La física estadounidense Rosalyn Yallow tenía un cartel en su oficina que rezaba lo siguiente: “Cualquiera sea lo que haga una mujer debe hacerlo el doble de bien que un hombre para que sea considerada la mitad de buena”. Su nombre de soltera fue Rosalyn Sussman y nació el 19 de julio de 1921, en Nueva York, donde residió toda su vida a excepción sus años universitarios en Illinois. A pesar de que sus padres no tenía la educación secundaria, estos se esforzaron por conseguir que sus hijos tuvieran estudios universitarios. Y vaya si lo lograron. Estudió Física y se apasionó por ella hasta lograr el premio Nobel de Fisiologia o Medicina.
“Parecía como si cada gran experimento trajera un Premio Nobel”, escribía en la autobiografía publicada en la página oficial de los premios Nobel. En este documento comenta que por aquella época Eve Curie acababa de sacar la biografía de su madre, Marie Curie. “Debería estar en la lista de lectura de cualquier mujer aspirante a científica”.
Una carrera que no era para ella
La familia de Rosalyn creía que debía convertirse en maestra de primaria, pero ella tenía puesta la mirada en otros objetivos. Consiguieron que se graduase en la escuela de negocios de Hunter y que posteriormente aceptara puestos de secretariado, pero acabaría literalmente rompiendo sus libros de taquigrafía porque no satisfacían su verdadera vocación: la Física. Así que logró matricularse en Urbana-Champaign, la sede de la Universidad de Illinois. Así lo recuerda la propia científica: “En la primera reunión de la Facultad de Ingeniería descubrí que era la única mujer entre sus 400 miembros. El decano de la facultad me felicitó por mi logro y me dijo que era la primera mujer allí desde 1917”. Ella misma relata que se benefició por el masivo reclutamiento de hombres en la II Guerra Mundial, pues abrieron las puertas con más flexibilidad a las mujeres para no acabar cerrando los centros universitarios.
En la primera reunión de la Facultad de Ingeniería descubrí que era la única mujer entre sus 400 miembros
Rsalyn Yallow
En la Universidad conoció a quien se convertiría en sus esposo en 1943, Aaron Yalow. Su tiempo en la facultad fue verdaderamente atareado, entre las clases que recibía y las que debía impartir. Obtuvo varios sobresalientes, aunque un sobresaliente bajo en Laboratorio de Óptica propició un comentario por parte del profesor: “Esta A- confirma que las mujeres no son buenas en el trabajo de laboratorio”. Obviamente Yallow no solo no se dejaría pisotear sino que le restó importancia calificándolo de “discriminación sutil”.

Ella siguió empecinada con sus estudios y en 1945 logró leer su tesis en Física Nuclear. En enero de ese mismo año regresó a Nueva York, sin su esposo, una circunstancia extraordinaria si tenemos en cuenta la época de la que hablamos. Aaron tenía que terminar algunos asuntos de la tesis y se uniría a ella en septiembre. Rosalyn aceptó un puesto como ingeniera asistente en el Laboratorio Federal de Telecomunicaciones, un lugar destinado a la investigación donde ella era la única mujer. Un año más tarde regresó a Hunter College a enseñar física a veteranos de guerra. Y no acabó ahí la relación con estos héroes de guerra, pues en 1947 comenzó a trabajar como investigadora para el Hospital de Veteranos del Bronx, una relación que duraría mucho tiempo. Durante este largo periodo equipó un laboratorio y realizó sus principales investigaciones, especialmente centradas en el uso de radioisótopos en Medicina y, en concreto, para la determinación del volumen sanguíneo, el diagnóstico clínico de enfermedades de la tiroides y la cinética del metabolismo del yodo.
Física aplicada a la medicina: radioinmunoensayo
En 1959, su estudio de la reacción de la insulina con anticuerpos dio la salida a una herramienta nueva para medir la insulina circulante, el radioinmunoensayo, usado en la actualidad para medir cientos de sustancias de interés biológico en una cantidad enorme de laboratorios en todo el mundo.
