
En el paisaje urbano de Guadalajara, lo que alguna vez se proyectó como desarrollo ahora se percibe como huella de abandono. Miles de viviendas vacías, vandalizadas o consumidas por el tiempo se repiten como cicatrices en Tlajomulco, El Salto y otros municipios de la periferia. Son el resultado de un modelo de vivienda que, durante años, se impuso sin planificación social, sin conexión real con la ciudad y sin más lógica que la especulación inmobiliaria.
Durante mucho tiempo, la narrativa oficial ha sido tan sencilla como condescendiente: “la gente vive en Tlajomulco porque no le alcanza para vivir en Guadalajara”. Pero esa explicación, repetida como consigna entre políticos, desarrolladores y hasta opinadores improvisados, ignora algo esencial: las decisiones residenciales no se toman en el vacío. No es solo cuestión de dinero, sino de oferta, infraestructura, conectividad, calidad de vida y, sobre todo, de planificación urbana.
Durante los años de auge inmobiliario (particularmente entre 2000 y 2012), el modelo dominante de vivienda social fue simple: construir lo más barato posible, lo más lejos posible y con la mayor densidad posible. Tlajomulco se convirtió en el emblema de ese modelo. En fraccionamientos como Chulavista, Los Silos o la etapa 15 de Lomas del Mirador, que hoy es más conocida como “el Chernóbil de Tlajomulco”, miles de viviendas se levantaron como fichas de dominó sin más servicios que promesas en folleto.
Lo que no llegó junto con las casas fue la ciudad: no llegaron hospitales, escuelas suficientes, vialidades y transporte digno ni oportunidades de empleo cercanas. El resultado fue predecible: aislamiento, abandono y, con los años, descomposición social. Según datos del propio Gobierno estatal, en Tlajomulco hay zonas donde hasta el 30 % de las viviendas están deshabitadas o han sido vandalizadas.
Pero el fracaso no es solo de quienes construyeron, sino también de quienes permitieron que la planeación urbana se definiera desde los intereses de los desarrolladores y no desde las necesidades de la población. Fue un modelo de vivienda sin ciudad, de casas sin comunidad, de expansión sin integración.
Y lo más grave: el mismo modelo que empujó a miles de personas a la periferia es el que ahora se utiliza para culpabilizarlas por vivir ahí.
Decir que “viven en Tlajomulco porque no les alcanza” no es solo una frase profundamente simplista, sino clasista. Reduce una decisión compleja a una condición económica y reproduce la idea de que los pobres, o a quienes se argumenta que no tienen recursos suficientes y son calificados así, deben vivir lejos, fuera de la vista.
Ignora que muchas personas que habitan la periferia lo hacen porque la ciudad nunca les ofreció otra opción viable. Porque la vivienda asequible en Guadalajara desapareció bajo el peso de la gentrificación, la especulación y el abandono institucional del Centro Histórico y de barrios tradicionales.
Hoy, mientras las autoridades promueven nuevos proyectos de vivienda vertical o regeneración del Centro, el debate necesario no es si la gente quiere vivir o no en Tlajomulco, sino cómo recuperamos lo que ya se construyó y abandonó.
Y hacerlo no se logra con fotos, selfies y promesas de político genérico, sino reconectando esos espacios con transporte público digno y rutas funcionales, dándoles servicios públicos básicos como luz, agua, seguridad, escuelas y centros de salud, reconfigurando usos de suelo, construyendo espacios comunitarios, escuelas, centros culturales o unidades productivas. Ejerciendo bien el dinero de las personas, pues.
Recuperar la periferia no es solo un reto urbano; es una responsabilidad ética. Significa rechazar el discurso que culpa a las víctimas de las decisiones de otros. Significa dejar de ver a Tlajomulco (aunque podría ser cualquier otro municipio fuera de la periferia) como un “problema” y empezar a entenderlo como el reflejo más claro del fracaso -pero también de la oportunidad- de nuestra política urbana.
A ver quién le atora.
NOMÁS TANTITA…
Del plazo de la pacificación en Teocaltiche que prometió el Gobernador en mes y medio, mejor nos olvidamos. Ya el coordinador de seguridad, Roberto Alarcón, reconoció públicamente que si es pasión, que se nos borre. Nomás tantita…
Cortesía de El Informador
Dejanos un comentario: