Durante la Segunda Guerra Mundial, el papel de las mujeres japonesas se articuló en torno a la obediencia, la abnegación y el sacrificio silencioso. Su rol, si bien esencial para el funcionamiento del aparato bélico del Imperio, se moldeó a partir de una ideología nacionalista que supeditaba su existencia a la del Estado. Esta participación, invisibilizada durante décadas, fue instrumentalizada tanto por el gobierno imperial como por las narrativas históricas posteriores. El deber del silencio no fue una opción, sino una imposición institucionalizada.
Analizamos cómo se construyó ese silencio, qué formas adoptó la participación femenina en el esfuerzo de guerra y cómo las mujeres japonesas vivieron, resistieron o interiorizaron esa obligación de callar. Esta experiencia de silencio se dio en distintos contextos: el frente doméstico, el discurso propagandístico y el reclutamiento laboral y sexual.
El ideal femenino en el Japón imperial: madres del imperio
La propaganda nacionalista japonesa exaltaba una imagen femenina basada en la maternidad y la sumisión. Inspirado en los valores del shintoísmo y en una lectura patriarcal del bushidō, el régimen militar impulsó un modelo de mujer que debía ser “buena esposa y sabia madre” (ryōsai kenbo). Esta figura encarnaba las virtudes de la devoción, la obediencia y el sacrificio por el bien común.
Durante la guerra, este ideal se transformó en una herramienta de movilización. Las mujeres debían apoyar al país no solo criando futuros soldados, sino también participando de manera activa en la producción industrial y en actividades de asistencia social. Aun así, la retórica oficial insistía en que su intervención no debía romper con su feminidad tradicional, sino que debía reafirmarla. Esto generó una contradicción fundamental entre el rol simbólico y la función práctica que se les exigía.

El frente interno: trabajo, disciplina y lealtad
Con la intensificación del conflicto, sobre todo tras el ataque a Pearl Harbor en 1941, el Estado japonés institucionalizó el trabajo femenino a través del Servicio Voluntario de Mujeres (Joshi Teishintai). Bajo esta denominación, se ocultaba un sistema de reclutamiento forzoso que exigía a miles de mujeres, muchas menores de edad, abandonar sus hogares para trabajar en fábricas militares y arsenales.
Estas mujeres producían uniformes, armas, municiones y componentes para aviones, en condiciones extremas de explotación. Sin embargo, el discurso oficial describía su labor como un acto de patriotismo que exaltaba su entrega como un deber moral. La disciplina laboral se entrelazaba con la vigilancia ideológica, reforzada por la Asociación de Mujeres del Gran Japón, que promovía valores ultranacionalistas y denunciaba cualquier desviación del ideal patriótico.
El silencio forzado: las mujeres de consuelo
Uno de los capítulos más oscuros y silenciados de la historia japonesa es el de las llamadas “mujeres de consuelo” (ianfu). Decenas de miles de mujeres, sobre todo coreanas, chinas, filipinas e indonesias, fueron secuestradas o engañadas para servir como esclavas sexuales del ejército imperial. El gobierno japonés, con la colaboración del mando militar, organizó este sistema que funcionó en campos de batalla, bases y zonas ocupadas.
Pese a su carácter sistemático, las autoridades japonesas negaron esta realidad durante décad . Las víctimas, estigmatizadas y marcadas por el trauma, permanecieron en silencio mucho tiempo. No fue hasta los años 90 cuando algunas de ellas comenzaron a alzar la voz, exigiendo justicia y reconocimiento histórico. Incluso entonces, la respuesta tanto institucional como social osciló entre la negación, la minimización de los hechos y la omisión.

El cine, la radio y la prensa fueron claves para configurar una imagen heroica y dócil de la mujer japonesa durante la guerra. Se representaba a las mujeres como ángeles del hogar o como heroínas del trabajo, siempre entregadas a la causa del emperador. Estas narrativas reforzaban la idea de que la mujer debía cumplir su papel sin quejarse, sin exigir, sin hablar.
El control estatal sobre los medios garantizaba que la representación de “lo femenino” fuese uniforme. Incluso las artistas, actrices y escritoras debían adaptarse a este modelo si no querían convertirse en víctimas de la censura. La literatura femenina de la época evitó toda crítica directa al régimen. Por el contrario, se centró en temas como la nostalgia, la maternidad o el sufrimiento íntimo, pero sin cuestionar el orden establecido. Así, la exaltación del silencio como virtud femenina se convirtió en un dispositivo de control social, que persistió incluso después del fin del conflicto.
La posguerra: reconstrucción y amnesia
Tras la rendición de Japón en agosto de 1945, las prioridades del país se centraron en la reconstrucción económica y en la integración al bloque occidental. En ese contexto, las experiencias femeninas durante la guerra se relegaron a un segundo plano, tanto en los discursos oficiales como en la memoria colectiva.
El proceso de democratización impulsado por las fuerzas de ocupación estadounidenses otorgó ciertos derechos a las mujeres, como el sufragio universal en 1947. Sin embargo, estas reformas no incluyeron una reparación simbólica para quienes habían sido víctimas del sistema imperial. El silencio persistió como herencia de un pasado incómodo que se prefería olvidar.
Las extrabajadoras del Servicio Voluntario, las mujeres de consuelo e incluso las viudas y madres de soldados caídos fueron marginadas de los espacios de memoria pública. Durante décadas, sus testimonios apenas circularon en medios o publicaciones académicas.

Voces que resisten: hacia una memoria crítica
A partir de los años 70 y, con más fuerza, en los años 90, comenzaron a surgir movimientos feministas e historiográficos que cuestionaron esta invisibilización. Intelectuales como Yoshimi Yoshiaki, y organizaciones como el Centro para los Derechos de las Mujeres Asiáticas, impulsaron investigaciones y campañas internacionales para reconocer los crímenes de guerra cometidos contra las mujeres.
Algunas supervivientes comenzaron a declarar públicamente. Una de ellas fue Kim Hak-sun, una mujer coreana que, en 1991, denunció su experiencia como esclava sexual del ejército japonés. Su testimonio marcó un antes y un después, y dio paso a una ola de declaraciones similares. Sin embargo, los tribunales japoneses se mostraron reacios a aceptar responsabilidad estatal.
En el plano cultural, escritoras como Yūko Tsushima o Yōko Ogawa comenzaron a explorar en su obra los traumas heredados de la guerra, desde una perspectiva femenina y crítica. La literatura se convirtió en un canal de resistencia contra el olvido, aunque todavía enfrentaba la censura social y el escepticismo institucion.
Una historia incompleta
Las mujeres japonesas vivieron la guerra en una doble trinchera: la de la realidad y la del discurso. Aunque participaron activamente en el esfuerzo bélico —como trabajadoras, madres, cuidadoras o víctimas—, su experiencia fue silenciada por una estructura ideológica que exaltaba el deber, la disciplina y la obediencia. Recuperar sus voces no implica solo hacer justicia histórica, sino también cuestionar los mecanismos que perpetúan la exclusión de ciertas memorias en favor de las narrativas hegemónicas. Hoy más que nunca, el deber ya no es callar, sino contar.
Referencias
- Gómez Trillo, Miguel Félix y Antonio Gámez Higueras. 2023. Mujeres en la Segunda Guerra Mundial. Madrid: Pinolia.

Cortesía de Muy Interesante
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