar a más discusiones por correo.
Einstein seguía encantado de tener en él una especie de compañero epistolar para discutir teorías. Escribió calurosamente a Schrödinger: «Aprecio mucho que desee informarme abiertamente de sus esfuerzos. Hasta cierto punto, me lo merezco, porque durante décadas me he estado dando golpes hasta sangrar contra una dura roca».
Con su nueva popularidad (gracias a «¿Qué es la vida?» y a su teoría unitaria general), su cálida correspondencia con Einstein y sus aparentes avances en física, Schrödinger estaba eufórico. Brillante como era, una especie de narcisismo nublaba su juicio. Su deseo de admiración femenina y la emoción que encontraba en la seducción lo predispusieron a más aventuras amorosas. Tendría dos en los años siguientes, ambas con el mismo desenlace: embarazos y niñas.
La primera fue con una mujer casada llamada Sheila May Greene, una activista social intelectual y crítica del Gobierno de De Valera. Comenzaron su relación en la primavera de 1944. Sheila estaba embarazada ese otoño. El 9 de junio de 1945 nació su hija, Blathnaid Nicolette. Sheila y su marido, David, la criarían —él solo— después de que ambos se separaran. La aventura también produjo un libro de poesía amorosa que Erwin escribió a Sheila y que acabaría por publicarse.
La segunda relación fue con una mujer llamada Kate Nolan (un seudónimo para mantener su privacidad), una trabajadora del Gobierno que se había hecho amiga de Hilde cuando ambas se ofrecieron como voluntarias para la Cruz Roja. De su breve enlace nació una niña llamada Linda Mary Therese, el 3 de junio de 1946.
Al principio Kate, conmocionada por el embarazo no planeado, dejó que los Schrödinger criaran a Linda. Sin embargo, dos años más tarde, decidió que quería recuperar a su hija. Un día vio a Linda en un cochecito, paseada por el barrio por la niñera que los Schrödinger habían contratado. Kate sacó a Linda del cochecito y se la llevó. Erwin poco podía hacer, ya que Kate era la madre legal. Kate se la llevó a Rodesia (ahora Zimbabue), donde crecería.
El hijo de Linda (y nieto de Schrödinger), Terry Rudolph, nacería allí en 1973.Se convirtió en físico cuántico y actualmente trabaja en el Imperial College de Londres.

Atrapar a un físico
Al vivir en la neutral Irlanda durante la guerra, Schrödinger se libró de la difícil decisión moral de contribuir o no a los esfuerzos militares. Al permanecer en Alemania, Heisenberg, en cambio, se encontraba en una posición en la que le habría resultado difícil negarse. Tenía lazos familiares con Heinrich Himmler, poderoso jefe de la Schutzstaffel o SS (el cuerpo paramilitar nazi) y de la Gestapo (la policía secreta), lo que lo ayudó a protegerse de las críticas que lo acusaban de haber sido demasiado amistoso con científicos judíos como Born. Esas conexiones también lo ayudaron a obtener puestos científicos destacados durante la guerra. En lugar de acobardarse o quejarse, Heisenberg agradeció la oportunidad de servir a su país, incluso bajo un régimen que no apoyaba.
Se ha escrito mucho sobre el papel que desempeñó Heisenberg durante la guerra al guiar el programa nuclear nazi. Después de la guerra, restaría importancia a los esfuerzos del equipo por desarrollar la bomba y resaltaría su trabajo en los aspectos pacíficos de la energía nuclear. Su colega físico Carl Friedrich von Weizsäcker sugeriría que dieron largas al asunto y que nunca quisieron que Hitler consiguiera la bomba. Argumentaron que, en cierto modo, los científicos alemanes se comportaron de forma más ética que los aliados porque no se esforzaron seriamente por conseguir armas nucleares y nunca las utilizaron.
