En los cruceros que navegan hacia el sur extremo del planeta, es habitual que los turistas se queden boquiabiertos al contemplar ballenas surcando las aguas frías o pingüinos deslizándose por la nieve. Sin embargo, pocos piensan en lo que ocurre bajo sus pies, a decenas de metros de profundidad, cuando el barco lanza su ancla al fondo marino. Lo que parece una simple maniobra técnica es, en realidad, un gesto de consecuencias devastadoras para algunos de los ecosistemas más antiguos y frágiles del planeta.
Un nuevo estudio publicado en Frontiers in Conservation Science ha documentado por primera vez los efectos que las anclas de barcos están provocando en el lecho marino de la Antártida. Los investigadores grabaron imágenes en 4K de zonas arrasadas por el anclaje, en las que la biodiversidad había sido prácticamente eliminada, revelando un problema invisible y hasta ahora desatendido.
Primeras pruebas visuales del impacto humano
A lo largo de la temporada austral 2022–2023, los investigadores realizaron 36 grabaciones submarinas en lugares como la península Antártica, el mar de Weddell y la isla Georgia del Sur. Usaron cámaras instaladas en barcos turísticos para aprovechar su trayectoria sin interferir en la actividad normal. El objetivo: observar directamente el fondo marino mientras los barcos estaban fondeados o a la deriva.
Las imágenes obtenidas son tan impactantes como inéditas. Se documentaron surcos y estrías producidos por cadenas de anclaje, zonas de sedimento removido y colonias de esponjas completamente aplastadas. La comparación con áreas cercanas no afectadas mostró una clara disminución de fauna bentónica en las zonas dañadas, en contraste con comunidades marinas activas y diversas a pocos metros de distancia .
En particular, se identificaron daños en el puerto Yankee, donde una colonia de esponjas cactus (probablemente Dendrilla antarctica) aparecía destruida. También se observó la redeposición de sedimentos fangosos, un signo inequívoco del paso reciente de una cadena de ancla arrastrada por el lecho.

Una biodiversidad milenaria amenazada
El ecosistema antártico se caracteriza por una biodiversidad única y extraordinariamente longeva. En las grabaciones se identificaron ejemplares de la esponja volcánica gigante (Anoxycalyx joubini), un organismo que puede alcanzar hasta dos metros de altura y vivir más de 15.000 años. Estos animales, considerados los más longevos del planeta, fueron hallados apenas a metros del área dañada, lo que evidencia el riesgo extremo al que están sometidos .
Estos organismos no solo son longevos, sino también vitales para el equilibrio del ecosistema. Filtran enormes cantidades de agua, contribuyen al secuestro de carbono y sirven de refugio y alimento para otras especies. Al afectar su integridad, se altera toda la red ecológica que los rodea, incluidos peces, estrellas de mar, cefalópodos y organismos invertebrados que dependen de ellos .
En palabras de los autores, “los organismos bentónicos antárticos son vulnerables al daño de anclas debido a su naturaleza sésil, de crecimiento lento y vida prolongada”. Esta vulnerabilidad, combinada con la falta de protección regulatoria en muchas zonas, crea un escenario alarmante.

Una actividad en expansión sin control claro
En la temporada 2022–2023, se contabilizaron más de 70.000 visitantes a bordo de 70 barcos turísticos, además de otros 52 buques de investigación y varias decenas de yates privados. Muchos de estos barcos operan en zonas costeras poco profundas, las más susceptibles al anclaje, sin que exista un registro público del número exacto de fondeos realizados .
El estudio incorporó datos del Sistema de Identificación Automática (AIS) para rastrear la actividad de ocho barcos durante un mes en el puerto Yankee. El análisis mostró que cada fondeo de barco puede implicar entre 150 y 200 metros de cadena sobre el fondo marino. Solo en marzo de 2023, se estima que al menos 1.600 metros de fondo fueron directamente afectados por cadenas .
Este tipo de daño es acumulativo y poco reversible. Las marcas en el sedimento pueden permanecer visibles durante años y, en aguas frías como las de la Antártida, el tiempo de recuperación puede superar con facilidad el siglo. Algunas áreas marinas no han mostrado señales de recuperación 77 años después de un evento de perturbación mecánica, según estudios previos citados por los autores.

Soluciones técnicas y urgentes
Frente a esta situación, los autores proponen una serie de medidas concretas para mitigar el daño ambiental. Entre ellas destaca la creación de una base de datos pública de fondeos, el uso extendido de sistemas de posicionamiento dinámico (DPS) que evitan el uso de anclas, y la instalación de puntos de amarre fijos en las zonas más frecuentadas por barcos turísticos.
Además, recomiendan establecer zonas prohibidas al anclaje en hábitats especialmente vulnerables, como los fondos ricos en biodiversidad o con presencia de especies emblemáticas. También se sugiere limitar los fondeos a situaciones estrictamente necesarias, evitando su uso durante paradas cortas de pocas horas.
Aunque muchas de estas tecnologías ya existen, su implementación en la Antártida requiere coordinación entre agencias internacionales, operadores turísticos y autoridades científicas. Actualmente, la falta de normativas específicas deja un vacío legal que permite que los fondeos se realicen sin controles efectivos.
Un problema invisible que necesita visibilidad
La comparación entre el anclaje y la pesca de arrastre no es una exageración. Ambas actividades provocan daños físicos directos sobre el lecho marino, y el anclaje representa “una de las amenazas más ignoradas para la conservación oceánica”, en palabras textuales del artículo: “el anclaje es probablemente el problema más ignorado de conservación oceánica en términos de perturbación del fondo marino global; está al nivel de los daños provocados por la pesca de arrastre” .
Que el problema sea invisible a simple vista no significa que sea menor. De hecho, su invisibilidad puede hacer que se perpetúe sin generar la atención mediática o política que sí reciben otras amenazas más visibles. La Antártida, uno de los últimos espacios realmente prístinos del planeta, no puede seguir siendo el basurero silencioso de una actividad turística que presume de ser ecológica.
Referencias
- Mulrennan M, Graham M, Herbig J y Watson SJ (2025). Anchor and chain damage to seafloor habitats in Antarctica: first observations. Frontiers in Conservation Science. https://doi.org/10.3389/fcosc.2025.1500652.
Cortesía de Muy Interesante
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