La terapia de choque de Trump dividirá al MAGA

PRINCETON – El consenso en los países ricos, y quizás a nivel mundial, es que un mundo en crisis requiere algún tipo de intervención radical. Eso es lo que prometió el presidente estadounidense Donald Trump, y aunque goza de una gran impopularidad (con una desaprobación pública en su país en constante aumento), incluso sus oponentes comparten su convicción de que la política tradicional ya no servirá.

Pero vale la pena preguntarse cómo terminan las intervenciones de choque. La respuesta histórica es “mal”. Esto es cierto incluso en casos donde los efectos económicos de la “terapia de choque” parecieron positivos al principio, como en Europa Central tras el colapso del comunismo.

El problema es que los shocks sistémicos de políticas generan narrativas tóxicas cuya potencia aumenta con el tiempo. Siempre existen sospechas de que una conspiración produjo el shock y de la participación de potencias extranjeras. Independientemente de los beneficios iniciales de la terapia, estas narrativas terminan polarizando a la sociedad y socavando el orden político.

La administración Trump es abierta sobre su radicalismo. La terapia de choque es la solución a todos los problemas globales, desde Gaza e Irán hasta Ucrania y Sudán. Trump maneja los aranceles como si fuera un aguijón, impactando a cualquiera (amigo o enemigo) que no ceda de inmediato a sus exigencias. Supuestamente, este enfoque -que incluye en su aplicación nacional purgas en la administración pública y la cúpula militar, así como una guerra contra las universidades- fortalecerá la economía estadounidense, marcará el comienzo de una nueva era dorada para Estados Unidos, obligará a la OTAN a alinearse, impedirá que India compre petróleo ruso y contendrá el auge industrial y militar de China impulsado por la IA.

Así, el secretario del Tesoro de EU, Scott Bessent, argumenta que cualquier sufrimiento que sientan los estadounidenses a causa de los aranceles forma parte de un “período de desintoxicación”. Trump, de hecho, habla de los aranceles como una “operación” y como una “medicina”. Mientras tanto, Russell Vought, director de la Oficina de Administración y Presupuesto, explica: “Queremos que los burócratas se vean afectados de forma traumática”.

Para lograr los efectos de choque deseados, la administración es deliberadamente caprichosa. ¿Por qué, si no, dos aliados cercanos y bien educados como Corea del Sur y Japón se verían afectados inesperadamente con nuevos aranceles del 25%? Según el secretario de prensa de la Casa Blanca: “Es prerrogativa del presidente, y esos son los países que eligió”.

La mayoría de los “acuerdos” que Trump ha anunciado son secretos, habiéndose negociado a puerta cerrada. Los mismos métodos se emplearon en Europa Central y la antigua Unión Soviética durante la desintegración del comunismo. Los programas de Mijaíl Gorbachov -glásnost (apertura) y perestroika (liberalización económica)- buscaban un cambio sistémico. Pero su implementación fue necesariamente opaca, porque el objetivo era reemplazar un status quo poderoso y corrupto. Sin embargo, cierta participación de quienes estaban dentro del sistema era inevitable (por ejemplo, se requirió que partes de los servicios de inteligencia proporcionaran información sobre el funcionamiento del antiguo sistema). El esfuerzo finalmente llegó a percibirse como un acuerdo corrupto con sectores privilegiados del antiguo aparato.

De igual manera, la actual polarización política de Polonia tiene sus raíces en su transición poscomunista de hace unos 35 años. Los problemas que dividen a la Plataforma Cívica, de centro-liberal, y al partido antiliberal y populista Ley y Justicia (PiS) se centran en un acontecimiento histórico poco conocido fuera de Polonia: una reunión en septiembre de 1988 entre una parte, pero no toda, del movimiento opositor Solidaridad y el régimen en un “centro especial” en Magdalenka, a las afueras de Varsovia.

Los sectores de la oposición que quedaron fuera interpretaron la reunión como un acto de “confraternización”, donde los asistentes acordaron acabar con el socialismo mediante una “privatización roja” que entregó valiosos activos a la vieja élite. De igual manera, en Rusia, con sus vastos recursos naturales, las privatizaciones, consideradas terapia de choque, fueron aún más manifiestamente corruptas y, por lo tanto, susceptibles de cuestionamiento.

La segunda narrativa problemática se refiere a la intervención extranjera. Con las liberalizaciones poscomunistas, Alemania se convirtió en un demonio conveniente, debido al doloroso recuerdo de sus crímenes en la Segunda Guerra Mundial. Todavía recuerdo haber visitado Moscú en 1992 y haber visto fotos del director del Deutsche Bank sonriendo y abrazando a Gorbachov.

Para Polonia, una parte clave del proceso residió en la negociación de la deuda de la era comunista. Dado que gran parte de esta se encontraba en manos de bancos alemanes, era inevitable cierta interacción con los financieros alemanes y el gobierno alemán. Sin embargo, a los enemigos del gobierno polaco les resultó fácil sembrar sospechas de que estaba traicionando el interés nacional, especialmente cuando la adhesión a la Unión Europea se convirtió en un elemento clave de la estrategia de transformación.

¿Qué tipo de teorías conspirativas generará la estrategia de choque de Trump? Algunos elementos ya son perceptibles. Habrá algunos ganadores, pero también muchos perdedores, sobre todo porque la revolución MAGA (Make America Great Again) de Trump coincide con una revolución tecnológica. En la medida en que la IA cree nuevos patrones de empleo, gran parte de la base MAGA seguramente se verá desplazada y desarrollará rápidamente una narrativa de víctima.

A pesar de todos los esfuerzos de la administración por confrontar al “Estado profundo”, algunos entusiastas del MAGA ya se quejan de que está haciendo concesiones a las élites del establishment. La persistencia del escándalo de tráfico sexual de Jeffrey Epstein es solo una parte del problema. Al igual que con las transformaciones poscomunistas, quienes ostentan el poder colaboran estrechamente con los titanes de las finanzas globales y el capital internacional. La alianza de la administración con el mundo de las criptomonedas es totalmente evidente, como lo demuestra la insistencia de Bessent en que las monedas estables serán la clave para generar demanda de grandes emisiones de deuda soberana (necesaria debido a la peligrosa situación fiscal desequilibrada). En este contexto, en cuanto surja un escándalo financiero o una crisis más amplia, las teorías conspirativas consumirán el movimiento.

Además, la administración no escatima en enredos extranjeros. La extrañamente obsequiosa cumbre de Trump con el presidente ruso, Vladimir Putin, en Alaska volvió a plantear dudas sobre su relación. Muchos temen ahora que Trump intente imponer un “intercambio territorial” que simplemente otorgue a Rusia las regiones ucranianas de Luhansk y Donetsk. Mientras tanto, para muchos en el mundo MAGA, Trump está haciendo demasiadas concesiones a los europeos y ucranianos en materia de garantías de seguridad.

En cuanto a Putin, obsesionado con revertir el colapso del imperio soviético, las lecciones de la aplicación de la terapia de choque por parte de Rusia son claras. Su maquinaria de propaganda explotará todas las posibilidades, difundiendo insinuaciones sobre acuerdos secretos y vínculos con el extranjero para profundizar las divisiones entre los estadounidenses. El veneno de la polarización seguirá corroyendo el sistema estadounidense. Es la venganza de Rusia por el supuesto papel que Estados Unidos desempeñó en la subversión de la Unión Soviética.

El autor

Harold James, profesor de Historia y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton, es el autor, más recientemente, de Seven Crashes: The Economic Crises That Shaped Globalization (Yale University Press, 2023).

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Cortesía de El Economista



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