Heisenberg también acusó a Einstein de hipócrita al pasar de ser un destacado pacifista a un firme partidario del esfuerzo bélico aliado. Sin embargo, en 2002 se hicieron públicas unas cartas no enviadas de Bohr dirigidas a Heisenberg en las que documentaba las discusiones que habían mantenido en Copenhague en 1941 (reuniones que se convirtieron en la base de la famosa obra de Michael Frayn Copenhague). Bohr nunca envió las cartas a Heisenberg porque no quería reabrir viejas heridas. Recordaba que Heisenberg lo había informado de que los alemanes estaban trabajando activamente para construir una bomba atómica y que al final se impondrían. A Bohr lo había sorprendido la confianza de Heisenberg.
En septiembre de 1943, Bohr se vio obligado a escapar de Dinamarca en un barco pesquero hasta Suecia, y después en aviones militares —organizados por Lindemann— hasta Gran Bretaña, donde se unió al esfuerzo nuclear aliado.
Vigilar a Heisenberg y el proyecto nuclear alemán se convirtió en una prioridad importante para la inteligencia aliada. Casi al mismo tiempo que la huida de Bohr, Samuel Goudsmit (que con George Uhlenbeck había propuesto el concepto de espín cuántico) fue designado para dirigir la Misión Alsos, encargada de evaluar los progresos del Eje hacia la bomba.
Un espía de lo más improbable fue Moe Berg, que era un mediocre jugador y entrenador de béisbol de las grandes ligas pero un maestro de las lenguas extranjeras y un experto en fingir capacidad científica. Uno de sus antiguos compañeros de equipo bromeó: «puede hablar en doce idiomas pero no puede batear en ninguno de ellos».³⁶
Berg se unió a la Oficina de Servicios Estratégicos, predecesora de la CIA, en 1943, y pronto fue reclutado para un proyecto de alto secreto destinado a atajar el esfuerzo nuclear nazi.
Tras recibir información sobre los matices de la física cuántica y nuclear, Berg se hizo pasar por físico y asistió a una conferencia en Zúrich en diciembre de 1944 en la que estaba previsto que hablara Heisenberg. Cargado con una pistola y una cápsula de cianuro, tenía órdenes estrictas: si Heisenberg parecía estar avanzando hacia la bomba, Berg debía asesinarlo. Si, por el contrario, parecía estar realizando investigaciones inocuas, Berg lo dejaría en paz.
Afortunadamente para Heisenberg, fue esto último. Hablaba de matrices de dispersión en física cuántica, un tema que tenía poco que ver con las bombas. Berg decidió que era seguro perdonarle la vida a Heisenberg.
En 1945, cuando los Aliados se acercaban a Berlín, Gran Bretaña y Estados Unidos se dieron cuenta de que cualquier secreto atómico encontrado por los científicos alemanes podría caer en manos de los soviéticos. Lanzaron la Operación Epsilon para capturar a los principales físicos nucleares alemanes y llevarlos a Inglaterra.
Heisenberg y otros nueve —entre ellos Hahn, Von Weizsäcker y Von Laue— fueron llevados a Farm Hall, una mansión señorial cerca de Cambridge, donde permanecieron detenidos durante seis meses. Aunque aislados y bajo vigilancia, se los hizo sentir cómodos y se los trató bien.
Plagado de micrófonos ocultos, Farm Hall era un peculiar laboratorio en el que los sujetos eran los propios científicos. El objetivo de su «experimento» era ver si unos investigadores relajados y bien tratados, sin saber que estaban siendo vigilados, se sincerarían sobre lo que habían aspirado a hacer y lo que realmente habían descubierto.
Cuando, en agosto, los Aliados lanzaron bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en Japón, las reacciones de los científicos fueron grabadas y analizadas cuidadosamente. A todas luces, estaban atónitos de que el proyecto aliado de la bomba nuclear hubiera avanzado tan rápidamente.
