Los 15 años de La Purísima, el ‘templo’ gay de Ciudad de México: “Es un lugar de resistencia”

Cumplir 15 años no es cosa fácil. Lo dice al micrófono Ronda Di, la anfitriona que esta noche marcará el paso de una celebración que es vista como un triunfo en una lucha continua contra los elementos y adversas vicisitudes, pandémicas incluidas. La drag queen, ataviada con vestido rosa con falda de tul, corsé apretadísimo y unos protuberantes conos que resaltan su pecho, promete que será una noche épica en La Purísima, icónica discoteca gay de Ciudad de México que celebra tres lustros convertida en un templo de libertad y resistencia para la comunidad LGTB. “En México vivimos en un país muy machista y muy reprimido; a lo mejor en tu casa no puedes jotear o sacar la pluma y este es un lugar seguro donde lo puedes hacer y sabes que nadie te va a juzgar ni te va a faltar al respeto”, asegura Ronda.

La celebración inicia en el momento en que ella, botella de tequila en mano, se zampa el primer trago. “Ya verán el pedo que nos vamos a poner”, promete sobre un entarimado decorado a la manera tradicional de las fiestas quinceañeras de México: centenares de rosas de plástico, globos dorados y muchas plumas y lentejuelas. En una esquina ameniza la fiesta Marisol Mendoza —más conocida como la Musa Mayor, acota—, heredera de una “dinastía” de sonideros del barrio Tacuba, en el poniente de la capital, que pinchará los vinilos para que las caderas se muevan al ritmo de la cumbia, salsa, guarache o merengue que ha preparado esta noche.

Una noche que promete ser un festejo donde el albedrío bíblico se pondrá a prueba, porque La Puri —como la llaman sus parroquianos— está decorada como un templo católico. Aquí hay santas que se besan, Cristos crucificados que vigilan la barra muy bien surtida de licores, vírgenes con miradas místicas, sacerdotes que chupan velas como si hicieran una felación y en el centro de todo, el altar mayor, la “Santa Verga” elevada entre columnas dóricas, un falo enorme al que le rinden beata devoción dos curas.

Toda una provocación, pero también una declaración de intenciones en un país profundamente católico, donde hasta hace poco no estaban penadas las llamadas terapias de conversión. Una reciente reforma al Código Penal las ha tipificado como delito. Además, en México persisten los crímenes contra esta comunidad. Un tercio de los mexicanos ha presenciado algún acto de violencia contra este colectivo y datos del Observatorio Nacional de Crímenes de Odio contra personas LGTB muestran que entre 2014 y hasta junio de 2025 se registraron al menos 739 casos de asesinatos y desapariciones de personas de la diversidad sexual.

Es por eso que Ronda se siente aquí segura. “Soy cliente de La Puri desde hace 10 años, antes de ser drag queen”, explica. “Venía de chico y fue aquí donde empecé a encontrarme y explorar mi lado femenino. Este lugar me encantó por la libertad que veía, porque hace 10 años en otros lugares, incluso clubes LGTB, no dejaban entrar a chicas trans o a drags. Creo que este fue como el primer lugar que nos cobijó en toda la ciudad. Aquí me sentí protegida”, afirma.

La Purísima abrió sus puertas gracias al impulso de Juan Carlos Bautista y Víctor Jaramillo, que fueron activistas del movimiento LGTB. “Pioneros de las primeras marchas del orgullo”, remarca Arturo Elías Álvarez, propietario del local y sobrino de los fundadores. Los tíos habían abierto otro lugar icónico, El Marraquech, porque, dice Álvarez, siempre tuvieron el sueño como pareja de tener una cantina gay. “Luego se les calentó y pusieron La Puri, que es una fiesta democrática, porque tú puedes venir como periodista y estar bailando junto a un mesero, a un albañil. En la pista de baile se derriban esas fronteras, que son tonterías y aquí se ve muy claro”, explica.

