El caos doméstico rara vez se muestra en redes sociales, pero millones de mujeres lo viven a diario: mañanas que comienzan con carreras, cocinas desbordadas y la sensación constante de no llegar a todo. Lo que parece un simple desorden se convierte, en realidad, en un peso invisible que afecta la autoestima, la salud emocional y hasta la manera en la que nos relacionamos con nuestras familias.
En su libro Del kaos a la calma, la autora y experta en organización Sara Domínguez parte de su propia experiencia como madre trabajadora en Londres para desnudar esa carga silenciosa. Su relato arranca en un martes cualquiera de 2013, marcado por el cansancio, la culpa y el agobio. Una escena que podría ser la de cualquier hogar y que conecta con quienes sienten que el orden es un lujo imposible.
El testimonio no se centra en doblar sábanas o encontrar la caja perfecta, sino en identificar el punto de inflexión: comprender que el orden no es un objetivo estético, sino una herramienta vital para recuperar la calma. Lo personal se transforma en universal y abre paso a un método que nace de la empatía, la investigación y la necesidad real de cambio.
Con la publicación anticipada de este capítulo, los lectores pueden adentrarse en el corazón del enfoque del libro: cómo el desorden no es solo un problema de cajones revueltos o estanterías abarrotadas, sino un reflejo de la carga mental y emocional que acumulamos día a día. El capítulo muestra que la calma no se alcanza con soluciones rápidas, se obtiene con pequeños pasos conscientes que devuelven claridad y bienestar.
Así, Sara Domínguez nos invita a entender el orden no como un objetivo estético, sino como una herramienta poderosa para recuperar tiempo, energía y calidad de vida.

Del kaos a la calma (El día que todo cambió para mí), escrito por Sara Domínguez
Año 2013.
Es martes y ya estoy agotada.
Hoy ha sido una carrera desde por la mañana. Las mañanas son la peor parte del día. Como de costumbre, ha sonado el despertador a las 6:00, pero me he levantado casi a las 7:00. Estaba muy cansada y, además, no tenía ganas de salir de la cama. En el momento en el que he puesto el pie en el suelo, ha empezado la carrera.
Ya en pie, he tenido que fregar una taza para el café, porque no había ninguna taza limpia. La cocina es un desastre. Yo soy un desastre. ¡Vaya asco de día!
Ahora a despertar al peque. Perdón, la carrera empieza aquí. Mi hijo es un niño precioso, lo más bonito de mi vida. Acaba de cumplir los dieciocho meses y está guapísimo y muy gracioso. Ojalá pudiera quedarme en casa todo el día con él. Creo que esto que siento es culpa, pero no me puedo parar a pensarlo mucho.
¡Venga! A vestirnos, desayunar y salir corriendo al coche. El tráfico hasta la guardería es una jungla, está lloviendo y ya voy tarde. Besito y adiós. Uff… Las mañanas son lo peor.
Y ahora, el trabajo. Otra vez lo mismo. ¡Vaya asco de día!
Y ahora, el trabajo. Otra vez lo mismo. ¡Vaya asco de día! Por la tarde la cosa no mejora. Llegar a casa es empezar a batallar otra vez. Entrar por la puerta y ver el desorden. Mi casa no me gusta. No es por el apartamento en sí, es un edificio de los años 30 con bastante encanto, pero siento que es muy pequeño y que está mal decorado y siempre en desorden. Los platos sin fregar, la ropa limpia amontonada… ¿o era esta la ropa sucia?
Juguetes por todas partes.
Y la cama sin hacer, como cada día. Probablemente todo está así porque yo soy un desastre. Soy desordenada. Es lo que hay. Además, ser madre se me da fatal. ¿Cómo lo hacen otras personas? ¿Cómo llegan a todo? Seguro que tienen ayuda. O será que no son un fracaso total como yo…
¡Jolines! Es martes y ya estoy agotada…
Este era un día cualquiera para mí una vez que mi estatus pasó de persona joven disfrutando de una vida en Londres a persona adulta con responsabilidades, madre y carrera profesional. Me costó mucho adaptarme a este cambio porque me faltaban las habilidades necesarias para gestionar mis nuevas responsabilidades, y no lo sabía.
Lo cierto es que yo nunca fui una niña ordenada. Era bastante normal que se me olvidaran los libros que necesitaba ese día en clase y que la cajonera de mi pupitre estuviera siempre llena de papeles. Me daban mucha envidia las otras niñas que tenían estuches bonitos, siempre bien ordenados y con cada lápiz en su compartimento. Yo, por norma general, no sabía dónde estaba mi estuche.

De adolescente la cosa no mejoró en absoluto. Mi madre, la pobre, creo que tiró la toalla y se conformaba con que la ayudara en casa en las zonas comunes. Mi habitación era mi territorio.
Mis padres trabajaban mucho los dos. Creo que si mi madre hubiese sido ama de casa quizá habría adquirido hábitos de orden más arraigados. Quizá no.
Tampoco importa, porque mi madre me ha enseñado otras habilidades muy valiosas, precisamente por su ética de trabajo y de emprendimiento. Pero esa es otra historia.
Cuando me independicé, ya no hubo límites a la extensión de mi desorden. En el trabajo tenía un sistema que funcionaba bien, pero dentro de casa nunca encontraba nada, no sabía ni la ropa que tenía (generalmente estaba toda esparcida por la habitación), y limpiar era una tarea titánica, porque siempre había que ordenar antes. Aun así, no sentía que mi situación 15 estuviera fuera de control, porque solo tenía que cuidar de mí misma. Si tenía que dedicar una tarde a ordenar, pues lo hacía y punto.
O no.
Y después llegó Gabi.
Gabi (Gabriel) es mi peque. Si eres madre, seguramente sabrás cómo un bebé te descoloca la vida.
Personalmente, veo los primeros años de la maternidad como un taburete con cuatro patas en el que te apoyas desde el primer día. Las cuatro patas del taburete son: el orden y la organización, tu gestión del tiempo, la confianza en ti misma y en tu propio juicio, y una comunidad de sostén. Ninguna pata es más importante que las demás, pero si una de ellas cojea tienes que poner energía cada instante para mantener el equilibrio, compensar el peso y no caerte.
A mí, la pata del orden me cojeaba de una forma alarmante. Bueno, es que la susodicha no existía. El día que casi se me vuelca el taburete fue el día en que cambiaron las cosas.
Hoy sé que este desorden con el que he convivido buena parte de mi vida se debe a varios factores; uno de ellos es que no tengo ni la inclinación personal ni el tiempo (aunque esto es relativo, ya lo veremos) para poner orden en casa, aunque comprendo que el orden y la organización son fundamentales, no solo para mantenerte sano mentalmente, sino también porque tienes la responsabilidad de que tus hijos aprendan esta habilidad y no sufran lo que estás sufriendo tú ahora. Este es mi motivo, mi razón.
Pero volvamos a 2013, a esa mañana de martes de derrota. A lo mejor te suena la conversación interna, el ir corriendo siempre a todas partes, sentir que no avanzas, que los días son todos iguales, que no tienes control sobre tus cosas, sobre tu tiempo, sobre tus emociones. Porque, cuando te encuentras atascada como un hámster en la rueda de una jaula, se desatan muchas emociones, y casi ninguna positiva. Esto lo vamos a cambiar juntas.

Cortesía de Muy Interesante
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