El lunes 16 de junio, el ex jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) y actual diputado de la oposición a Benjamin Netanyahu, Yair Golan declaró que “Un país sano no se dedica a luchar contra civiles, no mata bebés por diversión y no se fija como objetivo expulsar a una población (…) Israel está en el camino de convertirse en un estado paria entre las naciones, como la Sudáfrica de antaño…” La guerra directa iniciada por Tel Aviv contra Teherán (foto) logró empoderar al premier israelí al invisibilizar de la agenda internacional la cotidiana matanza en Gaza. También le permitió esquivar momentáneamente –en los titulares de los medios de propaganda occidental– el pedido de detención solicitado por la Corte Penal Internacional contra su persona, para dar cuenta de cargos por crímenes de lesa humanidad y genocidio. Desde el 21 de noviembre de 2024 existe una solicitud de arresto contra Netanyahu, su exministro de Defensa, Yoav Gallant y contra Mohammed Deif, uno de los comandantes de Hamás, responsable del acto terrorista del 7 de octubre de 2023.
La confrontación militar entre Israel e Irán se inicia con el triunfo de la Revolución Islámica en 1979. Sin embargo, tanto Tel Aviv como Washington colaboraron con el Ayatola Ruhollah Jomeini en la guerra entre Irak e Irán que duró casi ocho años, y que le costó la vida a más de un millón de muertos y dos millones de heridos, entre los dos países. En esa etapa, Estados Unidos vendió armas a Teherán –de forma clandestina– con el objeto de financiar a la denominada contra nicaragüense. En ese mismo periodo de conflagración bélica, que los persas denominan la Guerra Impuesta, Israel colaboró con los persas al bombardear, el 7 de junio de 1981, el reactor nuclear instalado por Sadam Husein en la periferia de Bagdad, en el marco de la denominada Operación Ópera.
En el relato militar, Moscú y Tel Aviv sustentan el mismo enfoque: la negativa a perder su predominio bélico. La posibilidad de que la OTAN emplace misiles a 600 kilómetros de la capital de la Federación Rusa y la potencialidad de que la República Islámica logre igualar la ventaja nuclear de Israel, han sido las justificaciones domésticas para llevar a cabo ataques que Vladimir Putin y Netanyahu definen como preventivos. En ambas doctrinas militares, en la rusa y en la israelí, aparece como central el mantenimiento de las respectivas preeminencias militares estratégicas. Ningún país que cuente con arsenal nuclear –consideran– puede aceptar que ingrese un nuevo miembro a ese club, porque eso supondría una alteración de los equilibrios. En una de las últimas declaraciones brindadas en el Foro Económico Internacional de San Petersburgo, el mandatario ruso consideró que los acuerdos futuros deberían salvaguardar “los intereses de Irán en su actividad nuclear —incluyendo, por supuesto, la energía nuclear pacífica y otros usos civiles— y los intereses de Israel en cuanto a su seguridad…”.
Desde esa perspectiva, la Federación Rusa se acopló al acuerdo, una década atrás, denominado Plan Conjunto de Acción Comprehensiva (JCPOA, por sus siglas en inglés), también referido como 5+1, por ser rubricado por la totalidad de los integrantes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, más la Unión Europea, en julio de 2015. Con ese convenio, Teherán renunciaba a enriquecer uranio con fines bélicos, mientras que el resto de los signatarios se comprometían a levantar las sanciones económicas en su contra. Fue Donald Trump en 2016, en connivencia con Netanyahu, quien aniquiló el tratado e inició –en alianza con los Fondos Buitre de Paúl Singer– la campaña de persecución contra Cristina Fernández de Kirchner y Héctor Timerman.
Los objetivos del gobierno israelí están relacionados con una reconfiguración del Cercano Oriente que parece no disgustarles a las monarquías petroleras de la península arábica. Más allá de las declaraciones artificiosas de repudio a los bombardeos israelíes, sus jeques –aliados económicos y comerciales de Donald Trump– coinciden, entre bambalinas, con las declaraciones del canciller alemán Friedrich Merz quien ponderó los ataques de Israel por asumir la responsabilidad de llevar a cabo el “trabajo sucio” en nombre de Occidente.
El carácter de esta confrontación no es regional, sino mundial: un capítulo más de lo que el extinto papa Francisco definió como la Tercera Guerra Mundial fragmentada. Dicha conflagración transversal es, en última instancia, el resultado de lo que Zbigniew Brzezinski categorizó como “envejecimiento de las potencias”. Aunque el politólogo nacido en Varsovia se refería a los rancios integrantes de la Unión Europea, la homología bien cabe para el estatus actual de los Estados Unidos, que duda en sumarse a la guerra por debatirse entre las presiones de Netanyahu y los informes contradictorios de la comunidad de inteligencia y el Pentágono: mientras el general Michael Kurilla, jefe del CENTCOM , exhorta a Trump atacar a la República Islámica, su Directora de Inteligencia Tulsi Gabbard niega que Teherán esté construyendo un arma nuclear.
En términos estructurales, la escalada en el Cercano Oriente es la consecuencia del debilitado Orden Global manipulado por Occidente. La pérdida de su capacidad de imposición genera desequilibrios, reducción de su hegemonía y reposicionamientos regionales. De alguna manera, Israel está impulsando la última guerra del decrépito modelo globalista que transita su etapa envejecimiento hacia un esquema multilateral, liderado por los BRICS+, más respetuoso de las soberanías nacionales. Los escenarios futuros planteados por la Corporación Rand –una usina de pensamiento ligada al Pentágono y las FDI– aseguran, desde hace una década, que la última ventana de oportunidad de Tel Aviv y Washington para el ingresar, con alguna ventaja relativa, al Nuevo Orden Global multilateral, tiene fecha de vencimiento inminente. Según estas hipótesis, en muy poco tiempo China y Rusia tendrán suficiente fortaleza para impedir estos bombardeos. “La crisis consiste precisamente –sugirió Antonio Gramsci– en que lo viejo está muriendo y lo nuevo no acaba de nacer; en este interregno aparecen una gran variedad de síntomas mórbidos.”
Cortesía de Página 12
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