Quien ha acompañado a La Puri desde sus inicios es Ernesto Hilario, vestido esta noche al estilo de Elton John, lentes enormes, americana bordada, anillos y el típico corte de cabello cuadrado que enmarca el rostro con su color castaño. “A Víctor Jaramillo, que estudiaba conmigo en la UNAM, le encantaba Chavela Vargas y todo lo que huele a México en el baile, la comida, la música. Pensó en algo así como levantar la voz en alto y creó La Purísima. Tenía las ideas muy claras. Leía mucho, le gustaba el cine, el arte. Y decidió combinar todo eso con la cosmovisión de México, armar La Puri como una alternativa de diversión culta, musical, donde se respeta la diversidad sexual y las libertades sexuales de todos, heterosexuales, gays, trans. Es un lugar maravilloso”, sentencia, mientras besa en la mejilla a un amigo, un joven vestido a lo vaquero, con gran sombrero de alas negro, bluyín ajustado, pero arropado por un chal de piel falsa.

No ha sido tarea fácil mantener este lugar, afirma su propietario actual. En una ciudad en constante cambio, que lucha con la tensión de la gentrificación y el surgimiento de lugares de esparcimiento que dan la espalda al viejo y hermoso centro capitalino para mudar la movida chilanga a colonias más de moda como Roma o Condesa, La Puri ha logrado sortear recias olas. “Hay un chingo de cansancio”, afirma Álvarez. “Pero también mucha emoción al ver cómo nos vamos acoplando al futuro, porque todo cambia. La generación actual bebe menos que la anterior, por ejemplo. Y al principio era un lugar 100% LGTB, era raro ver a un heterosexual aquí, pero ahora es un lugar muy mixto. Creo que también ya los heterosexuales le han perdido el miedo, los tabús se han derribado y este lugar es una ventana para ver eso”, explica.

Uno de los momentos más difíciles para este antro —como llaman en México a los clubes nocturnos— fue el golpe de la pandemia de covid-19 y el largo confinamiento que arrasó con centenares de negocios en la capital. “Sobrevivimos entre gastándonos los ahorros y pidiendo dinero prestado”, confiesa. “Porque estuvimos pagando sueldos, porque pensamos que iba a ser algo corto. Después a todos nos dio en la torre”, cuenta. Fue mucho empeño y tal vez algo de intervención divina de los santos gays que pueblan el local, lo que logró que este establecimiento no echara el cierre. Aunado, claro, a la fe de sus parroquianos.

Y parroquianas como Irene y Monse, una pareja que disfruta la noche acompañadas con gin tonics. “Este es mi lugar de libertad”, declara Irene, de 30 años, que visita La Puri desde 2017. “Es un lugar de fiesta y de unión, donde podemos pasarlo bien sin peligro, porque desde que la conocí, amé el ambiente, me sentí como en casa y, además, me siento segura”, afirma. Un tema importante, el de la seguridad, en un país que asesina a 10 mujeres al día. “La Puri es algo que todo el mundo debe hacer por lo menos una vez, ya sea como turista o los que vivimos aquí, porque es otra cosa, es lo más”, dice. Monse asiente a su lado. “Me encanta”, sostiene la joven. “Cada vez lo frecuento más”, asegura. La pareja se besa mientras una cumbia parece dispuesta a reventar los altoparlantes.

Cuando llega la mitad de la velada, la sonidera Mendoza, la Musa Mayor, corta la música. Es el momento del vals tradicional de los 15 años. Ronda Di se abre espacio con sus pechos convertidos en cono y ocupa el centro de la pista. Un vals en boca del puertorriqueño Chayanne resuena, porque aquí lo kitsch, underground y una idea identitaria marca el ambiente. Más tarde será el turno de Adele, otra drag queen que imita a la británica con su célebre, cursi y pegajosa Rolling in the Deep, y de un grupo musical de tecnobanda del norte de México. Pero antes el editor mexicano Guillermo Osorno sustituirá a la Musa Mayor en la tornamesa. Después de los discursos y el vals es la hora de la locura, del bailar desenfrenado, de los besos en la pista, de la entrega religiosa a un pandemonio festivo. Es la fiesta de quince de La Puri, el templo gay de Ciudad de México. “Este es un lugar de resistencia”, afirma Ronda Di. “Vamos a tener una noche épica”, promete.

Cortesía de El País



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