Fuente de la imagen, Bob Kull
-
- Autor, Ronald Alexander Ávila-Claudio y el equipo de BBC Outlook
- Título del autor, BBC News Mundo
El frío y la humedad eran extremos. Alrededor de la cabaña de madera contrachapada y lonas de plástico, solo había kilómetros y kilómetros de árboles, rocas, algunos animales y el mar.
Ni una sola persona, mucho menos un hospital o clínica dental.
Pero Bob Kull necesitaba sacarse un diente en el que tenía un doloroso absceso.
Pensó en llamar al ejército con el teléfono satelital que había llevado consigo. No obstante, la ayuda no llegaría rápido y además habría significado el fin de su misión: vivir un año en soledad en la Patagonia chilena.
Decidió escribirle un correo electrónico a su contacto de emergencia, su amiga Patty, quien por casualidad era enfermera. La respuesta fue tajante:
“Me dijo que amarrara una cuerda a mi diente y el otro lado a una puerta, la cerrara con fuerza y continuara con mi vida. Y añadió que ‘las personas se han sacado dientes por sí solas durante siglos. Resuélvelo'”.
Aunque Patty estaba preocupada, su mensaje buscaba motivar a Kull a continuar su viaje.
La cabaña no tenía una puerta pesada que pudiera usar, así que el hombre intentó hacer lo mismo pero atando el hilo a una roca. El miedo al dolor no le permitió lanzarla.
“Lo que hice fue atar el extremo de la cuerda a la pata de la mesa, clavada al suelo, y simplemente me saqué el diente con los músculos del cuello. Me dolió mucho más pensarlo que hacerlo”, indica.

Fuente de la imagen, Bob Kull
Era el año 2001 y el estadounidense cursaba un doctorado en la Universidad de British Columbia, en Canadá.
Como parte de su disertación, viajó hasta un remoto archipiélago chileno para investigar cómo es vivir en aislamiento en medio del clima extremo.
Su estancia en soledad estuvo llena de metáforas, como la del diente enfermo. Por supuesto, no exhorta a la gente a realizarse procedimientos médicos por sí misma, pero para él, la situación le mostró cómo muchas veces ignoramos nuestro potencial.
“Cuando pasan estas cosas, una parte de ti siempre piensa: ‘Necesito estar cerca de un dentista o estar cerca de otras personas'”, señala.
Muchas personas, afirma, temen a la soledad.
“Porque uno de los retos de la soledad es que te obliga a enfrentar lo que ignoras”. comenta.
Sin embargo, para él fue un proceso de aprendizaje y así se lo contó al programa Outlook de la BBC.
Un niño que busca su espacio
Kull, quien en la actualidad tiene 79 años, creció en la pobreza en una zona rural del sur de California.
Su cama estaba en un pasillo de su casa, así que no tenía privacidad. Aunque no describe maltratos, afirma que sus padres lo juzgaban de forma constante. Lo único que unía a su familia era el amor por la naturaleza.
“Todos los domingos de verano, en las tardes, hacíamos picnics. Eso era lo que nos mantenía unidos”, señala.
De ahí también nació su interés y búsqueda constante de la soledad.
“En cierto modo, mi infancia fue idílica, pero yo no entendía esto en absoluto. Solo sentía que había algo mal en mí. Así que cruzar la carretera, trepar la cerca de alambre de púas y desaparecer en un bosque de árboles, pastizales y un arroyo, y simplemente estar solo, era una gran bendición para mí”, comenta.
Y agrega: “Era el único lugar donde podía relajarme y ser quien realmente soy. Creo que ahí fue donde comenzó este amor por estar solo en el mundo no humano”.
Una vez adulto, dejó su casa en cuanto pudo. Luego de viajar por EE.UU., se mudó a Canadá para evitar ser reclutado para la Guerra de Vietnam.
Allí tuvo múltiples trabajos: en un cuerpo de bomberos, en un aserradero, en mantenimiento, en construcción e incluso tomó un curso de fotografía durante dos años.
También vivió una crisis existencial.
“Me había convertido en un hombre machista, que se emborrachaba en los bares y dañaba todo lo que sus manos tocaban”, dice.
“Sentía algo vacío, mi vida simplemente estaba vacía. Necesitaba pasar tiempo conmigo mismo”, agrega.

