Las fronteras y los límites de Europa

No es un problema nuevo que Europa no logre traducir la geografía en unidad política. Se le atribuye al secretario de Estado Henry Kissinger la burla “¿a quién llamo para hablar con Europa?”. Hoy, aquella antigua cacofonía se agrava, además, por la deserción estadounidense.

En días recientes, la OTAN sufrió la violación más seria a sus fronteras desde su fundación en 1949. Decenas de drones ingresaron al espacio aéreo polaco desde Bielorrusia y, pocos días después, tres aviones de combate rusos violaron el espacio aéreo de Estonia. Lo anterior se suma a la celebración de ejercicios militares conjuntos entre Rusia y Bielorrusia a mediados de septiembre. El primer ministro Donald Tusk polaco sostuvo que se trataba de “lo más cercano a un conflicto abierto desde la Segunda Guerra Mundial” e invocó el artículo 4 de la OTAN para iniciar consultas con los demás miembros.

En el marco de la 80.ª sesión de Naciones Unidas, el Consejo de Seguridad también tiene agendado reunirse para atender las nuevas agresiones rusas. La tendencia es clara: el repliegue de Estados Unidos dentro de sus propias alianzas ha permitido al Kremlin aumentar ataques, y las recientes provocaciones están planteadas para mostrar cómo algunos países europeos se rehúsan a proteger sus propias estructuras de seguridad.

La guerra ya ha profundizado las discrepancias dentro de la alianza. Mark Rutte, secretario general de la OTAN, exigió a Rusia “dejar de violar el espacio aéreo aliado”, pero también anunció investigaciones para clarificar si, en efecto, estas fueron incursiones deliberadas, dejando margen para la inacción. En su momento, la guerra fortaleció la OTAN con la incorporación de Suecia y Finlandia y un incremento en los presupuestos de defensa. Sin embargo, también han sido dañinos los repetidos titubeos para reaccionar ante tantas hostilidades rusas como el sabotaje de telecomunicaciones, asesinatos políticos o la interferencia en elecciones.

Rusia continúa provocando para evidenciar las debilidades y amplificar las divisiones políticas en Europa. Cuando el Kremlin, cínicamente, niega la intencionalidad en las incursiones de las semanas recientes, Europa limita la contundencia de su respuesta y transmite la percepción de impotencia que Rusia busca y necesita.

Putin tiene que insistir una idea fundamental para la sobrevivencia de su régimen: Occidente es un concepto decadente y, sobre todo, inútil, en donde las alianzas no son tal cosa, sino grupos de países que ni siquiera están dispuestos a disponer de sus propios instrumentos. Más grave aún, las artimañas de Putin no son solo para Europa, sino mensajes para Ucrania que pretenden proyectar soledad: si Europa no responde frente a violaciones en su propio territorio, significa que Ucrania está sola.

De EE. UU., Europa debería aprender que la ambigüedad es el resultado que busca Putin. Rusia no puede ganar la guerra únicamente militarmente; necesita un elemento psicológico de desconfianza dentro de Occidente.

También queda claro que Putin necesita a la actual administración en EE. UU. Mientras los aviones rusos violaban el espacio aéreo de Estonia, Trump presumía como “en realidad, estamos ganando dinero con la guerra entre Rusia y Ucrania”. Rusia ya no tiene que preocuparse por el miembro más importante de la OTAN: sin la ayuda de EE. UU. y el abandono de mayores sanciones económicas y la insistencia en un cese al fuego, Putin ahora puede centrar su atención en Europa. Ojalá Europa pueda enfocarse con la misma seriedad en Rusia.

*El autor es abogado especializado en derecho internacional y diplomacia. Maestro en asuntos exteriores y seguridad internacional. Asociado e Integrante de la Unidad de Estudio y Reflexión del conflicto Rusia-Ucrania en COMEXI. @EmPoloA

Cortesía de El Economista



Dejanos un comentario: