Cada 21 de abril, Roma “cumple años”, o al menos así lo indica la tradición que marca el 753 a. C. como el momento en que Rómulo, tras asesinar a su hermano Remo, fundó la ciudad con un surco trazado en el Palatino. Esta historia, repetida durante siglos, ha definido el imaginario colectivo sobre los orígenes de la capital del Imperio Romano. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja. La arqueología, el análisis de las fuentes antiguas y el conocimiento de otras civilizaciones contemporáneas nos ofrecen una versión menos legendaria y más apegada a los hechos.
Roma no surgió de un solo evento ni de un líder mítico, como ya contó Santiago Castellanos en otro artículo. Fue el resultado de un proceso largo y gradual, en el que distintos grupos humanos fueron asentándose en las colinas cercanas al río Tíber. Las excavaciones han revelado restos mucho más antiguos que la supuesta fundación por Rómulo. Entonces, si no fue el legendario gemelo, ¿cómo nació realmente Roma? En esta ocasión traemos un resumen rápido para entender que, a veces, contar la historia no es tan sencillo.
Más allá del mito: los primeros pobladores del Tíber
El área que hoy conocemos como Roma estuvo habitada mucho antes de la fecha tradicional de su fundación. Los primeros indicios de asentamientos en el Lacio datan del segundo milenio a. C., en una región dominada por comunidades agrícolas y pastoriles. Estas poblaciones vivían en cabañas de madera y barro, organizadas en tribus que con el tiempo formarían una estructura más cohesionada.
A partir del siglo VIII a. C., los registros arqueológicos muestran un crecimiento significativo de estos asentamientos, en especial en la colina del Palatino. Aquí, se han encontrado evidencias de un núcleo urbano primitivo que revela la transición de aldeas dispersas a una comunidad unificada. Este fenómeno no fue exclusivo de Roma: muchas otras ciudades italianas siguieron procesos similares, aunque ninguna alcanzaría la magnitud y el impacto de la futura capital del Imperio.
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La influencia etrusca en los inicios de Roma
Uno de los aspectos menos mencionados en los relatos tradicionales es la influencia de los etruscos, una civilización avanzada que dominó el centro de Italia entre los siglos VIII y VI a. C. Antes de la República, Roma estuvo gobernada por reyes, algunos de ellos de origen etrusco. Los etruscos aportaron elementos clave en la organización política, religiosa y urbana de la ciudad.
Los romanos heredaron de los etruscos símbolos de poder, como el fasces (un haz de varas con un hacha, que representaba la autoridad del magistrado), y costumbres como los augurios, la práctica de interpretar el futuro a partir del vuelo de las aves. También dejaron su huella en la arquitectura, como los sistemas de drenaje y alcantarillado, y en la organización del espacio urbano con calles bien delineadas y templos monumentales.
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¿Rómulo y Remo? Propaganda para un imperio
Los relatos sobre los orígenes de Roma no fueron simples cuentos populares, sino que cumplían una función política y cultural. Los romanos necesitaban una historia de prestigio, que los vinculara con civilizaciones heroicas del Mediterráneo. Así surgieron los mitos de Eneas y los troyanos como ancestros de los romanos, y de Rómulo y Remo, criados por la Loba Capitolina, como fundadores de la ciudad.
Autores como Tito Livio y Virgilio recopilaron y embellecieron estos relatos para crear una identidad comúnque justificara la expansión de Roma. El hecho de que la ciudad se atribuyera un origen troyano no es casual: Troya era un símbolo de grandeza y continuidad histórica, una forma de diferenciarse de otros pueblos italianos y de legitimarse ante griegos y cartagineses.
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El verdadero nacimiento de Roma
Lejos de ser el producto de un solo momento o de un único personaje, Roma fue el resultado de la unión de varias comunidades. A medida que el comercio y las relaciones con etruscos, latinos y sabinos se intensificaban, el poblado en el Tíber se convirtió en un centro de poder regional. Las colinas se poblaron, se establecieron instituciones políticas y se consolidó la estructura social que daría paso, siglos después, a la República y al Imperio.
En definitiva, Roma no nació con un trazo de arado, sino con siglos de convivencia, intercambio y conflictos entre pueblos. El mito sigue siendo un elemento fascinante de su historia, pero la realidad es aún más impresionante: una pequeña aldea que, a lo largo del tiempo, se convirtió en el corazón de una de las civilizaciones más influyentes de la historia.
Referencias
Cortesía de Muy Interesante
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