Fuente de la imagen, Bob Kull
Entonces decidió pasar su primer periodo largo en soledad, en medio de la naturaleza del norte de Canadá.
Durante tres meses, pescó y cazó en un bosque de la provincia de la Columbia Británica. Y uno de esos días, cerca de una playa, vio las huellas de un oso. Su aventura se convirtió en una experiencia aterradora.
Ahora debía enfrentar su miedo o regresar a la vida en sociedad. Se decidió por lo primero.
“Una noche, dejé atrás la fogata, caminé hacia el bosque y me acosté en el suelo en medio de la oscuridad. Estuve allí durante un tiempo y escuché a un oso venir hacia mí. Me asusté, estuve al borde del pánico”, cuenta.
Se quedó inmóvil, porque ante la presencia de un animal salvaje, cualquier paso en falso podría haber significado la muerte.
Sin ningún propósito, porque no tenía a nadie cerca, empezó a pedir ayuda. Y entonces se rindió: “Si un oso necesita comerme, que así sea”.
La experiencia marcó profundamente su vida. El oso nunca llegó y hasta hoy no sabe si fue real, pero entendió que había logrado algo esencial: una rendición espiritual que lo conectó con algo más grande que él.
“Tenía la fantasía de que así sería mi vida, llena de luz y asombro. Esto era lo que había estado buscando: una sensación de presencia espiritual”, sostiene.
Estudiarse a sí mismo
Luego de esta experiencia en la naturaleza, Kull continuó viajando y hasta llegó a ofrecer un curso de vela y buceo en República Dominicana.
Más adelante, fue atropellado por un conductor ebrio, pasó un año en un hospital en Montreal y sufrió la amputación de una pierna.
Esta dolorosa vivencia lo llevó a estudiar biología, medioambiente y psicología en la Universidad de McGill a los 40 años. En el doctorado, dio un giro a sus intereses, y en vez de estudiar el mundo que le rodeaba comenzó a analizarse a sí mismo.
“Me di cuenta de que el animal que realmente quería estudiar era a mí mismo”, señala.
Surgió la idea de la Última Esperanza, un archipiélago en el sur de Chile lejos no solo de los turistas, sino de la gente en general. Un lugar, como le advirtió el gobierno del país sudamericano, “feroz y extremo”.

Fuente de la imagen, Bob Kull
“Les dije a los chilenos que yo conocía el frío, había vivido en el oeste de Vancouver en Canadá”, dice Kull. “Pero realmente no tenía ni idea de qué es el clima frío. Ese lugar en Chile era el más ventoso sobre la Tierra”, añade.
La Armada chilena lo ayudó a llegar con todo su equipo y se estableció en una pequeña isla que ni siquiera tenía nombre. No había nadie a decenas de kilómetros de distancia.
Llevó consigo una larga lista de materiales: comida, herramientas de construcción, una caña de pescar, un kayak y un bote inflable, propano, estufa y equipos de comunicación.
Y, además, un gato que le ayudaría a identificar si su pesca se mantenía fresca, pero que se convirtió en el acompañante mimado de Kull, para quien atraparía mariscos y cuidaría de las inclemencias del sur del mundo.
Los primeros meses fueron abrumadores.
Dormía en una tienda de campaña que una noche quedó inundada por la marea, obligándolo a mover todas sus cosas y posteriormente a construir con sus propias manos una cabaña elevada sobre postes para evitar el suelo húmedo.
“Mi plan era grapar las lonas, llevé 2.000 grapas, pero eran del tamaño equivocado. Tuve que clavarlas una por una con un martillo, con mis dedos agrietados por el frío. No paraba de martillarme y maldecir”, comenta.
En su hogar improvisado, Kull podía enfrentar un poco mejor la dura Patagonia.
De quien no pudo escapar dentro de aquellas paredes de lona fue de sí mismo.

