La trágica historia del marinero que fue sentenciado a vivir en una isla desierta entre América y África por ser gay

Fuente de la imagen, Brugmans/Zeemansleven

  • Autor, Kaine Pieri
  • Título del autor, Servicio Mundial de la BBC

“Sábado 5 de mayo de 1725. Por orden del comandante y los capitanes de la flota holandesa, yo, Leendert Hasenbosch, fui desembarcado en esta isla desolada para mi gran aflicción”.

El marinero holandés escribió estas palabras tras ser abandonado en la Isla Ascensión, ubicada a unos 1.540 km de la costa africana y a 2.300 km de Sudamérica.

En la actualidad, 64 países de todo el mundo todavía criminalizan las relaciones entre personas del mismo sexo con penas que van desde la cárcel hasta la muerte, según la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transgénero e Intersexuales (ILGA).

Sin embargo, en siglos pasados, los castigos solían ser aún más brutales.

Un caso notable es este de Hasenbosch ocurrido hace 300 años.

Mientras escribía esta primera entrada en su diario, Hasenbosch estaba comenzando el capítulo final de su vida, un relato que permaneció oculto durante siglos hasta que dos historiadores la reconstruyeron.

El marinero abandonado

En el siglo XVIII, los cuentos de náufragos eran populares. Tan solo unos años antes, Robinson Crusoe de Daniel Defoe, inspirado en una historia real, había cautivado la imaginación de los lectores.

Pero el destino de Hasenbosch fue singular.

Un grabado de Wal Paquet del personaje ficticio Robinson Crusoe

Fuente de la imagen, Getty Images

Como explica el historiador Elwin Hofman, Hasenbosch no llegó a la Isla Ascensión por accidente: a él lo dejaron ahí a propósito, condenado como “sodomita”, el término criminal de la época para los actos sexuales entre personas del mismo sexo.

La historia de Hasenbosch salió a la luz por primera vez en enero de 1726, cuando un grupo de marineros británicos desembarcó en la isla Ascensión y se topó con una tienda de campaña improvisada.

Dentro encontraron un diario, pero ningún rastro de su autor.

El diario fue llevado de vuelta a Inglaterra, donde se tradujo y publicó en varias ediciones sensacionalistas, incluyendo una titulada “Sodomía castigada” (Sodomy Punished).

Si bien estas publicaciones conservaron fragmentos del calvario de Hasenbosch, borraron su nombre, transformándolo en una figura anónima y aleccionadora en el imaginario colectivo.

Leendert Hasenbosch nació alrededor de 1695 en La Haya, hijo único de Johannes Hasenbosch y Maria van Bergende.

Tras la muerte de su madre, su padre trasladó a la familia a Batavia (actual Yakarta), mientras que el adolescente Leendert se quedó.

A los 18 años, comenzó como soldado en la Compañía Holandesa de las Indias Orientales (VOC), donde posteriormente ascendería a la posición de contable de confianza.

Una vista de Long Beach en la Isla Ascensión, con Green Mountain al fondo.

Fuente de la imagen, Getty Images

La VOC, compañía considerada por muchos como la primera corporación multinacional del mundo, ejercía un vasto poder comercial en toda Asia, pero sus trabajadores enfrentaban condiciones brutales.

Durante casi una década, Hasenbosch sirvió en los puestos de avanzada de la VOC en Batavia y Cochin (actual Kochi, India).

Después, en octubre de 1724, por razones desconocidas, zarpó hacia los Países Bajos, regreso que nunca completaría.

Carne de tortuga, sangre y orina

En algún momento del viaje, Hasenbosch fue acusado de sodomía, considerado entonces uno de los pecados más graves.

La VOC solía castigar estos cargos con la pena de muerte, pero en su caso, la sentencia fue el aislamiento total.

El 5 de mayo de 1725, Hasenbosch se quedó solo en la Isla Ascensión con poco más que una tienda de campaña, una Biblia, algunas semillas y un barril de agua cada vez más pequeño.

Durante el primer mes, buscó agua fresca en la isla desolada y rezó para que lo rescataran. Su soledad pronto se volvió insoportable. Intentó domesticar un pájaro para que le hiciera compañía, pero el ave murió.

Plantó cebollas, guisantes y frijoles jacintos, pero la aridez de la tierra no dio frutos.

Para junio, Hasenbosch había empezado a alucinar, atormentado por la culpa y las visiones.

Escribió que el espíritu de “un hombre que una vez conocí se quedó conmigo un tiempo”.

Captura de tortugas, Isla Ascensión, Reino Unido, ilustración de The Graphic, volumen XXVII, no 691, 24 de febrero de 1883.

Fuente de la imagen, DEA / BIBLIOTECA AMBROSIANA

No se sabe si estas fueron realmente sus palabras o fueron adornos posteriores añadidos por editores británicos ávidos de dramatismo.

A medida que la única fuente de agua natural de la isla, conocida como Dampier’s Drip, empezó a secarse, Hasenbosch se debilitó.

