En Guadalajara, el jazz respira a través de rincones dispersos, impulsado más por la iniciativa de los músicos y promotores independientes que por una infraestructura establecida. Una de las voces que mejor conoce esta realidad es la de Sara Valenzuela, cantante, promotora cultural y periodista que, desde los años noventa, ha sido pieza clave para dar visibilidad a este género en la ciudad. Con ciclos como Jazz Alternativo Guadalajara y su programa radial especializado, Valenzuela ha documentado la escena y ha sido parte activa de su crecimiento.
“La ciudad ha cambiado mucho. Antes había muy pocos espacios para escuchar jazz y era fácil ubicarlos, aunque no fueran muchos”, recuerda en entrevista con EL INFORMADOR. “En los noventa estaba el Copenhague de avenida Revolución y el de Américas, donde tocaba Carlos de la Torre. Después llegó 1er Piso Jazz Club, que fue durante años el sitio donde sabías que siempre habría jazz. Ahora, los mismos grupos están creando sus propios espacios de difusión”.
Esa transformación ha llevado a que bares, cafés y restaurantes integren días dedicados al jazz en su programación, aunque no se trate de clubes especializados. Valenzuela menciona ejemplos como Cafetal 97, Lince Café Bar, Enora, Axno, Casa Mudra y Barba Negra. En ellos, los músicos adaptan formatos -desde dúos acústicos hasta tríos- para ajustarse a las condiciones técnicas de cada lugar. “Me parece interesante que, aunque no haya un sitio de jazz de tiempo completo, los grupos buscan canales para seguir mostrando lo que hacen. Y el público ya no lo percibe como mera música de fondo; ahora asiste a escuchar, con atención”, subraya.
Una escena más visible y diversa
Hace dos décadas, la visibilidad del jazz local era limitada. Hoy, según Valenzuela, hay una comunidad más nutrida y un público más habituado a apreciarlo. Esto se debe, en parte, a que las nuevas generaciones se acercan directamente al género, sin pasar antes por el rock, como sucedía con músicos de generaciones previas. “Ahora hay jóvenes que empiezan a explorar el jazz desde el principio. También cuentan con más herramientas: partituras en línea, programas para transcribir solos, grabaciones accesibles… Antes, conseguir un disco o un libro como The Real Book podía tomar meses”, explica.
Ese acceso ha acelerado el aprendizaje y ampliado las propuestas. En Guadalajara conviven proyectos enfocados en estándares clásicos, iniciativas de libre improvisación y composiciones originales. “Antes era más común que se reinterpretaran viejos estándares; ahora hay una propuesta original muy fuerte, no solo aquí, sino en todo México”, destaca.
Ejemplos de esa proyección internacional son Troker, con giras en distintos continentes, o San Juan Project, que llegó al Festival de Glastonbury. A nivel local, hay agrupaciones como Archie Salcedo Swing Quartet y músicos que participan en múltiples proyectos, como Armando Curiel, capaz de moverse entre el jazz latino, la improvisación libre y formatos híbridos como La Guíshi Funk.
“Antes, en el rock, era impensable tocar con otra banda que no fuera la tuya. Hoy, la colaboración es el pan de cada día y eso enriquece mucho a los músicos”, afirma Valenzuela.
El prejuicio y la oportunidad
Pese a la diversidad del género, Valenzuela percibe que persiste un prejuicio. “Sigue esa idea de que el jazz es aburrido y superintelectual. Claro, hay música muy cerebral y solos de 25 minutos, pero también hay propuestas muy accesibles. El jazz tiene una enorme variedad de estilos y hay para todos los gustos”.
Los festivales, según ella, serían la oportunidad ideal para mostrar esa amplitud. “Un festival es para escuchar cosas que quizá en otro contexto no buscarías. En otros países, el jazz se mezcla con electrónica o rock en un mismo cartel. Aquí casi no pasa. Cuando Kamasi Washington vino al Festival Coordenada, la respuesta fue increíble, pero fue una excepción”, señala.
LA CLAVE ES LA COLABORACIÓN
Un futuro que depende de la comunidad
Para Valenzuela, la fortaleza del jazz en Guadalajara radica en la autogestión y en la colaboración entre músicos y gestores. La escena actual, con sus limitaciones, sigue creciendo gracias a quienes insisten en crear espacios y mantener el interés del público. “Faltan apoyos y un lugar fijo que funcione como club de jazz todos los días. Pero la capacidad de adaptación y la pasión de los músicos han mantenido viva la escena. Eso es algo muy valioso”, concluye.
En los cafés de barrio, en patios de casas, en foros culturales y en escenarios improvisados, el jazz en Guadalajara sigue sonando. No siempre hay reflectores, pero sí hay una comunidad que escucha, toca y se organiza para que el género no pierda su latido. Y mientras figuras como Sara Valenzuela continúen tendiendo puentes entre músicos, espacios y públicos, el jazz tapatío seguirá encontrando maneras de reinventarse.
El reto de los festivales y los apoyos
Si bien la ciudad cuenta con una escena activa, Valenzuela lamenta la ausencia de un festival de jazz con continuidad. Entre 2004 y 2013, ella fue una de las impulsoras del Festival Tónica, que combinaba conciertos, talleres y actividades académicas. “Mostramos un abanico importante de jazz internacional, nacional y local, siempre mezclando propuestas. Pero era muy difícil conseguir presupuestos para sostenerlo”, recuerda.
Otros intentos han carecido de continuidad. “Me tocó organizar el que sería el primer festival de jazz en Guadalajara con apoyo institucional. Pregunté si al llamarlo así habría más ediciones y me dijeron que sí, pero no hubo ninguna otra. Ese es el problema: la falta de continuidad”, comenta.
Mientras ciudades como Xalapa o Morelia mantienen festivales anuales, Guadalajara ha visto esfuerzos aislados. El Conjunto Santander, por ejemplo, ha establecido una alianza para programar conciertos mensuales con el Lincoln Center, y empresarios independientes han traído figuras internacionales como Pat Metheny -que se presentará por primera vez en la ciudad el 20 de septiembre, en el Teatro Diana, a las 21:00 horas- y Snarky Puppy el 26 de septiembre, en C4 Concert House.
Sin embargo, las condiciones para los promotores no siempre son favorables. “En Buenos Aires, los boletos para Metheny se agotaron en dos horas; en Guadalajara, la venta va lenta. Es un público raro, sobre todo en preventa. Y entiendo al empresario: traer artistas internacionales es caro y complicado en trámites. Por eso muchos se van a lo seguro y apuestan por México y Monterrey”, explica.
Cortesía de El Informador
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