Fuente de la imagen, Bob Kull
¿Qué se aprende de la soledad?
El viento fuerte y la humedad estropeaban la caseta de madera y lona, así que Kull pasaba los días ocupado con reparaciones.
“Simplemente, vivía día a día, aunque estaba bastante ocupado, porque siempre había que hacer reparaciones. Pero más allá de eso, también tenía que ir a pescar, buscar leña con la motosierra, cortar esa madera para el fuego”, relata.
También siguió con su práctica de meditación en horarios establecidos.
“Los domingos eran mis días de descanso. En ese momento de la semana no hacía nada estructurado, ni siquiera meditar o algún quehacer, solo estaba allí”, añade.
Precisamente, ese momento de la semana era “el más difícil”.
Kull pensó que durante su año en la Patagonia se sentiría como en esos tres meses que pasó en el bosque canadiense, “entretejido” con el mundo.
Y sí que había momentos así. Pero luego, sobre todo los domingos, caía “en una profunda depresión, ira, sensación de soledad y enajenación”, comenta.
Sin embargo, la soledad, además de ayudarle a descubrir su potencial, como pasó luego de sacarse el diente, o a entregarse al momento, como ocurrió en el bosque de Canadá, también le regaló una tercera gran enseñanza: la aceptación.

Fuente de la imagen, Bob Kull
“Creo que la lección más importante que aprendí fue la ecuanimidad, aceptar las cosas tal y como son”, describe.
Esta idea le llegó mientras visitaba un glaciar que había visto en sus mapas de la Patagonia. Estaba aún más aislado, lejos de su pequeña cabaña y del gato que le acompañaba.
“De la misma manera que no puedo controlar el clima exterior, pero puedo aprender a vivir con él y no sentirme tan mal cuando hace frío o lluvia, ocurre con el clima interior”, afirma Kull.
“A veces adentro hace sol y calor, y a veces hay niebla y a veces hay tormenta”.
“Parece una tontería, ¿verdad? La afirmación de que las cosas son como son, es tan básica. Y, sin embargo, dedicamos muchísimo tiempo y energía a negar la realidad, a negar que las cosas sean como son. O a luchar contra la realidad”, continúa.

Fuente de la imagen, Bob Kull
Kull pasó un año y pico en la Patagonia, hasta que su amiga Patty llegó con la Armada chilena a buscarle.
Asegura que ya estaba acostumbrado a la soledad, y que no tenía prisa por finalizar su aventura.
“Cuando el barco de la Marina vino a buscarme, Patty estaba conmigo, pero me fui hacia la popa y simplemente me senté y observé cómo la isla desaparecía en la distancia”, recuerda.
Comenta que para él, Última Esperanza se había convertido en un “hogar”.
En la actualidad vive en Vancouver, Canadá. Aún tiene momentos de entera soledad.
“Aún pasó un mes acampando solo. Conduzco hacia el norte y luego le pago a un piloto para que me lleve a un lago remoto con su hidroavión y me deje allí”, señala.
¿Dónde queda este lago? Se niega a decirlo.
No quiere que nadie interrumpa su soledad.
La entrevista original a Bob Kull la realizó el programa Outlook de la BBC. Puedes escuchar la versión en inglés aquí. La historia fue adapatada a texto por Ronald Alexander Ávila-Claudio.

Suscríbete aquí a nuestro nuevo newsletter para recibir cada viernes una selección de nuestro mejor contenido de la semana.
Y recuerda que puedes recibir notificaciones en nuestra app. Descarga la última versión y actívalas.
Cortesía de BBC Noticias
Dejanos un comentario: