Robert Prevost, el nuevo papa elegido este jueves por los 133 cardenales que participaron del Cónclave, eligió el nombre León XIV.
La tradición de cambiar de nombre
La tradición de que los papas cambien sus nombres al comienzo de sus papados surge en los albores mismos del cristianismo. El propio Jesús de Nazaret rebautizó a Simón como Pedro, el fundador de su iglesia y, por lo tanto, primero entre los pontífices venideros.
No obstante, el origen de esta costumbre es mucho menos bíblica y bastante posterior en el tiempo, ya que en los primeros siglos de la iglesia los obispos de Roma usaron generalmente sus propios nombres, acompañados a menudo con sus lugares de origen.
Esta costumbre cambió en el año 533, en las ruinas del Imperio Romano, cuando el elegido, Mercurio di Proietto, decidió llamarse Juan II para no llevar la denominación de un dios pagano. Su pontificado duró dos años, hasta el 535, pero a partir de ese momento muchos de sus sucesores decidieron imitarle cambiando sus nombres de pila por el de apóstoles, mártires y otros jerarcas del cristianismo.
Con el paso del tiempo, esta práctica de la elección del nombre ha significado en muchas ocasiones toda una declaración de intenciones.
Por ejemplo, el argentino Jorge Mario Bergoglio sorprendió al estrenar en 2013 el nombre de Francisco en honor al santo de Asís que rechazaba la riqueza y quería cuidar de los pobres. Bergoglio después explicaría que fue el cardenal brasileño Claudio Hummes quien se lo sugirió al poco de ser elegido en el cónclave: “No te olvides de los pobres”.
Juan Pablo I (1978), fue el primero en unir dos nombres, recogiendo la herencia de sus dos influyentes predecesores, Juan XXIII (1958-1963) y Pablo VI (1963-1978), encargados de inaugurar y clausurar el revolucionario Concilio Vaticano II (1962-1965). Tras el fugaz reinado del ‘papa de septiembre’, pues gobernó solo durante 33 días, llegó el largo pontificado de Juan Pablo II.
Los nombres más usados
Hasta la fecha, el nombre preferido por los pontífices de la historia ha sido Juan, el ‘discípulo a quien Jesús amaba’, que se repitió en 21 ocasiones.
Le sigue, con 16, el nombre Gregorio, el último el benedictino italiano Bartolomeo Alberto (1831-1846), y el nombre Benedicto, como el alemán Joseph Ratzinger (2005-2013).
El nombre Clemente, en tanto, se ha repetido en catorce ocasiones, mientras que Inocencio y León se repitieron en trece oportunidades, Pío en doce, Stefano en 9, Bonifacio en 8 y Urbano también en 8.
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Cortesía de Página 12
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