Alí Al-Masri, su esposa Fátima (los nombres no son verdaderos, por razones de seguridad) y sus hijos de 9 y 11 años llevan 21 meses oyendo bombazos casi a diario, salvo durante las treguas de la invasión israelí a la Franja de Gaza. Viven en la casa familiar construida por sus padres al estilo árabe –suelen compartir edificio tres generaciones, una en cada piso–, pero no duermen en sus habitaciones de siempre, sino en la planta baja: los tres pisos superiores colapsaron por un misil, cuando habían abandonado la ciudad de Gaza para huir hacia el sur. Hoy están reinstalados, pero no así el resto de la familia que ha escapado. Además, no quedó espacio para las once personas que vivían allí. Sus padres se fueron a El Cairo en abril de 2024 previo soborno a las autoridades egipcias por 10.000 dólares, algo que don Mohamed pudo hacer porque fue médico y la Autoridad Palestina le paga 1400 dólares de pensión. A la casa se le cayó una pared lateral y se entra por una puerta rota que no se abre ni cierra, previo paso por una montañita de escombros y madera. En el interior hay mamposterías, vidrios, marcos de puertas y ventanas desparramados por el suelo, peligrosas fracturas en las paredes, la cocina y el baño destrozados y tres pisos de escombros acumulados en el techo. Solo salvaron la heladera y el lavarropas en la espaciosa vivienda. Alí sale a caminar por el barrio durante una videollamada de Whatsapp con Página/12 y da vuelta la cámara para mostrar el contexto: casi todas las casas están destruidas, tanto o más que la suya.
Alí y familia estuvieron fuera de su casa durante meses por los desalojos masivos a que los somete Israel. Escaparon con el auto del padre pero lo malvendieron: no había nafta. Y comenzaron a trasladarse en mototriciclo, viajes incomodísimos para cuatro personas que costaban 250 dólares. Alí había dejado su propio auto junto a su casa porque andaba mal. Cuando volvió, un tanque le había pasado por arriba. Hoy los gazatíes crean nafta a partir de plástico disuelto por descomposición térmica.
Ahora están en la casa familiar, sin luz ni agua desde el 8 de octubre de 2023 cuando Israel se las cortó para siempre (como a todo gazatí). No pueden usar el baño ni hay gas. Israel bombardeó las centrales eléctricas y los grandes tanques de agua (a uno lo llenó de concreto). El baño familiar es un tacho que vacían en la tierra, un privilegio comparado con los sin techo. Así vive el 100 por ciento de los gazatíes, muchísimos en meras carpas o a la intemperie, como cuando llegaron sus padres y abuelos en el éxodo de 1948 (los mayores de 75 años lo están viviendo por segunda vez).
El padre de Alí vivió en carpa en Gaza, expulsado de la actual Israel a sus dos años de edad: “él y mis abuelos vivían en Esdud, aldea campesina cercana a Tel Aviv; escucharon tiros y les llegó información de una masacre que habían cometido los judíos en la aldea vecina. Escaparon a Gaza con lo puesto pensando en regresar. Todo el pueblo huyó, salvo una pareja de ancianos. Un vecino de mi abuelo fue el único que volvió a los pocos días y los encontró asesinados, incluso la mujer estaba decapitada. El pueblo fue arrasado y construyeron encima la ciudad de Ashdod, hoy llena de argentinos viviendo en tierras robadas. Ahora, mi padre de 77 años se refugió por segunda vez en su vida, volvió a perder su tierra y su casa en Gaza y no creo que vaya a volver nunca más: nosotros vivimos en los restos de su casa, la cual tendremos que demoler”. Alí, en cuanto pueda, se irá de allí completando tres generaciones de desplazados.
Extrañamente, algunos gazatíes tienen internet que provee una empresa privada de comunicaciones en Gaza, muchas veces bombardeada y vuelta a arreglar. Como Israel siempre les ha cañoneado las plantas eléctricas, muchos tienen en casa panales solares. Gracias a eso Ali puede cargar su celular y conversar por videollamada. Mal que mal, él y su familia se las ingenian para bañarse con tachos: un vecino tiene pozo de agua y comparte. Pero no es potable: los gazatíes deben beber a diario agua mineral, que por supuesto escasea: una botella de un litro cuesta hasta 12 dólares. Un kilo de harina –un lujo mayor– se paga 100 dólares. El pan ha desaparecido. Y casi nadie cobra un sueldo en Gaza ni puede trabajar. Muchos reciben dinero digital de familiares en el exterior y así sobreviven. El que no, juega a la ruleta rusa yendo a algún remoto centro de “ayuda humanitaria” donde rara vez consiguen algo.
–Hoy tardé seis horas en hacer el desayuno; primero fui a comprar legumbres y esperé dos horas; busqué cartones y madera de muebles rotos, y un poco de agua para después encender el fuego. Solo se consiguen garbanzos y lentejas; no hay más verduras ni frutas, mucho menos carne; comemos gracias al dinero que nos mandan del exterior. Pero la mayoría no tiene esa suerte. No vamos a los pocos centros de “ayuda humanitaria” porque nos matan, son trampas para exterminarnos; somos animales para ellos, cucarachas, y la manera de decirnos “váyanse”, es fusilando a 50 o 90 personas; así de cruel es todo aquí. Ahí no hay combates de ningún tipo ni amenaza para los que reparten la comida, muchos de ellos norteamericanos que también disparan. La orden es matar para aterrorizarnos. Allí van muy pocas personas, tan desesperadas de hambre, que se arriesgan; aunque haya una probabilidad alta de que te mueras, y de que no consigas nada; un soldado israelí lo contó; dijo que la manera de comunicarse con la gente que se acercaba, era con disparos; disparan al cuerpo para decirles ´andate, no hay más comida´; esto de los centros de ayuda fue para decirle al mundo que nos están dando de comer, pero es falso; muchos han muerto de hambre en Gaza, incluyendo niños” –dice Alí en inglés y se queda sin palabras, aunque hasta hace un instante le sobraban.