Incapaz de atrapar cabras y con las ratas saqueando sus escasas cosechas, recurrió a medidas desesperadas: “22 de agosto: Atrapé una tortuga grande y bebí casi un litro de su sangre… Bebí mi propia orina”.

Para octubre, apenas se aferraba a la vida, sobreviviendo a base de carne de tortuga, sangre y orina.

Sus últimas anotaciones en el diario, fechadas el 14 de octubre de 1725, fueron breves e inquietantes: “Viví como antes”.

Descubriendo la historia

Durante más de dos siglos, la historia de Hasenbosch apenas fue recordada.

Las publicaciones británicas “Sodomía castigada” (1726) o “Una relación auténtica” (An Authentick Relation, 1728) preservaron parte de su calvario, pero lo despojaron de su identidad.

En la década de 1990, el historiador holandés Michiel Koolbergen encontró una copia de “Una relación auténtica” en el Museo Marítimo de Ámsterdam.

Contaba la historia de un “Robinson Crusoe” holandés real que había sido abandonado por el delito de sodomía.

Intrigado, investigó los archivos del VOC y allí descubrió el nombre de Hasenbosch.

Una escalofriante anotación en el registro de sueldos del VOC confirmó su destino: “El 17 de abril de 1725, a bordo del Prattenburg, fue condenado a ser desembarcado, por ser un villano, en la isla de Ascensión o en otro lugar, con la confiscación de su salario pendiente”.

Koolbergen narró sus hallazgos en 2002, en su libro “Un Robinson Crusoe holandés” (Een Hollandse Robinson Crusoe), pero falleció trágicamente de cáncer poco antes de su publicación.

Tres años después, el historiador y escritor Alex Ritsema se topó con la obra de Koolbergen en una biblioteca de Deventer, Países Bajos.

Coleccionista de historias de islas de toda la vida, Ritsema quedó cautivado y en 2011 publicó “Un náufrago holandés en la isla Ascensión”, acercando la historia de Hasenbosch, durante mucho tiempo olvidada, a los lectores angloparlantes.

Dedicó su libro a “dos holandeses que murieron demasiado pronto, Leendert y Michiel”. Ritsema también falleció trágicamente de cáncer en 2022.

Hoy, Hasenbosch, Koolbergen y Ritsema están unidos a través de los siglos: tres holandeses cuyas vidas se entrelazaron en el esfuerzo por asegurar que el relato del primero no se perdiera en la historia.

“Ya no soy invisible”

Ilustración en acuarela que representa a Leendert Hasenbosch, por GD Hoogendoorn y grabado del esqueleto del marinero de una edición de La justa venganza del cielo ejemplificada.

Fuente de la imagen, Brugmans/Zeemansleven/The Just Vengeance of Heaven Exemplify’d

La terrible experiencia de Hasenbosch puede parecer lejana, pero las fuerzas detrás de su persecución siguen.

El historiador Elwin Hofman explica que en los Países Bajos del siglo XVIII, la sodomía solía ignorarse o tolerarse discretamente, hasta que una supuesta “crisis de masculinidad” tras las derrotas militares desencadenó una ola de brutales procesos judiciales.

Los sodomitas se convirtieron en chivos expiatorios del declive social.

“En los Países Bajos, en el siglo XVIII, existía una profunda sensación de decadencia… y la solución fue un procesamiento más enérgico de los sodomitas”, afirma Hofman.

“Es algo a lo que debemos estar alerta hoy en día: en tiempos de crisis, existe el riesgo de intentar restaurar la masculinidad castigando con mayor severidad a las personas queer“.

Apenas cinco años después de la muerte de Hasenbosch, los Juicios por Sodomía de Utrecht vieron procesadas a hasta 300 personas. Muchos fueron ejecutados públicamente, con castigos que iban desde la hoguera hasta el estrangulamiento, hasta que la ley fue finalmente abolida en 1803.

Hoy en día, los ecos de esa búsqueda de chivos expiatorios son visibles en el auge de las leyes anti-LGBT+ en países como Rusia, Uganda y Polonia, a menudo presentadas como protectoras de los “valores tradicionales”.

En Estados Unidos, desde su reelección, el presidente Donald Trump ha firmado órdenes ejecutivas que, según sus críticos, restringen los derechos de las personas LGBT+ en el país.

Dos de las órdenes que revocó incluían una directiva destinada a prevenir la discriminación por identidad de género u orientación sexual.

Trump también firmó una orden que reconoce únicamente dos sexos -masculino y femenino- y declara que no se pueden cambiar.

Estas leyes han contribuido durante mucho tiempo a borrar a las personas LGBT+ de la historia, convirtiendo vidas reales en ejemplos de advertencia, afirma Julia Ehrt, directora ejecutiva de la ILGA.

Pero Hofman añade: “Siempre hemos estado aquí… el impulso para excluir a las personas LGBT+ de la sociedad ‘respetable’ puede estar tan vivo como siempre, pero ya no somos invisibles”.

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Cortesía de BBC Noticias



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