« El destino ha decidido que los hombres que fueron a la Luna a explorar en paz, se queden para siempre en la Luna descansando en paz».
Si la quinta misión tripulada del programa espacial Apolo de Estados Unidos —la primera de la historia en lograr que un ser humano pisara a la Luna— hubiera fracasado trágicamente aquel 20 de julio de 1969, el presidente Richard Nixon tenía preparadas esas palabras para dirigirse al país por radio y televisión. Habían sido escritas por el periodista William Safire para la eventualidad de que el Apolo XI y su tripulación de tres astronautas se hubiesen estrellado en nuestro satélite; o no hubiesen podido regresar a casa.
El 6 de junio de 1944, horas antes del desembarco en Normandía para liberar Europa de los nazis, Dwight Eisenhower, comandante supremo de las fuerzas aliadas —más tarde presidente de EE. UU.—, escribió en una hoja de su cuaderno un pequeño discurso por si la Operación Overlord fracasaba. Ike llevó la nota en el bolsillo durante las primeras e inciertas 24 horas del Día D. Contenía, entre otras, estas frases: «Los soldados se comportaron con la máxima valentía y devoción a su deber. Todos los fallos relacionados con este intento son solo míos».
Los acontecimientos de envergadura en el mundo de la política, la guerra, los negocios, el deporte… suelen comunicarse con un discurso «para la posteridad». Lo que pocos saben es que tener preparados dos discursos resulta una práctica habitual. El primero, por si todo sale según lo previsto: triunfo electoral, victoria en la batalla, hito científico, fusión empresarial exitosa; el otro, por si las cosas se tuercen. Solo uno será pronunciado, naturalmente, y el otro dormirá para siempre en el disco duro del redactor o en el bolsillo del orador. En el cajón de la historia.
Segundas tomas inéditas
También hay discursos que nunca se pronunciaron porque algo dio al traste con el plan previsto: un giro de los acontecimientos imponderable, un ajuste de última hora o incluso un cambio de opinión radical.
Todo esto se cuenta en Undelivered: los discursos nunca escuchados que habrían reescrito la historia. Su autor, Jeff Nussbaum, trabajó como redactor del vicepresidente Al Gore y tuvo que escribir muchas segundas tomas alternativas de sus alocuciones. En el libro, todavía no publicado en España, también podemos leer palabras históricas nunca expresadas en voz alta: la negativa a abdicar de Eduardo VIII de Inglaterra y la abdicación del emperador Hiro Hito; discursos nunca dichos de las activistas Emma Goldman y Hellen Keller; el presidente Kennedy y Albert Einstein; Hillary Clinton, Condoleezza Rice y muchos otros.

Hay ejemplos más próximos a nosotros: en 1927 Antonio Machado fue elegido miembro de la Real Academia Española de la Lengua. Pero se demoró años en redactar el preceptivo discurso de ingreso, que fue aplazando. El estallido de la guerra civil, en 1936, y la muerte del poeta en el exilio, dejaron el tema zanjado: nuestro mejor poeta nunca pudo leer su disertación. Pero en 1977, otro poeta y académico, Angel González, quiso homenajear a su admirado colega y rescató la alocución, finalmente escrita y nunca dicha por Machado, de los archivos de la RAE. Y pronunció el discurso con una demora de medio siglo. En él había frases conmovedoras: «No soy humanista, ni filólogo, ni erudito. Ando muy flojo en latín porque me lo hizo aborrecer un mal maestro. Estudié el griego con amor, por ansia de leer a Platón, pero tardíamente y tal vez por ello con escaso aprovechamiento. Pobres son mis letras en suma pues, aunque he leído mucho, mi memoria es débil y he retenido muy poco».
En la red también podemos encontrar el discurso que John Kennedy tenía previsto leer en Dallas el día que lo mataron, 22 de noviembre de 1963. Irónicamente iba a hablar de la seguridad en el mundo: «La ignorancia y la desinformación pueden disminuir el progreso de una ciudad o una empresa, pero además, si se deja que prevalezcan en la política exterior, disminuyen la seguridad del país. En un mundo complejo y con problemas cambiantes, en un mundo lleno de frustración e irritación, el liderazgo americano debe ser guiado por la luz del aprendizaje y la razón».

Condena en el olvido
Hay también un discurso perdido y mítico de Abraham Lincoln. En realidad fue una alocución que sí pronunció en 1856 en la ciudad de Bloomington (Indiana). Una condena severísima contra la esclavitud que se considera perdida porque ninguno de los periodistas presentes tomó nota de sus palabras y solo informaron de que había pronunciado el discurso, aunque no de su contenido. Testimonios publicados de algunos asistentes aseguran que les hipnotizó con su oratoria. Otras versiones consideran que las palabras de Lincoln fueron tan duras que se perdieron intencionadamente y nunca pasaron a la historia. Las palabras dichas ante grandes audiencias no se pueden retirar, pero los pocos discursos nunca pronunciados que se conservan, escritos pero inéditos, pueden ayudarnos a entender cómo habría sido el mundo si las cosas hubiesen sucedido de otro modo.
Cortesía de Muy Interesante
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