Little Nightmares III me hizo ver que hasta las peores pesadillas también pueden ser un momento para compartir

Cuando Limbo apareció en 2010, fue un antes y un después para los juegos independientes. Su estilo en 2D, minimalista, con toques de suspenso y terror, atrapó a una generación que descubrió que los videojuegos podían asustar y emocionar sin necesidad de sangre ni grandes despliegues técnicos. La obra de Playdead sigue siendo recordada como un clásico, pero también dejó un vacío: sus jugadores pedían más, querían seguir explorando esa sensación única de fragilidad en mundos oscuros. Años después apareció Inside, un sucesor espiritual que mantenía la esencia, pero sin generar la misma revolución.

En ese espacio emergió Little Nightmares. Creado originalmente por Tarsier Studios y respaldado por Bandai Namco, el primer juego llegó en 2017 con una propuesta clara: pesadillas de la infancia llevadas a un mundo grotesco, donde la vulnerabilidad del protagonista era el centro de la experiencia. El éxito fue inmediato, tanto que Bandai Namco decidió quedarse con los derechos de la franquicia. Hoy, una década después, hablamos de una saga consolidada con tres entregas, que incluso en popularidad empieza a eclipsar al querido Limbo, gracias a que logró construir su propia identidad.

Little Nightmares III no es un sucesor cualquiera. Es el paso más arriesgado de la serie: mantener el suspenso, los escenarios oscuros y los monstruos inquietantes, pero añadiendo por primera vez un elemento cooperativo que cambia por completo la dinámica.

¿Debo jugar los dos anteriores antes de Little Nightmares III?

La respuesta rápida: no. Aunque Little Nightmares III conecta de manera sutil con los dos títulos previos, la historia está diseñada para ser entendida por sí misma. El segundo juego ya coqueteaba con estas conexiones al rescatar a un personaje del primero, pero nunca fue indispensable jugarlos en orden para disfrutar la experiencia. Lo mismo ocurre aquí: puedes entrar directamente al 3 y después, si la curiosidad te atrapa, regresar a los anteriores.

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Esto es una ventaja enorme en un mercado donde muchas sagas parecen cerradas a los recién llegados. Aquí, a pesar de que hablamos de una franquicia con 10 años de historia, el acceso es inmediato.

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Dos formas de sobrevivir a la pesadilla

Por primera vez en la franquicia, Little Nightmares se convierte en un juego cooperativo. Dos personajes nos acompañan desde el inicio: Low y Alone. Low es un chico de capa azul y máscara de cuervo que porta un arco, útil tanto para defenderse como para accionar mecanismos a distancia o cortar cuerdas. Su objetivo es claro: encontrar el camino de regreso a casa. Alone, en cambio, es una chica de coletas rojas con un moño verde y una llave inglesa, herramienta clave para romper paredes, presionar mecanismos o abrir accesos imposibles de otra manera.

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Lo interesante es que ambos son inseparables: Alone es la mejor amiga de Low y juntos se convierten en piezas indispensables para avanzar. Esta dinámica se mantiene incluso si jugamos solos, ya que la inteligencia artificial se encarga de controlar al segundo personaje. El sistema es sencillo: podemos dar órdenes básicas, como pedirle que active un mecanismo o resolver una parte del rompecabezas. Esto evita que el compañero actúe por sí solo y solucione todo automáticamente; sigue siendo necesario que el jugador piense y ejecute con precisión.

La apuesta es arriesgada: integrar cooperación en un juego de suspenso puede diluir la tensión. Sin embargo, aquí genera un efecto inesperado. Jugar acompañado puede producir caos, risas, errores y frustración compartida. Es un choque entre la tensión del terror y la diversión de resolver acertijos en pareja, lo que convierte la experiencia en algo diferente, fresca y muy particular.

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La eterna sensación de desventaja

La narrativa se mantiene fiel al estilo de la franquicia: escenarios que parecen sacados de los peores sueños de un niño. Criaturas grotescas, enormes y desproporcionadas, con las que no podemos luchar directamente. Nuestro papel sigue siendo el mismo: huir, escalar, esconderse, resolver puzzles bajo presión y sobrevivir siempre en desventaja.

Los escenarios en 2.5D refuerzan esta sensación, aunque a veces juegan en contra. En ciertos saltos o puzzles la profundidad no está bien medida, ya que la cámara permanece fija y puede dificultar la precisión. Son detalles menores que no arruinan la experiencia, especialmente en momentos de escape o interacción con enemigos, donde el diseño brilla.

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Cada personaje tiene sus momentos exclusivos: Low con su arco y Alone con la llave inglesa. Esto exige cooperación y sincronización, aunque sea con la inteligencia artificial. Lo importante es que los puzzles y las secuencias de huida siguen transmitiendo esa impotencia que define la saga: no somos héroes, solo niños atrapados en un mundo pesadillesco.

Los amigos juegan gratis

Uno de los añadidos más valiosos es el Pase de Amigo, inspirado en lo que vimos en Split Fiction o It Takes Two. Basta con que una sola persona compre el juego para que pueda invitar a un amigo a jugar gratis en cooperativo, tanto en consolas como en PC. Es un detalle que democratiza la experiencia y evita que ambos jugadores tengan que pagar por separado.

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La nueva cara de la saga

En lo artístico, Little Nightmares III es impecable. Aunque ahora el desarrollo corre a cargo de Supermassive Games, el estilo visual se mantiene fiel. Los escenarios parecen diseñados para incomodar, como si fueran versiones distorsionadas de recuerdos infantiles. Los nuevos enemigos son tan aterradores como memorables, y los puzzles muestran un nivel de creatividad superior a las entregas anteriores.

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En cuanto a duración, estamos ante el juego más largo de la saga: entre 8 y 10 horas, prácticamente lo que ofrecieron los dos primeros juntos. No es un juego de jumpscares. Aquí la tensión se construye poco a poco, a través de ambientes opresivos, sonidos inquietantes y la sensación constante de vulnerabilidad. Supermassive logra que la paciencia sea parte de la mecánica: explorar, observar, morir, intentarlo de nuevo. Los detalles más mínimos pueden ser la clave de un puzzle o de una huida.

El juego también ofrece un modo rendimiento (más fluido) y un modo gráfico (más detallado). Nuestra recomendación es el primero: la fluidez refuerza la atmósfera y mejora la experiencia de escape.

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Tan tenebroso como hace 10 años

Little Nightmares III confirma que estamos frente a una franquicia que no podemos pasar por alto si nos gustan los juegos con atmósferas de horror y suspenso. Bandai Namco presume que los dos primeros títulos ya superaron los 20 millones de copias vendidas, y este tercer capítulo demuestra que la fórmula aún tiene mucho por ofrecer.

El salto al cooperativo es un acierto. Y que además incluya un modo en línea con Pase de Amigo lo hace todavía más atractivo, en un género donde la soledad parecía ser la única opción. Es refrescante ver cómo el terror también puede compartirse y transformarse en algo caótico y divertido.

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Sin embargo, también creemos que la saga empieza a necesitar pasos más arriesgados. La base está firme, pero no bastará con añadir un segundo personaje en futuras entregas. Little Nightmares tiene el potencial para reinventarse, explorar nuevas mecánicas, expandir su narrativa y seguir sorprendiendo.

Al final, estas pesadillas de la infancia todavía tienen mucho que contar. Y si algo nos deja claro este tercer juego, es que pueden seguir atemorizándonos durante otros diez años más, siempre y cuando sus creadores se atrevan a soñar con algo más grande.

Cortesía de Xataka



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