Las 5 Cs del cuidado primordial: de la continuidad a la complejidad

En México, hablar de continuidad en salud es recordar una promesa incumplida. Durante décadas, los sistemas fragmentados y las reformas parciales han interrumpido los vínculos entre personas, servicios y niveles de atención. En el sector público, la experiencia de un paciente suele comenzar y terminar en cada consulta, como si cada episodio existiera aislado del anterior. Frente a ese escenario, recuperar la idea de continuidad no es un asunto técnico: es una cuestión estructural.

La continuidad es el hilo invisible que sostiene el cuidado a lo largo del curso de vida. No se trata de visitas sucesivas ni de expedientes compartidos, sino de una relación que acompaña, orienta y reconoce. Es un principio que permite pasar de un sistema que “atiende enfermedades” a uno que “cuida la salud de personas, familias y comunidades”. De ahí surge la propuesta de repensarla a partir de las cinco Cs del cuidado primordial.

Hace más de tres décadas, Jenny L. Haggerty y su equipo propusieron que la continuidad debía entenderse como un atributo esencial del cuidado primordial, es decir, de ese nivel cercano a la vida cotidiana donde se construyen los cimientos de la salud (Haggerty et al., 2003). El término cuidado primordial —a diferencia del clásico “atención primaria”— enfatiza la dimensión humana y ética del acompañamiento: cuidar no es solo atender, sino sostener vínculos, reconocer contextos y promover salud antes de que aparezca la enfermedad.

El marco conceptual de Haggerty distingue tres dimensiones, conocidas como las tres Cs de la continuidad.

  • Continuidad informacional: la seguridad de que la historia clínica, los resultados de laboratorio y los planes de cuidado acompañen a la persona en cada contacto con el sistema. Es decir, siempre el mismo expediente y no reiniciar el expediente con cualquier proveedor.
  • Continuidad relacional: el vínculo estable con un profesional o un equipo que conoce a la persona, su familia y su comunidad, y que construye confianza a lo largo del tiempo.
  • Continuidad de la gestión: la coherencia entre los distintos proveedores y niveles de atención, garantizando referencia y contrarreferencia.

Estas dimensiones no son un lujo académico. En múltiples países se ha demostrado que fortalecer la continuidad en sus tres formas mejora el control de enfermedades crónicas, reduce hospitalizaciones evitables y aumenta la satisfacción de los usuarios (Freeman & Hughes, 2010). La continuidad, en este sentido, no es un complemento, sino una de las mejores inversiones en salud.

A la solidez analítica del modelo de Haggerty, la tradición médica mexicana aporta una dimensión ética que lo complementa y enriquece. Ignacio Chávez, uno de los médicos más influyentes del siglo XX – presentó en su discurso como miembro fundador del Colegio Nacional en 1943- que la relación entre médico y paciente debía fundarse en dos principios: confianza y compromiso. No hablaba de protocolos ni de métricas, sino de una ética del encuentro humano.

Hoy, esa visión puede actualizarse. Ya no se trata solo de la relación médico-paciente, sino de la relación entre profesionales de la salud y personas, familias y comunidades. La confianza no surge de la entrega de una receta, sino de la certeza de que habrá alguien que acompañe de forma estable, que escuche y que conozca la historia de vida del paciente. El compromiso tampoco se agota en cumplir normas administrativas: es la decisión de no abandonar, de asumir la responsabilidad de la salud de otros como parte de la propia vocación.

Al articular la propuesta de Haggerty con la inspiración de Chávez, podemos hablar de las 5 Cs del cuidado primordial: continuidad informacional, continuidad relacional, continuidad de la gestión, confianza y compromiso. Este marco no solo amplía la noción de continuidad, sino que le devuelve densidad y sentido en un contexto donde a menudo se vacía en la retórica política o en la contabilidad logística. Una transición necesaria consiste en reconocer que la continuidad no se reduce a la técnica, sino que requiere una base moral compartida. Cuidar, en este sentido, es una práctica que combina conocimiento, tiempo y vínculo.

La continuidad que empieza en la salud

Un error frecuente es pensar la continuidad desde la enfermedad: el niño con fiebre, la mujer con neumonía, el adulto con hipertensión. La auténtica continuidad comienza en la salud de las personas: en la vacunación oportuna, en el seguimiento de niños y niñas sanos, en el cuidado prenatal durante el embarazo y posnatal (al menos un año de la madre, y dos años en los recién nacidos), en la educación alimentaria y en la prevención comunitaria.

Hace más de treinta años, Barbara Starfield planteó que los sistemas de salud debían organizarse en torno a un nivel cercano a la vida cotidiana, donde la continuidad se construyera a lo largo del curso de vida (Starfield, 1992). Esa idea, formulada en el marco de la atención primaria, hoy puede resignificarse como un llamado al cuidado primordial, porque justamente ahí se juega la posibilidad de acompañar a las personas antes de que aparezcan la enfermedad y la crisis.

En México, los quiebres más graves de la continuidad no provienen solo del desabasto, sino de la falta de equipos de cabecera estables, la rotación de médicos eventuales, las contrataciones precarias del personal de salud, la ausencia de interoperabilidad en los expedientes clínicos y la debilidad de los mecanismos de contrarreferencia. El ciclo reproductivo ilustra bien esta falla: mientras el cuidado prenatal ha alcanzado coberturas amplias, el seguimiento posnatal sigue siendo fragmentario o inexistente. La continuidad se corta justo en el momento más vulnerable, cuando madres e hijos requieren acompañamiento sostenido.