Si bien es cierto que habían estado trabajando para conseguir una bomba, sus esfuerzos se habían visto obstaculizados por la falta de financiación y el escaso sentido del diseño experimental de Heisenberg. Su pensamiento era demasiado abstracto para la fabricación de bombas. Por ello, habían informado a sus superiores de que construir una bomba llevaría muchos años más de investigación y no era realista a corto plazo.
Después de que Heisenberg fuera liberado de Farm Hall, reanudó su carrera académica. Con la guerra terminada y los Aliados victoriosos, Alemania volvió a sus fronteras de preguerra, con algunos ajustes. Se dividió en cuatro zonas de ocupación, cada una administrada por uno de los Aliados. Berlín se dividió por separado en cuatro zonas. Heisenberg se instaló en Gotinga, que había sido asignada al sector británico.
Schrödinger se alegró de ver a Austria liberada y restablecida como república. Sin embargo, también había sido dividida en zonas de ocupación, incluido un sector soviético en el este. Aunque empezó a pensar en regresar, debido a la situación política permaneció en Dublín por el momento, un periodo de espera que acabó por durar una década.
En el ínterin, decidió dimitir como director de la Escuela de Física Teórica y cedió el cargo a Heitler, aunque permaneció como profesor titular. Su objetivo declarado era centrarse más en su investigación. Sin embargo, se dice que mantuvo una disputa con el personal de mantenimiento del instituto y decidió que ya estaba harto de la administración.
También se produjo un cambio en su vida familiar cuando Hilde y Ruth se marcharon a Austria. Anny se había hecho muy amiga de Ruth durante los años que pasaron juntas en Kincora Road. Se había convertido en una especie de segunda madre para la niña. Cuando Hilde decidió regresar a Innsbruck y reunirse con Arthur, y llevó consigo a Ruth, Anny se sintió angustiada. Se hundió en una profunda depresión, sin duda exacerbada por los continuos enlaces en serie de Erwin con otras mujeres.
Einstein no tenía ningún interés en volver a Alemania. Si lo hubiera hecho, habría encontrado una gran devastación. Como gran parte del centro de Berlín, su antiguo edificio de apartamentos en el barrio bávaro había sido destruido. Su casa del lago en Caputh, entonces parte del sector soviético, había sido apropiada. La fisonomía de la mayoría de las ciudades alemanas había cambiado radicalmente y requería décadas de reconstrucción. Sin embargo, lo más impactante había sido el número de víctimas humanas. Los nazis habían asesinado sistemáticamente a millones de europeos, incluidos seis millones de judíos. Millones de personas más habían muerto en la guerra. Otros incontables quedaron sin hogar, incapacitados, viudos, huérfanos o afectados de alguna otra forma. Einstein nunca olvidaría ni perdonaría tan indescriptible horror.
A pesar de su gran tristeza y rabia, Einstein reanudó sus esfuerzos hacia una teoría del campo unificado. Al trabajar con Ernst Straus, empezó a explorar lo que llamó una «generalización de la teoría relativista de la gravitación». Al igual que los esfuerzos de Schrödinger en algunos aspectos, implicaba juguetear con las conexiones afines que relacionan un punto del espaciotiempo con otro y ver cómo estos cambios afectan a las ecuaciones de campo. Había comenzado el proyecto por su cuenta y publicó su trabajo como un artículo de un solo autor, pero había un error en sus cálculos, que Straus corrigió. Publicaron un trabajo conjunto en 1946.
De ningún modo consideraba Einstein completado su trabajo sobre la teoría del campo unificado. En su última década de vida, adoptaría un enfoque ecléctico y trató varias modificaciones de la relatividad general como opciones, más que como la última palabra. No obstante, su monumental fama le garantizaba un público para prácticamente cualquier cosa que compusiera, por abstracta o preliminar que fuera. También tendría que vérselas con contendientes, en particular con cierto viejo amigo que trabajaba en Dublín.

Cortesía de Muy Interesante
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