Durante años tuvo que sufrir la crítica sobre mujeres en el trabajo, sin embargo nunca estuvo a favor de los movimientos feministas de su época. “Me molesta que ahora haya organizaciones para mujeres en el mundo de la ciencia, esto significa que piensan que deben ser tratadas de manera diferente a los hombres. No lo apruebo”.
Fue la segunda mujer en la historia en ganar el Premio Nobel en Medicina o Fisiología, en 1977, por “el desarrollo del radioinmunoensayo de hormonas péptidos”. Al recoger el galardón dijo: “El mundo no puede permitirse la pérdida de los talentos de la mitad de su gente si queremos resolver la gran cantidad de problemas que nos quedan por resolver”. El premio fue compartido con con el polaco Andrew Victor Schally y con el francés Roger Guillemin, en este caso “por sus descubrimientos relativos a la producción de hormonas péptido del cerebro”
Qué es el radioinmunoensayo
El radioinmunoensayo (RIA) supuso una revolución porque permitió, por primera vez, medir cantidades extremadamente pequeñas de sustancias en la sangre y otros fluidos corporales. Antes de su invención, detectar hormonas, vitaminas o drogas en dosis mínimas era prácticamente imposible. La técnica se basa en una idea ingeniosa: unir una sustancia radiactiva a un anticuerpo específico y medir cómo compite con la sustancia natural del cuerpo. Cuanto más se une la sustancia del paciente, menos señal radiactiva se detecta, y así se puede calcular su concentración. Gracias a esta técnica, se pudo entender mejor el funcionamiento de enfermedades como la diabetes, los trastornos hormonales o algunos tipos de cáncer. Hoy en día, sus aplicaciones se extienden desde los bancos de sangre hasta los laboratorios de fertilidad, pasando por el control del dopaje en el deporte.

La vida más allá del laboratorio
La vida personal de Rosalyn Yalow fue tan singular como su carrera. En 1943, como se ha dicho, se casó con Aaron Yalow, un estudiante de física como ella y, además, hijo de un rabino. Juntos construyeron una vida profundamente marcada por sus raíces judías: mantenían un hogar kosher y transmitieron a sus dos hijos, Benjamin y Elanna, valores de esfuerzo y compromiso. Aunque su vocación científica fue intensa, Yalow nunca renegó de los roles tradicionales: ejerció como madre y esposa con igual dedicación, y defendió la importancia de esas funciones dentro de su propia visión del mundo.
A diferencia de muchas mujeres científicas de su tiempo —y también de ahora—, Rosalyn no se unió a los movimientos feministas. De hecho, declaraba con franqueza que no apoyaba la existencia de organizaciones específicas para mujeres en ciencia, porque creía que eso implicaba admitir que necesitaban un trato distinto. Esta postura le generó cierta distancia con otras investigadoras, pero no impidió que se convirtiera, sin proponérselo, en un modelo a seguir para generaciones de jóvenes científicas.
Ya en sus últimos años, Yalow se centró en la mentoría de nuevos investigadores. Desde su laboratorio, inspiró a científicos de todo el mundo, como John Eng —quien acabaría desarrollando uno de los fármacos más importantes para tratar la diabetes— o el indio Narayana Kochupillai, que lideró investigaciones clave sobre las hormonas tiroideas. Su influencia, por tanto, trascendió los muros de su laboratorio y se proyectó hacia nuevas generaciones de endocrinólogos.
Rosalyn Yalow murió en el Bronx el 30 de mayo de 2011, a los 89 años. Vivió casi toda su vida en el mismo barrio en el que nació, fiel a sus orígenes y a su carácter tenaz y reservado. Le sobrevivieron sus hijos y nietos, y una herencia científica que ha salvado millones de vidas sin necesidad de bisturí.
Cortesía de Muy Interesante
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