En los últimos años han surgido esfuerzos para medir y comprender la continuidad en México. Se han desarrollado instrumentos que evalúan la coordinación entre niveles asistenciales en enfermedades crónicas, destacando la importancia del flujo de información y de la referencia efectiva. También se ha señalado que la continuidad debe considerarse un indicador de calidad, pues refleja la experiencia de las personas en su tránsito por el sistema (González, 2024).

En América Latina, países como Brasil y Chile han mostrado que fortalecer la continuidad en sus tres dimensiones clásicas mejora el control de hipertensión y diabetes, reduce hospitalizaciones evitables y aumenta la satisfacción de los usuarios (Freeman & Hughes, 2010). Estas experiencias confirman que invertir en continuidad es invertir en resultados.

Sin embargo, la dimensión relacional —el vínculo de confianza y compromiso entre personas y equipos de salud— sigue siendo la menos explorada y la más frágil. Esto ocurre no por falta de evidencia, sino por condiciones estructurales: alta rotación de personal, contratos temporales, permisos sindicales, ausencia de incentivos para el acompañamiento longitudinal y sobrecarga asistencial. La continuidad relacional exige estabilidad laboral, tiempo y empatía, tres recursos escasos en la práctica cotidiana.

Recuperar la riqueza de la continuidad

La continuidad del cuidado es demasiado valiosa para confundirse con la logística o el cumplimiento de metas administrativas. Asegurar el abasto de medicamentos es necesario, pero no suficiente. Los tratamientos pueden llegar a tiempo y, sin embargo, el cuidado seguir roto si la información no fluye, si el vínculo se interrumpe o si la responsabilidad se diluye entre niveles de atención.

Reconocer avances en cobertura o en infraestructura es legítimo, pero confundirlos con continuidad empobrece un principio central del cuidado primordial. La continuidad no se mide en consultas ni en protocolos: se mide en confianza, coherencia y presencia sostenida. Recuperar su riqueza implica entender que cuidar no es atender sucesos aislados, sino acompañar trayectorias de vida. Las cinco Cs —continuidad informacional, relacional y de gestión; confianza y compromiso— ofrecen una guía para hacerlo. Son un mapa de ruta operativo que orienta tanto el diseño institucional como la práctica cotidiana.

La continuidad no se decreta, se construye. Y para construirla, México necesita algo más que estructuras o reformas; requiere relaciones estables, memoria institucional y una actitud de acompañamiento. Si el sistema de salud logra hacer suyas las cinco Cs, la continuidad dejará de ser una promesa incompleta y se convertirá en la base de un cuidado primordial con sentido, capaz de sostener a las personas, familias y comunidades a lo largo de su vida. Ese sería, quizá, el indicador más profundo de una reforma verdadera y no la cantidad de atenciones registradas.

5 Cs: un paso firme a la complejidad

Las 5 Cs no una forma de pensar la salud desde la complejidad. Cada una representa una dimensión interdependiente del cuidado y, al entrelazarse, configuran un sistema capaz de aprender y adaptarse. La continuidad informacional traduce la complejidad cognitiva: permite que el conocimiento circule, se transforme y dé sentido a los datos. La continuidad relacional expresa la complejidad afectiva, esa trama de vínculos que hace posible reconocer al otro como sujeto, no como caso. La continuidad de la gestión encarna la complejidad organizacional, el arte de coordinar sin imponer, de mantener la coherencia en medio de la diversidad de actores y niveles.

Sobre esas tres dimensiones se asientan dos fuerzas invisibles que las sostienen: la confianza y el compromiso. La primera es la forma en que la complejidad se hace intersubjetiva, el hilo que une a las personas y les permite cooperar incluso en la incertidumbre. El segundo es su expresión ética, el punto donde el cuidado se convierte en conciencia y responsabilidad compartida.

En conjunto, las 5 Cs son operadores de complejidad: transforman la atención en red de relaciones, el conocimiento en diálogo y la gestión en aprendizaje. Implican pasar del paradigma del control al del cuidado interdependiente, donde la salud deja de ser un servicio fragmentado y se revela como propiedad emergente del sistema social. Pensar la continuidad desde este horizonte es reconocer que el cuidado no se administra, sucede. En ese sentido, las 5 Cs marcan un paso firme de la retórica de la fragmentación hacia una ética de la conexión.

Referencias Recomendadas

  • Freeman, G., & Hughes, J. (2010). Continuity of care and the patient experience. The King’s Fund.
  • González, M. E. A. (2024). La continuidad en la atención médica como factor de calidad. Revista CONAMED.
  • Haggerty, J. L., Reid, R. J., Freeman, G. K., Starfield, B. H., Adair, C. E., & McKendry, R. (2003). Continuity of care: a multidisciplinary review. BMJ, 327(7425), 1219–1221. https://doi.org/10.1136/bmj.327.7425.1219
  • Starfield, B. (1992). Primary care: concept, evaluation, and policy. Oxford University Press.

*Profesor Titular del Dpto. de Salud Pública, Facultad de Medicina, UNAM y Profesor Emérito del Dpto. de Ciencias de la Medición de la Salud, Universidad de Washington.

Las opiniones vertidas en este artículo no representan la posición de las instituciones en donde trabaja el autor.

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Cortesía de El Economista



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