
Las protestas convocadas presuntamente por jóvenes de la llamada generación Z y contra la inseguridad después del asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, se han interpretado como la primera gran crisis política del Gobierno de la Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo. Y sin duda lo es. Aunque fue convocada con semanas de anticipación la manifestación de la llamada generación Z, el asesinato de Carlos Manzo dio otro giro a la convocatoria a manifestarse en contra del actual Gobierno de la Cuarta Transformación el pasado 15 de noviembre en la Ciudad de México, Guadalajara y otras ciudades del país.
Por más que desde el Gobierno y voces oficialistas de Morena y la Cuarta Transformación han pretendido desacreditar la manifestación, es un error ignorar que hay problemas reales que justifican y legitiman estas protestas, en primer lugar la violencia e inseguridad estructural que lacera a la sociedad mexicana desde hace 20 años y, de otro lado, las causas estructurales que impiden a los jóvenes mexicanos aspirar a una vida digna. Otra cosa es que la debilitada oposición mexicana se aproveche de manera oportunista de estas causas para criticar y cuestionar al segundo Gobierno de la Cuarta Transformación.
La respuesta represiva a estas manifestaciones por parte de las policías, de Morena en el caso de la Ciudad de México y de Movimiento Ciudadano en el caso de Guadalajara, debe y merece condenarse contundentemente por mostrar que la mano dura ha sido y sigue siendo una herramienta de control y de contención de las protestas sociales, antes que el diálogo y la atención a las causas de esas protestas.
Volviendo a las causas, se equivoca, y demasiado, la Presidenta Claudia Sheinbaum y los políticos y voceros de Morena y la 4T cuando tratan de desacreditar estas manifestaciones solo como maniobras de la derecha y descalificarlas de violentas. Si no se han enterado, deberían saber que una amplia franja de la sociedad está harta de la violencia e inseguridad estructural que se padece desde hace al menos dos décadas. No es solo la extorsión a los aguacateros y limoneros de Michoacán, o los taxistas y comerciantes de Guerrero o Chiapas.
Son los asesinatos en Sinaloa, Guanajuato, Chihuahua y Estado de México; y son las masivas desapariciones que tienen aterrorizados a estados como Jalisco, Tamaulipas y Veracruz. La sociedad está harta de manifestarse para clamar contra la inseguridad y las desapariciones, como se hizo en 2011 con el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad tras la muerte del hijo del poeta Javier Sicilia y amigos en abril de ese año, o las masivas protestas contra la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa en el último trimestre de 2014.
Ahora el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, vuelve a indignar y encabronar a una buena parte de la sociedad porque revela no solo la fragilidad de la vida en este México bajo la maquinaria de muerte de la necropolítica, sino los corruptos vínculos entre el aparato de Gobierno y las organizaciones criminales que hacen jugosos negocios en el capitalismo ilegal. Así, aunque aparezcan indeseables y nefastas figuras de la oposición que oportunistamente pretendan capitalizar las protestas contra la inseguridad, hay razones de sobra para protestar por esta causa.
Y se equivoca, y demasiado, la Presidenta Claudia Sheinbaum y las voces oficialistas al burlarse de que en la protesta de la generación Z no había jóvenes. Aunque no fueran mayoría y aunque algunos testimonios los muestran desinformados y con poca conciencia política, los jóvenes de este país tienen causas legítimas de fondo para salir a protestar.
Con casi 38 millones de personas, los jóvenes representan un tercio de la población y, sin embargo, no tienen un horizonte seguro para el futuro. Al contrario, el proyecto de vida que les ofrece el capitalismo mexicano es un horizonte donde, a pesar de estudiar más de 20 años (desde el kínder a la universidad), al final no se tiene garantizado un trabajo con salario digno (la mayoría sin seguridad social), y menos la posibilidad de acceder a una vivienda propia y asegurar ingresos suficientes para garantizar una vida digna.
Por si fuera poco, son los jóvenes los que están al centro de esta violencia y guerra informal que los convierte en la carne de cañón de las disputas entre cárteles y entre estos y las fuerzas de seguridad del Estado. Tanto sicarios como guardias nacionales o policías son en su mayoría jóvenes. Como jóvenes son la mayoría de los desaparecidos y de los cuerpos encontrados en las fosas clandestinas. De modo que la protesta del 15 de noviembre, haciendo a un lado a los oportunistas de la oposición, tenía razones de sobra para salir a manifestarse contra un régimen (sea priista, panista, emecista o morenista) que no les garantiza una vida en paz y una vida digna.
Cortesía de El Informador
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