–Israel les impide la salida a Egipto y por mar al Mediterráneo, incluso les han prohibido pescar. ¿Qué pretenden? ¿Expulsarlos? ¿Exterminarlos allí dentro?
–Es algo que no entendemos. Ellos tienen un acuerdo con Egipto, que tiene un gobierno pro EE.UU. No sale absolutamente nadie a Egipto desde fines de abril de 2024 e Israel controla esa salida, lo impide. Y Egipto no quiere que vayamos. Están demoliendo todo para que Gaza desaparezca. Ahora van a hacer campos de concentración como los nazis, donde nos piensan encerrar aún más en un pequeño sector que van a controlar ellos. Es evidente que nos quieren exterminar o expulsar, pero no saben cómo.
–¿Hay guerra en Gaza hoy? ¿Hay combate?
–No hay guerra ya: hay genocidio. No hay dos bandos enfrentados. Hamás ha desaparecido, los han matado a casi todos. Y no es cierto que esto es una guerra solo contra Hamás mientras el resto serían daños colaterales. Conozco una familia completa asesinada de un bombazo, uno de ellos amigo mío: ¡17 personas! Hay uno que era abogado y trabajaba en el Estado, pero eso no significa que fuese de Hamás, así como no todos los abogados argentinos que trabajan en el Estado son gente de Milei. Para matarlo a él, mataron a toda la familia, abuelos, padres e hijos; no quedó nadie, salvo una hermana que estaba casada y vivía en otra casa. Matan a quien se les antoja, eligen los objetivos por Inteligencia Artificial, ellos no están en el terreno cerca de las casas, no saben a quién están matando. Un vecino mío desplazado, volvió a su casa a buscar sábanas porque hacía frío. Fue con la esposa e hijos al barrio Talel Lava, que había sido vaciado. Él sintió un ruido y le dijo a la mujer, “espera acá”. Caminó media cuadra y le tiraron un misil. El cuerpo quedó ahí durante días y fue comido completamente por los perros. Ali Abdeshev se llamaba. Si no hay comida para la gente, imagínate para los animales: lo único que hay es cuerpos; entonces comen cuerpos. Entre mis amigos y familiares, ya han matado a 50 personas cercanas a mí. ¡50! Es lo que ya hicieron en el 1948: echaron a 750.000 palestinos. Y mataron también a muchos. Eso fue un plan de limpieza étnica. Hoy sigue.
–¿Cuál fue la sensación el 7 de octubre de 2023? ¿Qué apoyo tiene Hamas hoy?
–La mayoría de la población de Gaza es desplazada de 1948, que estuvo durante décadas bajo ataques y ocupación, Israel siempre controló Gaza. ¿Qué va a opinar un pueblo ocupado sobre el ocupante? Obviamente, quiere vengarse. Entonces, la gente cuando vio el 7 de octubre y todo lo que pasó, fue como un respiro, como que de repente, podías hacerle algo al que te golpeaba. Esa fue la sensación al principio. Después eso cambió cuando bajó toda la euforia, la gente empezó a darse cuenta que fue un gran error. Cada vez que se menciona el 7 de octubre, se dicen insultos; dicen “7 de octubre” y dicen un insulto, por todo lo que pasó: ya ni quieren escuchar la palabra “7 de octubre”. La gente votó a Hamás en 2005 porque con la Autoridad Palestina de la OLP había habido corrupción, entonces querían probar otra cosa. Y no había una tercera opción, la única era Hamas que hacía un buen trabajo asistencial en paralelo al gobierno. Pero cuando llegaron al poder, la gente vio que no era lo que estábamos buscando. Nadie de mi familia, ni remotamente, simpatiza con Hamás. Ni nadie que conozco, salvo alguna vez un conocido. Hamás perdió su popularidad rápidamente. Ahora nadie quiere seguir así, obviamente, nadie apoya a Hamás y mucha gente los ve como traidores, a quienes no les importa la gente. Hamás no existe más: como siempre, fueron y siguen siendo la excusa –apoyada económicamente por Israel en el pasado– para exterminarnos y expulsarnos.
–¿Se iría de Gaza?
–Sí, no lo dudaría ni un segundo, porque esto no es vida. Y yo quiero vivir y darle mejor vida a mis hijos. Yo no voy a poner nuestra vida en algo que no tiene futuro ni solución. Estamos así hace 80 años y cada vez es peor.
–¿Piensa que toda la población se iría?
–No sé si toda la población, pero supongo que la mayoría. Habrá alguno que esté dispuesto a morir por la causa palestina. Pero yo no. Para mí la vida humana es lo sagrado. No hay nada que pueda superar el valor de la vida.
Cortesía de Página 12
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