
En el marco del Foro Internacional de Primera Infancia “Una Región que Cuida”, James Cairns, representante del Centro para el Desarrollo del Niño de la Universidad de Harvard, ofreció una profunda visión científica sobre cómo el entorno físico y social se fusiona con la biología infantil, estableciendo los cimientos de la salud y el aprendizaje de por vida. Bajo la ponencia “Lo que nos rodea nos forma”, Cairns enfatizó la necesidad de que los tomadores de decisiones dejen de ver el desarrollo infantil de forma aislada e integren factores ambientales y sistémicos en sus políticas.
La ventana crítica: Los primeros 1,000 días
Cairns inició recordando los principios neurobiológicos que definen la plasticidad cerebral en la primera infancia, como la arquitectura cerebral, donde “los cerebros se cablean mediante el establecimiento de conexiones neuronales, creando hasta un millón de conexiones sinápticas por segundo en los primeros años de vida”. En este punto, la arquitectura se construye literalmente en la interacción responsiva entre el cuidador y el niño.
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Otro punto fundamental es el estrés tóxico, donde la activación prolongada y persistente de la respuesta al estrés sin la protección de un adulto puede tener consecuencias tóxicas en el cerebro y otros sistemas del cuerpo.
Cairns advirtió que los primeros 1,000 días de vida son un periodo distintivo e importante del desarrollo humano, y si las habilidades no se construyen en esta “ventana de tiempo”, “toma más fuerza fisiológica y nos cuesta más en nuestras sociedades” recuperarlas, convirtiéndonos en seres que arrastrarán carencias.
El impacto biológico de nuestro entorno
La presentación del especialista también se centró en cómo los sistemas biológicos (inmunológico, metabólico, cardiovascular) se desarrollan rápidamente y son extremadamente sensibles al entorno, un fenómeno conocido como “timing” (el momento en que sucede algo).
Cairns detalló cómo el ambiente natural afecta directamente a la biología, por ejemplo, el agua contaminada, donde por la exposición a químicos, neurotoxinas o bacterias transmitidas por el agua, especialmente durante el embarazo, puede causar incapacidades permanentes y disruptir el proceso de crecimiento cerebral, o la contaminación del aire, ya sea interior o exterior, y que introduce partículas que son precursoras de asma, neumonía y bronquitis. Cairns reveló que los niños y adultos pasan el 90% de su tiempo adentro, donde la calidad del aire puede ser dos veces peor que afuera, afectando la salud pulmonar y el desarrollo biológico.
Por otro lado tenemos el calor extremo, donde el cuerpo responde a éste como un estresante. “Las altas temperaturas se ligan a un menor flujo de sangre en la placenta, causando partos prematuros y menores funciones cognitivas. Además, la disrupción del sueño afecta tanto a niños como a padres, generando un doble impacto directo e indirecto”.
James Cairns del Center on the Developing Child de Harvard University.
El lugar importa: La inequidad
Cairns demostró que los niveles de exposición a la oportunidad o al peligro no se distribuyen de manera equitativa, sino que se definen por sistemas de inequidad y marginalización.
Citó datos de Estados Unidos, que a través del Índice de Oportunidad Infantil (diversitykids.org), ilustran disparidades extremas: “En una ciudad de buen tamaño… dos vecindades a 6 millas de distancia… Uno tiene la oportunidad de 85 y la vecindad a 6 millas tiene una oportunidad de 6. Esa vecindad con la oportunidad de seis mayormente es de africano-americanos y la de 85 es una vecindad blanca y eso es una realidad en Estados Unidos”, expuso.
Este mapeo muestra cómo la historia política y la configuración social del vecindario determinan la mezcla de oportunidades y riesgos para el desarrollo.
Rediseñando el ambiente
El experto de Harvard concluyó con un mensaje de optimismo: “Los ambientes han sido diseñados por seres humanos y, por lo tanto, pueden ser rediseñados”.
Dijo que el secreto no radica en crear nuevos departamentos o presupuestos masivos, sino en la colaboración entre sectores no tradicionales de la primera infancia, por ejemplo, unir mapas. Puso como ejemplo a Boston, donde funcionarios de gobierno y ambientales superpusieron el mapa de las “islas de calor” de la ciudad con el mapa de los centros comunitarios infantiles. Esto permitió a los equipos ambientales, que ya tenían presupuesto para centros de enfriamiento, reubicarlos estratégicamente donde estaban las familias más vulnerables.
También mencionó la iniciativa en Addis Abeba, Etiopía, donde el alcalde creó un comité con 17 departamentos (incluyendo transporte, diseño verde y vivienda) que trabajan bajo el mandato de crear el mejor lugar para criar hijos.
El especialista concluyó que “si invertimos en esta primera etapa de la vida, estamos pavimentando un camino, estamos estableciendo un fundamento para los resultados que queremos ver en diferentes sectores… Esos ambientes de desarrollo son mejores para todos”.
Cortesía de El Economista
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